El presidente Joe Biden es todo lo opuesto a Donald Trump. Biden es pausado, tranquilo, no tuitea, piensa lo que dice y tiene un ego muy bien controlado. De hecho, no es aventurado decir que la mayoría de los estadounidenses votaron por él precisamente porque era tan distinto a Trump. Su estilo de gobernar, sin duda, ha calmado a Estados Unidos.
Ya no nos levantamos cada mañana con la angustia de ver qué tuiteó Trump en la madrugada desde la Casa Blanca. Qué bueno que no depende de Trump el inicio de una Tercera Guerra Mundial.
Pero los problemas se avecinan para el presidente Biden y los demócratas. Así, rapidito, hay enormes presiones para rechazar la invasión rusa en Ucrania. Eso se suma a la caótica y vergonzosa salida de Afganistán. A nivel nacional nos acercamos al millón de muertes por la pandemia, la inflación nos come el mandado, no hay nada que suene a reforma migratoria, el Congreso está paralizado, el país dividido ideológicamente por la mitad y, según una encuesta, hay poco entusiasmo por el futuro.
Y todo esto lo podría aprovechar Donald Trump para lanzarse a la Presidencia en el 2024. Trump, irónicamente, haría su campaña diciendo: voten por mí, yo no soy Biden. El problema con Trump es que miente mucho, ha hecho graves comentarios racistas y es una amenaza para la democracia de Estados Unidos. Nada más.
Vamos por partes. Trump es el principal promotor de lo que en Estados Unidos se conoce como la “gran mentira”. Y esa consiste en asegurar, falsamente, que las pasadas elecciones presidenciales fueron fraudulentas y que el verdadero ganador fue Trump.
Trump es un perdedor. Pero no lo puede reconocer. Rechaza psicológicamente cualquier cosa que vaya en contra de su visión del mundo. En junio del año pasado me encontré a Trump en un evento en la frontera en Weslaco, Texas. Y ahí le pregunté: “¿Va usted a reconocer finalmente que perdió las pasadas elecciones?”. Me miró fijamente y respondió: “Ganamos la elección”. Miente a los ojos.
Además, no hay la menor duda de que él instigó a miles de manifestantes a ir hacia el edificio del Congreso en Washington el 6 de enero del 2021. “Marchen al Capitolio”, les dijo en un discurso frente a la Casa Blanca. “Porque ustedes nunca podrán recuperar nuestro país si son débiles”. Esa es una clara definición de lo que es incitar a una insurrección.
“Estas son las cosas y eventos que pasan cuando una contundente victoria electoral se les roba a grandes patriotas”, escribió Trump en un tuit ese mismo 6 de enero en la tarde, antes de pedirles a sus seguidores que se alejaran del Capitolio. “Y recuerden este día para siempre”. (Lo recordaremos: cinco personas murieron ese día).
Trump no solo es un peligro para la democracia y muy mentiroso -mintió más de 30 mil veces durante su Presidencia, según el conteo del Washington Post- sino que ha dicho cosas horribles. Sus comentarios racistas se amontonan, desde que dijo que los inmigrantes mexicanos eran “criminales” y “violadores” hasta asegurar que el juez Gonzalo Curiel no podía ser imparcial debido a su “herencia mexicana”. Y hay muchos comentarios más.
Este es el Trump -venenoso en sus palabras, mentiroso y promotor de una insurrección- que pudiera regresar a la Casa Blanca dentro de tres años.
Mientras tanto, el daño ya está hecho. Las encuestas indican que millones de republicanos se han tragado las mentiras de Trump y creen que Biden es un Presidente ilegítimo. Esta es, tristemente, la misma conversación que durante décadas hemos tenido en varios países de América Latina. La verdad, nunca me imaginé que ocurriría también en Estados Unidos.
Es cierto, el sistema funcionó: Trump perdió y Biden está en la Casa Blanca. Mas no hay una garantía de que funcionará siempre. Por eso hay que resistir los intentos autoritarios de Trump.
Para que la democracia sobreviva en Estados Unidos, deben ser penalizados los que la pusieron en peligro. Varios de los manifestantes del 6 de enero ya han sido arrestados y sentenciados. Pero con Trump no ha pasado nada. El futuro del país depende, sin exagerar, de que el autor intelectual de la insurrección sea obligado a responder y a hacerse responsable de sus actos antidemocráticos. Hasta que eso no ocurra, la paz no regresará a Estados Unidos.
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