Nos dicen que el pueblo bueno no necesita policías, pero yo tengo otros datos. Si bien es cierto que la mayoría de la gente es pacífica, siempre hay individuos violentos. No ocurre únicamente en México. Las agresiones de los hooligans en Inglaterra y otros países solo han podido controlarse con el uso de la policía.
En tiempos remotos, el tribalismo aumentaba nuestras posibilidades de sobrevivir, porque reducía la posibilidad de sufrir agresiones. Se mantiene en la actualidad, sin embargo, y nos lleva a conductas de rechazo al diferente, al extraño, que se manifiestan en actitudes de racismo y xenofobia, pero también de desprecio y violencia contra seguidores de un equipo distinto de futbol.
Lo curioso del caso, como ha apuntado el autor sueco Johan Norberg en el libro Open: The Story of Human Progress, es que a veces “el jugador que abucheaste en el equipo rival se convierte en admirado integrante del tuyo, y a pesar de eso estos equipos de futbol inspiran una devoción total en un segmento sustancial de la población”. El fanatismo por un equipo de futbol, y el odio por los simpatizantes del rival, es una de las manifestaciones más absurdas del tribalismo. Ante los cambios constantes de integrantes, el fanático está apoyando más a un uniforme que a un equipo. La situación es la misma en la que caen los jóvenes soldados que no se conocen, y simpatizarían entre sí de encontrarse en un bar, pero que se matan unos a otros por tener un estandarte o una bandera diferente.
Todos los humanos tenemos alguna forma de etnocentrismo, según el antropólogo Donald Brown. Dividimos el mundo entre “ellos” y “nosotros”. “La guerra era suficientemente común y letal entre nuestros antepasados para favorecer la evolución de lo que llamo un altruismo parroquial, una predisposición para cooperar con otros miembros del grupo, pero ser hostil a los extraños”, ha señalado Samuel Bowles del Instituto Santa Fe. En las sociedades más antiguas, sin embargo, era relativamente fácil distinguir entre ellos y nosotros, porque eran pequeñas y todos los miembros se conocían entre sí. En las modernas sociedades de millones, la distinción se hace a través del idioma, el acento, el color de la piel o, a veces, simplemente un uniforme o una bandera.
¿Somos los humanos buenos o malos por naturaleza? ¿Somos los salvajes nobles de Rousseau, corrompidos por la civilización, o los agresivos salvajes de Hobbes? ¿Somos agresivos como los chimpancés “o más como sus primos tranquilos y pacíficos, los bonobos”? Según Norberg, “cada uno es espejo de la mitad de nuestra naturaleza”.
Muchos humanos han dado ejemplo de altruismo a los extraños. Lo vimos en la Segunda Guerra Mundial, cuando numerosas familias dieron acogida a judíos perseguidos por el régimen genocida de Adolf Hitler. Lo presenciamos también en La Corregidora, cuando algunos asistentes arriesgaron su integridad física para defender a los agredidos. Un caso que trascendió en redes sociales fue el de un niño que le dio su camiseta autografiada de Gallos Blancos a una joven para que se la pusiera sobre la que llevaba del Atlas y permitirle así salir a salvo del estadio.
El que haya ejemplos loables de altruismo a extraños, sin embargo, no elimina la violencia contra los otros, los diferentes. Por eso es necesario tener policías capaces. La violencia de La Corregidora del 5 de marzo fue principalmente producto de que no había policía en el estadio o de que esta no pudo o no quiso hacer su trabajo.
Resabios
El presidente afirmó ayer que la violencia en La Corregidora fue producto de los “resabios de los gobiernos neoliberales anteriores”. Nunca derrotaremos la violencia si el gobierno sigue usando un dogma ideológico como explicación obsesiva del problema.