Ver para contarlo, fue el motivo que me llevo a la marcha de las mujeres celayenses. Hace dos años marché, bajo una encomienda y deferencia singular, que me posibilitó escribir su crónica. Hoy era diferente, llegué con Ara y Aude, dispuesto a tomar las gráficas, y el testimonio desde una distancia prudente.

Otra vez de la nada, la calle se convirtió en un remolino humano, mujeres de todas las edades y de toda condición económica van llegando, y se agrupan por afinidades escolares, laborales, familiares, o amistosas. Llama la atención las niñas en la compañía de sus madres, todas portan un cartel que seguramente fue escrito con mucha conciencia, reflexión y no poco dolor, caminan en dirección a la mancha humana que se arremolina junto a las puertas de la antigua feria municipal.

Pasan de las cinco de la tarde. En la esquina de boulevard poniente, y Ponciano Aguilar hay unidades de seguridad municipal y del ejército, da la impresión, que están para cuidar la marcha, porque la concentración es enfrente, a 50 metros, en diagonal, yendo hacia el poniente. Pero no, una hora antes, habían ejecutado a una persona. La sombra de la violencia e incertidumbre, genera nerviosismo en los elementos de seguridad. Estamos en la quinta ciudad más violenta del mundo.

Esta marcha es distinta, cientos de mujeres, vuelven a salir a la calle después de dos años de reclusión por la amenaza mortal de la pandemia. Los efectos de esa reclusión son alarmantes, la violencia en contra de las mujeres, incluyendo a las niñas, estremece: en los últimos dos años (2020-2021), en el estado de Guanajuato se denunciaron 1467 violaciones, 21,659 casos de violencia intrafamiliar, 49 feminicidios. ¿Cuántos fueron investigados y juzgados? No lo sabemos

Esta marcha es una postal para el futuro, es el retrato de un cambio de paradigmas, por eso no es casual la presencia de mujeres de todas las edades; por eso no es casual que de una convocatoria anónima salgan cientos de mujeres a romper el silencio, a inundar las calles con su presencia, con sus gritos, con su solidaridad; por eso no es casual que su canto sea un eco que eriza la piel, e incomode a las generaciones que prefirieron guardar silencio, y tragarse sus lágrimas en los rincones del desdén y el menosprecio machista.

La marcha es un llamado a la unidad para protegerse, la manada grita, convoca: ¡Señor, señora, no sea indiferente, se mata a las mujeres en la cara de la gente! Son palabras que llaman a tomar conciencia, que llaman a perder el miedo al machismo, que llaman borrarlo. Y no es una exclamación piadosa, es un reclamo que comenzó a ser una sola fuerza, capaz de romper todo si fuese necesario.

Al llegar a la calle de Allende han transcurrido sesenta minutos, han marchado dos mil trescientos metros, pero han grabado en la conciencia colectiva un discurso que es más fuerte que mallas de acero, que blindajes ideológicos del medioevo. Los pequeños cerebros se turban, hay una idea que no procesan, les aterra: “hay que abortar el sistema patriarcal”. No se esfuerzan en comprender, que se alude al sistema de dominación machista, soportado en la violencia de género, en el abuso, en la complicidad, y en el resultado desolador: la violencia verbal, psicológica, económica, laboral, sexual, la violación, el feminicidio, y ahora, uno de los dolores más atroces para las familias: la desaparición.

Mirando desde el oriente hacia donde se van ocultando los últimos rayos de sol, se observa una marea verde y negra: miles de mujeres brincan, cantan, tocan tambores, y sus manos en alto sostienen carteles de todos tamaños, y colores, pero en los contenidos, hay un mensaje de fuerza, de reclamo y de reto: ¡Nunca más tendrán la comodidad de nuestro silencio!

Celaya es otra, sus mujeres son otras. Retadoras, sin miedo a la crítica hueca, sin miedo al estatus y las convenciones, gritan, brincan, cantan, desgarran su garganta con frases que se tatúan en la memoria: ¡Ni una más, ni una más! ¡Ni una asesinada más! Sus gritos repetitivos son una conjura, que quisieran recuperarles la vida a las mujeres asesinadas: ¡No queremos machos que nos asesinen! No son solo palabras, en Celaya en el año 2020 y 2021, hubo 149 violaciones, 3086 casos de violencia intrafamiliar, y 9 feminicidios. Los otros asesinatos de mujeres son invisibilizados en una lista general de homicidios dolosos.

