El año 2020, antes de declararse la pandemia por COVID 19, había sido elegido para ser el “Año internacional de los profesionales de la enfermería y partería”. Lo anterior fue consensado por el hecho de que el gremio de enfermeras y enfermeros representan más del 50% de la fuerza de trabajo sanitario en multitud de países y son en la mayoría de los casos la línea frontal de atención y en otros tantos son los únicos proveedores de servicios de salud, en especial en países no desarrollados. De manera histórica, han hecho diferencia no solamente en las vidas de los individuos, sino que tienen impacto en comunidades enteras. Sin temor a pecar de grandilocuencia: el personal de enfermería son elementos vitales en la prestación de servicios de salud y en la mejora de la vida de las poblaciones a nivel mundial.

Poco después de esta declaración, la pandemia impactó con la magnitud ya conocida. Los profesionales de enfermería hubieron de poner cuerpo y alma en la atención a esta desconocida y letal enfermedad y acometieron el reto con bravura, valentía y arrojo. Armados con las herramientas que les confiere su profesionalización como gremio, prestaron servicios a los pacientes en condiciones críticas y mantuvieron operativos los hospitales. Si bien los médicos y otros profesionales de la salud entraban y salían de las áreas de riesgo e incluso algunos realizaban tareas vía remota, el personal de enfermería hubo de mantenerse al pie de cama con los pacientes. 

El COVID-19 tuvo comportamientos tan agresivos, que orilló a que “alguien” tenía que estar siempre ahí y fueron estos valerosos elementos quienes acompañaron a multitud de personas en su camino a la recuperación, prestando atención a esos cambios sutiles de la condición clínica de los pacientes para actuar o solicitar apoyo y en muchos casos fueron los gentiles escoltas al descanso eterno, mitigando el dolor y soledad de los enfermos.

Al día de hoy, de manera afortunada, se vislumbra una reducción de la agresividad de la contingencia epidemiológica y vamos retomando en pequeños pasos el camino a la “normalidad”. Sin embargo, esta vuelta a lo habitual significa el regreso al ostracismo e invisibilidad del personal de enfermería en el sector salud. Al estar confiados y dar por sentado que se encuentran ahí y que seguirán dando su máximo esfuerzo, vuelve la desatención a las necesidades, anhelos y deseos de un cúmulo de profesionales que han sufrido pérdidas, que han visto menoscabada su cotidianeidad y capacidad de anticipación y son víctimas de intranquilidad, desasosiego y cansancio.

El burnout, manifestado con el desgaste físico y psicológico ha sido devastador y la sensación de no ser valorados ni reconocidos va en detrimento del empoderamiento de esta profesión. De igual manera, la remuneración económica justa y el acceso a oportunidades profesionales y laborales congruentes no han sido sujetos a mejora durante la pandemia y no se vislumbran avances en el futuro próximo. Si bien la vocación es una bocanada de aire ante el desgaste diario, el hecho de no ver claridad ni solidez en el ámbito profesional ni económico, son motivos de desdén y abandono a esta profesión.

En el pasado reciente se ondearon banderas, se hicieron homenajes, se enviaron cartas y agradecimientos por parte de los estados y poblaciones, pero esto no es suficiente. La deuda es grande con estos profesionales y esta debe ser saldada con algo más allá que una palmada en la espalda y un “gracias”. La mejora de condiciones laborales, contrataciones, capacitación y adiestramiento continuo y un verdadero empoderamiento surgido de su capacidad de estar centrados en la atención del paciente, es ahora mandatorio.

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