Imagine usted que un día decide ir al restaurante a departir con sus amigos. Seguramente, pedirá su platillo favorito, enderezará una amena charla, disfrutará de un buen vino, gozará componiendo el mundo y se distenderá de la pesada brega del día a día. Todo esto suena magnifico; pero, ¡mucho cuidado!, porque después del gozo, iría al pozo.
Es decir, correrá el riego de que el policía lo esté esperado afuera del restaurante, porque usted sería un delincuente en potencia, para hacerle la prueba del alcoholímetro que seguramente no pasará. De ser así, pagará cara su osadía: se lo llevarán a la cárcel, de seis meses a un año; además, una multa y la pérdida de su licencia de conducir. ¡Sí, leyó usted bien, lo mandarán por un año a la cárcel! Ésta es la iniciativa que fue aprobada por el Ayuntamiento y que será enviada al Congreso para su análisis y aprobación en su caso.
Todo mundo estaría de acuerdo en que no es una buena idea manejar con copas; pero, lo que está mal no es el “que”, sino el “como”, porque la iniciativa de ley no pretende convencer sino reprimir e imponer. La medida tiene muy poca creatividad e imaginación, y aunque pretende educar y prevenir, lo que hará será reprimir, como la Ley seca, o ley Volstead de 1919, en Estados Unidos.
En aquel tiempo, el senador conservador y puritano Andrew Volstead, impulsor de la Ley seca, esperaba con ansias el nacimiento del nuevo día: “Esta noche, un minuto después de las doce, nacerá una nueva nación. El demonio de la bebida hace testamento. Se inicia una era de ideas claras y limpios modales. Todos los hombres volverán a caminar erguidos, sonreirán todas las mujeres y reirán todos los niños. Se cerrarán para siempre las puertas del infierno.”
Sin embargo, ya en 1920, la opinión pública consideraba que la medida era excesiva y había sido peor el remedio que la enfermedad. El consumo de alcohol no disminuía, continuaba de forma clandestina y crecieron las mafias y la corrupción policiaca, en vez de resolver problemas sociales. El Gobierno trataba de forzar la obediencia, pero nunca lo logró, porque no convenció. Finalmente, tuvieron que derogarla, y el senador Volstead perdió la reelección.
Los grandes hombres, los lideres que trascienden, utilizan el don de la palabra, su magnetismo, el carisma, para convencer y guiar a un pueblo hacia nuevos horizontes, para cambiar y transformar& Pero, nunca el garrote y el castigo, porque éste es el incipiente lenguaje de las carencias políticas, de convocatoria y liderazgo. La política es un acuerdo permanente para vivir en armonía juntos, para reducir brechas, tender puentes y subsanar diferencias.
Faltan leyes ad hoc para combatir delitos de alto impacto, y no para poner en la cárcel al parroquiano que se pasó de los 0.8 g/ lt de alcohol en sangre. Pese a que aún hay muchos delincuentes que detener y castigar por cometer delitos graves, algunos quieren crear más delincuentes, decretando como un delito penal no pasar el reducido límite del alcoholímetro. Es más fácil detener a un borracho, que a un delincuente de horca y cuchillo&
“La impunidad crece en Guanajuato: los asesinatos, los robos y asaltos van en aumento, la Policía detiene a delincuentes y los jueces los sueltan. Los camioneros ya no aguantan, les roban vehículos, detienen a un asaltante hasta cinco veces, los ciudadanos viven atemorizados& están hartos”: Periódico am, Leyes e impunidad.
Es indudable que en cada guanajuatense hay un gran deseo de mejorar y progresar, nadie se opone a prevenir accidentes de tránsito, solo que hay maneras más cordiales de convocar a la sociedad a cambiar de hábitos, de hacer conciencia cívica de la responsabilidad de no pasarse de copas y conducir. Pero, los leoneses no necesitan que los castiguen para advertirles que con exceso de copas es mejor no manejar.
Son legítimos los actos de gobierno sustentados en el poder, pero sería más dúctil si la Alcaldesa se hace seguir mediante su influencia, su capacidad de convocatoria y su carisma personal. El líder debe de ser motor del cambio, es quien puede influir en los otros y hacerse seguir de las estructuras sociales, con el don de la palabra. “Aquel que con su voz logra influir y conectar con los demás, habrá encontrado el camino hacia la grandeza”: Obama.
En la iniciativa punitiva de marras, no se advierte una estrategia integral, clara y objetiva para convencer, más allá de castigar a los ciudadanos para que cambien de hábitos y costumbres. Existen muchas alternativas amables para mejorar, para lograr lo que se quiere cambiar, sin necesidad de fabricar leyes propias del Tribunal del Santo Oficio.
Es extraño que la alcaldesa, Ale, decidiera desdibujar su carismática personalidad por la del garrote, para conseguir la obediencia de los leoneses. Le sería más productiva la elocuencia de la voz y su capacidad de convocatoria para llegar al corazón y convencimiento de su pueblo.
Gobernar no significa solamente mandar. Y, ¿qué tal si “Ale”, además de ejercer la autoridad con liderazgo carismático, influye en los ciudadanos para que la sigan y acompañen, de tal manera que logre activar la energía de la sociedad para cambiar y avanzar?