Quienes saben cómo se urdían las estrategias cuando Julio Scherer era el consejero jurídico de la Presidencia cuentan que no es casual que la demanda que presentó el ex funcionario contra el fiscal Alejandro Gertz sea por tráfico de influencias y coalición de servidores públicos.
Según esto, la decisión de que la demanda fuera ante la fiscal anticorrupción María de la Luz Mijangos fue para aprovechar que la funcionaria tiene varias cuentas pendientes con su jefe, el fiscal general de la República.
De hecho, se dice que uno de los momentos álgidos entre ambos ocurrió cuando Gertz prácticamente la obligó a permanecer en oficinas de la FGR hasta que la hizo perder el vuelo a Guatemala en el que viajaría para la boda entre Santiago Nieto y Carla Humphrey.
Además, a pesar de la sabida filiación de Mijangos a la 4T, su relación con el inquilino de Palacio Nacional no pasa precisamente por su mejor momento desde que su esposo, Jaime Cárdenas, renunció a la titularidad del INDEP.
Aquellos que conocen bien a la fiscal comentan que nomás no se le olvida que Andrés Manuel López Obrador dijo que Cárdenas dejó el cargo porque le faltaron arrojo y ganas para combatir la corrupción.
De ahí que Scherer decidiera acudir ante esa ventanilla de la Fiscalía, bajo la idea de que, en política, quienes tienen enemigos en común pueden convertirse en muuuy buenos amigos.
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Vaya paradoja la que vive la gobernadora morenista de Campeche, Layda Sansores.
Cuando era la alcaldesa de Álvaro Obregón en la CDMX sus gobernados se quejaban de que descuidaba su cargo mucho tiempo para ir a tierras campechanas a hacer grilla local con el objetivo de ganar la gubernatura de aquella entidad.
Y ahora que por fin es la mandataria en ese estado del sureste mexicano, hay quienes comienzan a echarle en cara que pasa muchos días en la CDMX apoyando a Claudia Sheinbaum para que sea candidata presidencial.
Si su vida fuera un musical, seguro que su tema sería aquella canción que dice: “No soy de aquí, ni soy de allá…”.
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La detención en Puebla de 330 migrantes centroamericanos y cubanos que iban en una caravana de 13 vehículos exhibe la gran porosidad de nuestra frontera sur y las enormes dimensiones del “negocio” de tráfico de personas.
Pero lo que resulta increíble es que un grupo de esas dimensiones se internara más de mil kilómetros en territorio mexicano sin que Migración o la Guardia Nacional lo viera, en un hecho que no solo huele, sino que apesta a corrupción.