La combinación de una pandemia global con el primer conflicto militar en Europa desde la Segunda Guerra Mundial aceleró cambios en un mundo que ya vivía transformaciones sin precedente. Desafortunadamente, éstos incidirán en menos crecimiento global y en una brecha mayor entre el desarrollo de países industrializados y los que no lo están.

Desde 2008, la economía mundial ha gozado incrementos sin precedente en la liquidez que los bancos centrales inyectaron después de una crisis crediticia e inmobiliaria que fue sólo comparable en magnitud con la hecatombe de 1929, que provocó una década de depresión económica y una guerra mundial. Al “imprimir” tanto dinero, el crédito se volvió prácticamente gratuito para las grandes empresas en países desarrollados. 

En el mercado inmobiliario, las tasas hipotecarias -históricamente mínimas- provocaron demanda y fuertes alzas en los precios de inmuebles, y el mercado accionario de EU tuvo su mejor década en la historia, subiendo 250%. La generosa política monetaria agudizó la desigualdad, dado que benefició a quienes eran dueños de activos, pero no a quienes no los tienen. Eso alimentó el surgimiento de movimientos populistas, incluso en Estados Unidos.

La ya abundantísima liquidez recibió un empujón adicional cuando la pandemia detuvo de golpe innumerables industrias y empresas, e hizo que la gente tuviera que aislarse en casa.

De repente, oferta y demanda se vieron interrumpidas y, nuevamente, los bancos centrales reaccionaron imprimiendo. Si vemos la hoja de balance de la Reserva Federal, el banco central de EU, ésta es hoy diez veces mayor que en 2008. Además, muchos gobiernos abrieron la chequera para compensar la caída en el ingreso de trabajadores a los que se les pedía permanecer en casa.

Conforme la gente dejó de viajar, salir a restaurantes o ir a conciertos, concentró su ingreso en comprar “cosas”. Lo hizo cuando muchas fábricas estaban cerradas porque no tenían insumos o trabajadores sanos. La escasez provocó precios al alza. A la vez, muchos trabajadores han decidido permanecer en casa. La tasa de desempleo en EU pasó de 14.7% en abril de 2020 a 3.6% hoy. 

La escasez de trabajadores está provocando incrementos en sueldos. Y, por si a la situación le faltara complejidad, la invasión rusa de Ucrania genera escasez en el mercado de gas y petróleo, y en los mercados de granos, donde ambos países son importantes productores. Como consecuencia, vivimos la inflación más alta en 40 años.

Viene menos crecimiento global. A lo anterior hay que sumarle los serios problemas que presenta la economía china, el mayor motor de crecimiento mundial este siglo. Empieza un proceso de desglobalización conforme las cadenas de valor se regionalizan, se invierte en redundancias pues ha resultado caro depender de proveedores únicos, y pasamos de eficiente producción “just in time” (justo a tiempo), a producción “just in case” (por si acaso), que encarece cadenas de suministro.

Y en medio de este entorno lleno de retos, el gobierno de México metió reversa. Cuando hay un déficit mundial de quizá 3 millones de barriles diarios de petróleo, la producción de Pemex se sigue desplomando. 

Expulsan a las empresas privadas que empezaban a extraer, y prefieren invertir en refinar gasolina. Cuando grandes empresas internacionales buscan mover producción de Asia a México, les decimos que no tienen asegurado el abasto de electricidad, y que la que les ofrezcamos será cara y sucia. Estando inmersos en una clara transición hacia la economía del conocimiento, reducimos la inversión en educación y terminamos con cualquier alianza entre sector público y privado en materia de investigación científica y tecnológica. Cuando más valioso es ser parte de un pacto comercial con la mayor economía del mundo, violamos leyes y vulneramos acuerdos.

Si a esto le sumamos militarización, violencia, cercanía con organizaciones criminales y ataques al Estado de derecho y a la democracia, este gobierno logra niveles de destrucción en México que aun sus más extremos detractores pensábamos inalcanzables.

@jorgesuarezv

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