Desde hace décadas, Carlos Slim ha sido objeto de críticas sin fundamento. No, no creo que le hayan “regalado” Telmex. Creo que ganó legítimamente un proceso de licitación. Quizá la privatización pudo hacerse mejor, pero creer en la gran conspiración, que muchos afirman, implicaría que un montón de grandes transnacionales colaboraron en una trampa que les perjudicaba; eso es improbable, por decir lo menos. Tampoco creo que haya hecho su fortuna a la sombra de sus relaciones con políticos poderosos, o que sea prestanombres de ex presidentes. Podría escribir varias columnas de las veces que lo vi hacer transacciones que estaban a la vista de todos, pero que sólo él aprovechó. Tiene un olfato excepcional para hacer dinero.
Habiendo dicho lo anterior, creo que se equivocó con sus afirmaciones de la semana pasada. Sí, tiene razón, este gobierno es totalmente legítimo. Nos simpatice o no, es el gobierno de todos los mexicanos por ser resultado de un proceso electoral limpio en el que la mayoría votó por él. Pero eso no lo exime de crítica, al contrario. Este gobierno ha desperdiciado el privilegiado mandato con el cual llegó. Se ha esforzado por polarizarnos. Ha usado la fuerza del Estado para perseguir a críticos y opositores. Ha aniquilado la verdad y la transparencia. Ha devastado a órganos autónomos responsables de desarrollar regulación moderna a partir de aptitud técnica en sectores como el de telecomunicaciones, donde sus empresas son preponderantes.
El ingeniero Slim cae en la misma trampa que algunos líderes de cúpulas empresariales quienes creen que todo cuestionamiento es confrontación, que todo debate denota conflicto. Parecen creer que sólo la aquiescencia dócil y obediente es “patriota”, cuando son ellos quienes podrían tener la fuerza y el peso específico para señalar errores, para exigir políticas públicas que abonen al desarrollo de la competitividad, que fomenten inversión, que nos hagan destino deseable. Habla de cómo ha evolucionado el salario de los trabajadores en México en relación a China, como si ese fuese un evento exógeno que ocurriese por generación espontánea. No lo es. Responde a mayores niveles de educación y capacitación, tiene que ver con una mayor inversión en tecnología y en bienes de capital que incrementen la productividad de los trabajadores, para que así puedan acceder a ingresos más altos en forma sostenible. En vez de eso, en México presumimos un incremento en el salario mínimo que, de hecho, provocó una caída en el ingreso de los trabajadores.
Pocos empresarios han hecho un esfuerzo real para invertir en educación. Programas como el de Líderes del Mañana del Tec de Monterrey son más la excepción que la regla. Se hace poco por fomentar y financiar el desarrollo de nuevos emprendedores. Y sí, con demasiada frecuencia guardan silencio ante la fuerte descomposición que ha ocurrido durante este sexenio, incluyendo la adopción de medidas que violan el T-MEC que, en efecto, es crucial para nuestro desarrollo.
Sí, nadie gana con la confrontación. Por ello, jamás la sugeriría como estrategia. Se repite una y otra vez el mismo mito. Cuestionar no es confrontar. Exigir el cumplimiento de la ley no es confrontar. Pedir licitaciones transparentes y no asignaciones directas no es confrontar. Esperar rendición de cuentas en la inversión de recursos públicos no es confrontar. Pedirle a un Presidente que nos diga la verdad no es confrontar.
El hombre más rico de México sabe que, de aceptarse, la propuesta de contrarreforma eléctrica mata cualquier probabilidad de competitividad internacional de México y nos cancela como destino de inversión en un momento en el que, en efecto, a miles de empresas les convendría tener capacidad de producción aquí. Si la pandemia ya había hecho evidente la necesidad de generar redundancias en las cadenas de valor, la invasión a Ucrania la ha vuelto urgente.
Comparto con él la idea de que confrontar no nos llevaría a ningún lado. Pero espero que tenga claro que el silencio y la dócil sumisión, tampoco.