Cuando un gobierno privilegia lealtad sobre aptitud, la gravedad de sus errores es directamente proporcional a la complejidad de las tareas requeridas. Abundan ejemplos. Se está por inaugurar un aeropuerto que lejos de resolver la congestión del Benito Juárez, la agravará. Se destruyó un sistema para distribuir medicamentos, sin tener noción de la dificultad que presenta repartir cientos de fármacos con fechas de caducidad, algunos de los cuales requieren de canales fríos, a sitios con necesidades distintas. Pero es quizá nuestra política energética donde están los errores que tendrán mayor costo económico.

Antes de la invasión a Ucrania, los precios de hidrocarburos ya estaban al alza. En parte, se debe a que tienen los días contados. La humanidad llegó al acuerdo de eliminar las emisiones de carbón en 2050. Eso limita el horizonte de inversión en nuevos proyectos. Además, los productores de shale en EU decidieron dejar de responder con producción a incrementos en precio, tras las devastadoras pérdidas que sufrieron al inicio de la pandemia. Si sumamos la parcial interrupción en la oferta por las sanciones a Rusia, el tercer mayor productor del mundo, llegamos a la situación actual.

Una política energética inteligente para México se concentraría en sacar tanto petróleo y gas como fuese posible, aprovechando los años que quedan de demanda, usando esos recursos para invertir en infraestructura, salud, educación, y posicionándonos como la potencia que podríamos ser generando energías renovables. La transición hacia éstas no es por motivos económicos, sino existenciales. Si las partículas sólidas que seguimos emitiendo contribuyen a más calentamiento global, nos pondremos en riesgo como especie.

Esa transición no se dará de la noche a la mañana. Los retos son enormes y requerirán de una inversión global de 5 billones (millones de millones) de dólares al año para llegar a la meta de 2050. De entrada, electrificar el parque vehicular -que recorre 17 billones de km al año- requerirá de baterías que generen mil gigawatts hora. Necesitamos construir capacidad para producir 96% de las que requerimos y, para éstas, tenemos que vencer retos minando suficientes minerales como litio y cobalto.

Un gobierno más pragmático y menos ideológico abriría la extracción de petróleo a empresas privadas que compensarán las limitaciones económicas y técnicas de Pemex, y simultáneamente nos posicionaría para recibir una tajada importante de la colosal inversión que la transición requiere.

En vez de eso, Pemex invierte en refinerías. Pemex Refinación y Petroquímica perdió 172 mil millones de pesos en 2021. Este año la pérdida será mucho mayor. Además, hemos decidido subsidiar la gasolina, en vez de dejar que el precio al alza desincentive el uso de automóviles. AMLO se ha puesto una camisa de fuerza al prometer que, si Morena estuviera en el poder, el litro de gasolina costaría $10. Ha provocado que un “gasolinazo” tenga un costo político desproporcionado. Mientras tanto, la capacidad de extracción de Pemex es hoy sólo la mitad de lo que era en agosto de 2003, cuando alcanzó 3.4 millones de barriles diarios.

El subsidio podría costar 554 mil millones de pesos este año, dos puntos del PIB. Eso pagaría por cien años el recién cancelado programa de escuelas de tiempo completo. Según un estudio del IMCO de 2013, por cada peso de subsidio a las gasolinas que recibe el 10% más pobre de la población, el 10% más rico recibe 32. Preferimos que sea más barato llenar los tanques de las Suburbans de los millonarios, y del Presidente (que dejó el Jetta hace rato), en vez de invertir en nuestros niños. Con lo que cuesta llenar un tanque de éstas, les pagaríamos a tres niños un año de escuela de tiempo completo.

A este paso, seremos un país pobre y de analfabetas. La buena noticia para este gobierno de ineptos es que éstos comprarán su demagogia y les darán su voto a cambio de migajas. ¡Misión cumplida!

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *