En el mundo de los negocios aprendemos que, -aunque se busca siempre ganar-, no siempre esto es posible. Hay incluso quien afirma que en allí no se obtiene lo que se merece, sino lo que se negocia. Por eso, la negociación se enseña como una técnica sofisticada en los programas académicos de administración.

En el mundo de la familia, no es así, pues desde edades tempranas enseñamos a los menores a que conozcan los límites y eso nunca se negocia, sino que simplemente, las reglas se cumplen y este es el fundamento de la existencia. Pero en el mundo de la convivencia social y de la política sucede diferente. Los líderes sociales que encabezan movimientos, convocan a movilizaciones y a proyectos de futuro, pero pocas veces entendiendo lo que sí pueden hacer y lo que no pueden hacer.

AMLO, nuestro presidente, es un “animal político”, un líder social nato que, viniendo del sur, entendió perfectamente el hartazgo y encono social para encabezar un movimiento que irrumpió en la vida política para convertirse él, en la figura de mayor arrastre entre el pueblo mexicano de la era moderna. Solo que él juega a tener “todo o nada”. Desde las movilizaciones sociales en Tabasco hasta sus militancias en el PRI y el PRD para crear “su” partido, en el que él pueda decidir y hacer todo lo que quiera, sin acuerdos. En este País -que ahora es el de “un solo hombre”- y donde todos los equilibrios a su autocracia van desapareciendo, AMLO construye andamiajes para lograr lo que él considera debe ser un País para las mayorías.

Lo entiende, administrado por el Ejército y con un Estado benefactor que complace a las mayorías pobres con programas sociales y con un organismo electoral controlado por el Gobierno federal. De la misma manera, tiene la convicción que las entidades gubernamentales, como centros de investigación, universidades, IMSS, Pemex y CFE deben ser subsidiadas por el Gobierno federal y los estados de la Federación más prósperos deben subsidiar a los más pobres. En este esquema neo-keynesiano, la “contra reforma energética” de AMLO, quiere retornar al monopolio de las dos grandes empresas que administra nuestro País. E incluso, si pudiera, retomaría el control de los bancos y de la telefonía.

La realidad es que el gobierno es un pésimo administrador. La historia lo mostró en los sexenios de Echeverría y López Portillo. Ni en su seno tenemos a funcionarios visionarios que busquen la eficiencia de las entidades públicas, pues ellos se mueven al final, como lo hizo el PRI por 71 años, solo por el poder creando corrupción. AMLO se formó en el PRI y sabe que aquello que tanto criticó la compra de voluntades en las elecciones a través de los programas sociales-, es la mejor estrategia electoral para que su movimiento permanezca y que las fuerzas armadas son su mejor aliado para el control de largo plazo. Solo así se entiende que un personaje siniestro como Bartlett encabece la reforma energética de AMLO.

Por ello, en su propuesta de “contra reforma” energética no buscó el acuerdo. AMLO va por el pastel completo. No negocia, sino que enfrenta. Sabiendo que los partidos de oposición no le darán votos, intentará comprarles a través de las advertencias y amenazas que lanzó en la semana. La prolongación de la votación en el plano de la Cámara de Diputados para el Domingo de Resurrección buscó precisamente la compra de las voluntades de la oposición. Lo que cualquier otro negociador hubiera buscado, esto es, una propuesta que fuera enriquecida con algunas propuestas que tenía la oposición, no se hizo. AMLO no quiere “moverle una coma” a su propuesta.

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