Manuel Bartlett Díaz, quien era uno de los operadores políticos más activos de Miguel de la Madrid Hurtado, aspirante ya a suceder a López Portillo, tenía trato con un servidor.
Me invitó, en mi calidad de diputado federal y encargado de relaciones públicas del Partido Demócrata Mexicano, que estrenaba su registro, a platicar con quien aspiraba a la silla del águila, por el PRI.
Le informé a Gumersindo Magaña, diputado también y dirigente del PDM.
Temprano, como a las ocho de la mañana del siguiente día, nos dejó Bartlet en la puerta de Francisco Sosa número 8, de Coyoacán.
Nos pasaron e instalaron en un desayunador. Apareció don Miguel muy jovial, se acomodó a la mesa y no se rompió el hielo porque no lo había; parecía charla entre no amigos, sería absurdo decirlo, pero sí conocidos.
Tocamos temas diversos, de economía, (que ya la estrategia de don José bamboleaba), y cuando llegamos a lo político dijo una frase muy elocuente, para dar a entender que con él se podía y debía discrepar: “En ese terreno se vale y conviene mandar mandobles; pero no tirarnos a matar, porque allí, perdemos todos”.
Traigo a colación ese criterio, claro, nítido, de los tiempos en los cuales se iniciaba un nuevo proceso democrático con dos extremos principales: comunistas y sinarquistas. Por cierto que al entregarnos el registro, el titular de Gobernación, Jesús Reyes Heroles, de muy mal talante apenas permitió unas palabras de nuestro orador, Ignacio González Gollaz. En cambio, del otro lado les dio tiempo y hasta buen espacio en los medios.
Al día siguiente que ocurrió el suceso, llamé telefónicamente a Gabino Fraga, secretario de don Jesús, para patentizarle nuestro extrañamiento. A la media hora se comunicó a efecto de invitarnos a comer, al mediodía, con don Jesús. Acudimos. Charla muy cordial, con aclaración de su parte. Aproveché para decirle, como en broma, que sus botellas de licor no tenían marbete. Todos reímos y alzamos las manos como diciendo: ¡ni modo!
En la campaña hubo fuego y en la LI Legislatura posicionamientos que se puede ver o analizar como radicales, de todos los partidos, incluido el PAN y el PRI, que entraban a una pluralidad no imaginada.
Quien realice un análisis, por supuesto que metódico, profesional, de esa época, se va a encontrar que líderes radicales como Arnoldo Martínez Verdugo, Pablo Gómez Álvarez (furibundo y extremista en ideología y actitudes) y hasta un servidor, jamás llegamos al insulto. Se creía en la democracia o sea respeto a la discrepancia, las ideas diferentes y al proyecto de nación que cada entidad o partido tuviera.
Claro que el PRI no era una perita en miel. El poder lo tenían ellos y ellas y su fuerza numérica resultaba aplastante. Su mayoría pesaba como la piedra del Pípila, empero disponían de márgenes o espacios para la negociación, sobre todo en temas punzantes.
No era tan plano aquel clima y normas nuevas como para marchar a la democracia, y tampoco se crea que se abrían las compuertas de una confrontación. No, el reformismo se advertía una especie de trampa para el priismo o grupo en el poder, tener a la República, sometida, soltando unas amarras. Como luego se vería en la dispareja confrontación por los estados y municipios.
Advierto y seguramente también lo hacen mis lectoras y lectores, que en esa lucha frontal, hubo radicalismo verbal, pero no insultos y menos descalificaciones. La palabra “traidor”, jamás fue pronunciada.
Parecía ¿una transformación de terciopelo? No lo fue porque apareció un Vicente Fox, popular, demagogo y sin visión de Estado. Le seguiría el llamado a sí mismo “El hijo desobediente”, Felipe Calderón, quien tampoco tenía visión de Estado.
Acechaba Andrés Manuel López Obrador, quien con una campaña de victimismo electoral y clientelismo interesado, con la suma de grupos izquierdistas radicalizados y muchísimo dinero, logró ungirse Presidente.
En sus acciones se fomentó la descalificación, el odio desde el Poder Presidencial y, hoy por hoy la demagogia arropada con términos que dividen a los mexicanos en buenos y malos. Los primeros son quienes lo aplauden, los segundos cuantos se oponen a sus ideas o simplemente no le rinden tributo. Y los diputados que rechazaron su reforma eléctrica, resultan “traidores”. Su tribu es símbolo de un mesianismo no solo ridículo, sino envenenado.
Así la democracia puede sucumbir ante los embates de un extremismo enfermizo que va camino a empoderar la violencia verbal y física, para gobernar no con la inteligencia sino con el odio.
MTOP