Más bardas de panistas

Era suya y no la dejó ir. Al señalar en su emisión del jueves pasado el retraso del gobierno de Guanajuato en la construcción del Instituto de Formación en Seguridad Pública en Santa Rosa de Lima, Carlos Loret de Mola no solo puso el dedo en la llaga de una promesa incumplida, sino pudo dar muestra de equilibrio al balconear a un gobierno panista.

El contenido del reportaje de Loret  no varía mucho del que hace año y ocho meses publicó AM, salvo por los datos concretos de las empresas que obtuvieron los contratos: “solo una barda perimetral de 6 a 8 metros de altura de unos dos kilómetros es lo que se ha construido”, señalaba el pie de la foto del trabajo que nuestro diario difundió el 2 de agosto de 2021, al cumplirse un año de la captura de José Antonio Yépez, el líder del grupo que tomó su nombre de esa población de Villagrán.

La construcción del instituto comenzó antes de la detención del cabecilla huachicolero y a la obra pretendió dársele un tinte simbólico que ahora ha hecho más censurable su abandono: “Mediáticamente este punto se conocía como el centro del triángulo del huachicol, pero a partir de este momento, este punto se conoce como el centro de la generación de la seguridad pública de Guanajuato”, dijo aquel día grandilocuente el secretario de Seguridad Pública, Álvar Cabeza de Vaca. Y miren.

Lo de que solamente se haya construido la barda (y algunos caminos) fue la cereza del pastel. La que edificó el gobierno de Felipe Calderón en Tula, donde quedó a deber la refinería del Bicentenario, ha sido munición frecuente para el presidente Andrés Manuel López Obrador, por lo que la polémica estaba puesta, como pudimos ver con las rotundas críticas de las senadores de Morena.

Hizo bien el Gobierno estatal en salir de inmediato a ofrecer que la obra del instituto se llevará a cabo. Ahora falta que cumpla: sería triste para Guanajuato que el balance de aquel esperanzador Golpe de Timón fuera una obra abandonada y una violencia que sigue sin poder ser sometida, como vimos en marzo, que fue un mes de espanto.

La primera piedra del instituto, que volvió esta semana a la luz pública.
Foto: Archivo AM

El Informe sobre los normalistas

No es que nadie pueda esperar, ni antes ni ahora, algo bueno de las investigaciones sobre la tragedia de los normalistas de Ayotzinapa, pero el informe que el lunes pasado presentó el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) ha dejado descolocado a todos. Incluso a los propios autores, que han tenido que reconocer cómo las limitaciones que han enfrentado, sobre todo por el desaire de las autoridades militares, afectan el resultado de su labor.

Desde luego, son el Ejército y la Marina los que han salido peor parados del episodio, por su renuencia a compartir información y por las sospechosas actividades que realizaron la noche del 26 de septiembre (los militares) y en las investigaciones posteriores (los miembros de la Armada).

Pese a la discutida decisión de apoyar sin reservas a los integrantes del GIEI, también el presidente Andrés Manuel López Obrador ha resultado maltratado al conocerse el nuevo informe, pues los padres de las víctimas le reprochan que no haya novedades sobre sus hijos y también no haber sido capaz de obligar a las fuerzas armadas a abrirse de capa.

En este sentido, una preocupación adicional es la posibilidad de que mandos militares de alto nivel se enfrenten a consecuencias penales por los hechos, como han especulado articulistas bien informados como Roberto Rock y Raymundo Rivapalacio. 

Recuerdo de mis andanzas en Irapuato a finales del siglo pasado, que en una ocasión el general de División José Domingo Ramírez Garrido Abreu, entonces comandante de la XII Región Militar nos mandó llamar -no hay otra forma de decirlo-a raíz de una información sobre cómo militares a su cargo habían manejado una alarma por un artefacto explosivo que apareció en la ciudad.

Durante la larga convivencia -12 horas estuvimos en las instalaciones- el General nos mostró unas celdas para detenidos y nos platicó que en una ocasión lo habían encerrado en ellas. Una auxiliar de enfermería militar había muerto durante una movilización sanitaria y a la hora de esclarecer los hechos, el General fue a dar al calabozo -así nos lo contó- en lo que entendimos fue una manera de señalar a la tropa que las más delicadas responsabilidades ascienden a lo largo de la cadena de mando.

Recordé aquella singular jornada sabatina cuando el presidente Andrés Manuel López Obrador descartó que el Secretario de Marina, el almirante José Rafael Ojeda Durán, tuviera responsabilidad alguna en las maniobras de los miembros de la Armada que aparecen en lo que parece ser una alteración del basurero de Cocula en el que supuestamente fueron incinerados los normalistas, imágenes obtenidas mediante un dron de la propia Secretaría de Marina, pese a que era entonces el responsable de la zona naval de Acapulco. ¿Cómo andarán los ánimos en los cuarteles?

No veo una versión alterna a la “verdad histórica”, en la que ya es difícil creer. Cuando leo que el Ejército tenía infiltrados a los normalistas -uno de los desaparecidos era militar- en una “operación de contrainteligencia”, me pregunto qué importancia estratégica tenían esos pobres muchachos para seguirlos de esa forma y propiciar el terrible desenlace. Siento que seguimos sin un móvil que explique el origen de los hechos y que muchas de las desastrosas intervenciones que siguieron después, bien pudieran estar destinadas a borrar la huella de tantas actitudes omisas que permitieron que aquello ocurriera.

Mientras tanto, de los jóvenes no hay novedades.

Una imagen del basurero de Cocula. Foto: Proceso

¿Qué ver, qué leer?

Abril será un mes de novedades en las pantallas, con al menos dos estrenos de pronóstico reservado. El que sin duda suena más interesante es Gaslit, un nuevo vistazo al escándalo que le costó la presidencia de Estados Unidos a Richard Nixon. Síntoma de los tiempos, la serie tiene su origen en un podcast.

Cuenta, de acuerdo con los avances que leo en Vogue, la historia de Martha Mitchell, la esposa del fiscal y mejor amigo del Presidente Richard Nixon, John Mitchell, una militante republicana “que fue la primera persona en hablar en público sobre la implicación de Nixon en Watergate, poniendo a su esposo entre la espada y la pared”. El papel lo hace Julia Roberts, a quien acompañan, entre otros, Sean Penn, Dan Stevens, Betty Gilpin y Shea Whigham. El estreno está anunciado el 24, en Starz Play.

La otra novedad es el regreso de David Simon a las historias del Baltimore que inmortalizó en The Wire. Junto con George Pelecanos, Ed Burns y William F. Zorzi, escribió el guión de La ciudad es nuestra, basada en el libro de Justin Fenton -periodista del diario The Baltimore Sun, como lo fue Simon durante 13 años-, una trama surgida a partir de la muerte de un joven negro que estaba en manos de la policía, pero que de acuerdo con un avance, escarba también en la obsesión de las drogas y su prohibición, sobre el cual Simon llegó a asesorar al presidente Barack Obama.. Para chuparse los dedos, disponible el 26.

Un irreconocible Sean Penn y Julia Roberts, como los Michell. Foto: Starz Play

MCMH

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