AMLO tiene miedo. Es como el bully en el patio escolar que provoca, insulta y empuja para que no se note que, en el fondo, es presa del pánico. Cuando evidencia innegable revela la corrupción de su equipo y de su familia, y conflictos de interés perturbadores, él responde descalificando, utilizando información -cuya confidencialidad es protegida por la ley- para poner a sus huestes contra quien osó delatarlo. No ofrece investigar, no promete transparencia, no da otro punto de vista, prefiere devastar al mensajero con la fuerza del Estado.

Sabe que su popularidad pende de un hilo. México vive clara estanflación. La inflación irá en aumento. Probablemente, habrá nulo crecimiento nominal este sexenio, per cápita tomará 10 años recuperarnos. En estos 6 años, quizá acabaremos 11 puntos porcentuales por debajo del crecimiento de EU, nuestro principal socio comercial y único motor de crecimiento. Desapareció la inversión. Hay más pobreza y menos empleo. La violencia está fuera de control y el crimen organizado hace lo que le viene en gana. Se le acabó el dinero y enfrenta un serio problema fiscal con casi medio sexenio por delante. Los escándalos de corrupción que vienen harán que los aprietos de la Casa Gris parezcan día de campo y, en forma creciente, éstos involucrarán al Ejército, cuya impecable reputación es otra víctima de la 4T.

AMLO sabe que Claudia Sheinbaum, sin duda su candidata, no puede ganar la elección presidencial, y no tiene tiempo para posicionar a otro. Contra lo que se cree, crece la posibilidad de que la oposición presente un frente unido, eso le da una posibilidad realista de ganar tanto Presidencia como Ciudad de México. Por ello, ya empezó el descarado ataque contra el INE. Morena necesita tripular al árbitro electoral. El riesgo de perder es demasiado alto. Lo último que quieren es rendir cuentas después de seis años de ineptitud, corrupción, complicidad, negligencia y de cientos de miles de mexicanos muertos. A los “juicios políticos” contra Córdoba y Murayama ahora les sigue el burdo intento de someter a votación directa la elección de consejeros y magistrados de los órganos electorales, desdeñando nuestra democracia representativa, atropellando al órgano electoral que permitió, entre otros muchos ejemplos de alternancia, que él llegara al poder.

Someter la selección del liderazgo del INE a voto popular no garantiza que se elija a los mejores. Si fuera así, hoy tendríamos diputados y senadores irreprochables. No los tenemos. Como dice Luis Carlos Ugalde, un proceso así politizaría sus cargos y los pondría al servicio de los gobiernos que promovieran su elección, o de grupos de poder que financiarían sus campañas. ¿Queremos un narco-INE?

Lo último que quiere López Obrador es que su partido tenga que enfrentar una elección con un órgano electoral imparcial, empoderado y bien fondeado. Como en la consulta para Revocación de Mandato, prefiere no arriesgarse con un piso parejo. En ésta, él convoca, él consigue firmas ilegales, él redacta la pregunta, él utiliza recursos públicos para promoverse, él cambia la ley para permitírselo, él le quita recursos al árbitro para limitar su supervisión, él decide que se instalen sólo un tercio de las casillas que la ley exige, para así reducir la participación ciudadana, y que el voto comprado y los acarreados pesen. Me preocupan los opositores que legitimarán esta gran trampa con su voto. ¡No lo hagan!

Nos toca defender al INE. Hagámoslo con todo lo que esté a nuestro alcance. Salgamos a manifestarnos el 3 de abril. Sin votar, vayamos a observar la farsa “revocatoria” del 10 de abril para documentar acarreos e irregularidades. Dejemos claro que no permitiremos que se arrase con un árbitro que, sin ser perfecto, ha contribuido en forma irrefutable a consolidar nuestra democracia.

En Ucrania, muchos arriesgan la vida para defender su democracia contra el embate autocrático. Hoy, la misma defensa en México sólo nos exige involucrarnos, nos pide ponernos de pie y levantar la voz. Estemos a la altura del reto que se nos presenta.

@jorgesuarezv

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