El presupuesto municipal para seguridad, en los últimos dos años fue de más 900 millones de pesos, y fueron para balas y policías; para frenar la violencia en contra de las mujeres, solo hubo unos cuantos centavos. Año con año crecen las cifras de violencia, y los casos no denunciados por temor, vergüenza, confusión emocional, o bien porque lo consideran inútil, es más del 90% con relación al presentado en las agencias del ministerio público. Los desbocados, hablan de la descomposición social, pero no generan políticas públicas para frenar ni una de las causas de la violencia invisibilizada, porque eso no es negocio.

Observo desde un templete improvisado un desfile de reclamos que se habían ocultado por temor, por resignación y desesperanza. Hoy esas palabras, son una batalla más por la vida, parece fácil decirlo, pero es la esencia de este gran movimiento de conciencias. No es una reafirmación del género femenino, ni una reivindicación de sexo, eso es una verdad más que obvia, es una lucha por la construcción de una vida diferente en un campo sembrado históricamente de violencia, desprecio y muerte.

Al frente de la marcha una manta rotulada a mano expresa esa breve y larga jornada:  hoy somos la voz de quien grita pidiendo ayuda. La columna da vuelta hacia el Jardín Principal, llegan al Kiosco de la indignación, los cientos de carteles se fijan a sus paredes circulares, otros se depositan en el suelo como si fueran un despojo manchado de sangre.

En lo alto del quiosco hay un rostro anónimo que lanza un mensaje final, pero es una voz reconocible, porque es la voz del reclamo, pero también de la afirmación de la manada que no está dispuesta a morir en el silencio, ni en la oscuridad del miedo. Una mujer intenta llamar la atención a gritos, se dice provida, y acusa no estar a favor del aborto, cientos de voces responden, y corean: ¡Aborto, Legal y Seguro! ¡La que no brinque es provida! La provocadora se va como llegó, arrastrando los siglos de oscuridad que le inyectó en su ser el patriarcado letal, depredador, y supremacista.

El mensaje de Eva es breve, termina. Decenas de mujeres, la mayoría jóvenes, comienzan a colgar el tendedero de la infamia, ahí están las denuncias públicas de acoso, de violación, de amenazas; ahí están los sitios y los nombres, las instituciones tolerantes y omisas. Es una muestra de valor, que encara la falta de procuración de justicia real. Aparecen más rostros y nombres, recortes periodísticos, con notas escritas a mano sobre el “equipazo” del presidente municipal. El tendedero da vuelta al Kiosco, y luego dará vuelta a la ciudad en un murmullo inocultable&

En las paredes de la presidencia municipal fijan carteles, hay nombres y ausencias. Una señora escribe sobre una cartulina, la pega en la pared, y camina hacia atrás, se recarga en la columna del arco, y de sus ojos escurren lagrimas que empañan su lentes, relee las palabras que escribió, “nos falta Majo, nos falta Beatriz, nos falta Karla&” me dice, lo hago para no olvidarla, mi hija es Karla; la asesinó su pareja hace dos años, no lo han detenido; tengo un nieto se llama Fernando, nos tiene a nosotros, sus abuelos, no le hace falta nada, solo le hace falta Karla, mi hija, su madre&

Voy al encuentro de Ara Morales, está agotada, con su tambor en las manos sonríe, pienso que la noche no es para siempre. Ella, ellas, yo, todos, más allá de la coincidencia y las circunstancias, nacemos iguales y el tiempo nos separa, no en hombres y mujeres, sino en bestias y humanos.

Revolcadero. La ciencia de la Política nace de observar los hechos, de analizarlos, y procurar respuestas a los conflictos sociales. En el Ayuntamiento está es la clásica postal del patriarca y la sumisión voluntaria. La indiferencia, lo dijeron en la marcha, también asesina. ¡No matarás!

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