Hemos escuchado sobre el síndrome de “mamá gallina”, que es la madre que quiere tener a sus pollitos bajo el ala para tenerlos protegidos. Es lógico que las mamás quieran que sus hijos no sufran ningún daño y con los peligros de la inseguridad que se vive ahora las medidas de precaución se han vuelto más exigentes. Lo malo es cuando se ejerce una sobreprotección que limita su libertad y que provoca dependencia hacia la madre y que causa inseguridades y temores. Los hijos necesitan desarrollar su autonomía y tener confianza en sí mismos para que encuentren su propio camino y vivan su vida de acuerdo a sus aspiraciones. 

Como mamás, es difícil aceptar que esa personita a quien le dimos la vida tiene que seguir su ruta en libertad y nuestro papel es enseñarle a volar. Encontré una poesía de la Madre Teresa de Calcuta que explica maravillosamente cómo ser esa guía que las hijas e hijos necesitan y que aquí comparto: “Enseñarás a volar, pero no volarán tu vuelo. Enseñarás a soñar, pero no soñarán tu sueño. Enseñarás a vivir, pero no vivirán tu vida. Sin embargo& en cada vuelo, en cada vida, en cada sueño, perdurará siempre la huella del camino enseñado”. 

Aunque nosotras hayamos engendrado a los hijos, no nos pertenecen y no se puede decidir por ellos. Hay que protegerles y cuidarles con cariño, pero con espacio para que puedan desarrollar sus alas y permitir que ellos puedan crear sus propias experiencias y perspectivas del mundo.  

También existe la figura de la madre “helicóptero”. Se le llama así porque continuamente está vigilando y controlando a la criatura diciéndole lo que tiene que hacer. Frases como: camina y no corras porque te vas a caer, ponte el suéter que hace frio, y algunas otras que parecen bien intencionadas pero que se expresan como un mandato, y que en realidad obstaculizan su autonomía. Los niños pequeños son fácilmente manipulables y las mamás pueden decidir la ropa que se ponen, sus salidas, horarios, actividades, pero conforme crecen puede haber consecuencias si se mantiene una actitud absorbente y controladora. Hay que enseñar disciplina, pero no hacer lo que a ellos les corresponde de acuerdo a su edad y capacidades. 

Es reconfortante escuchar que un hijo te diga que los valores que le enseñaste le han servido para ser la persona adulta exitosa y realizada que es hoy. Es satisfactorio escuchar que te digan “gracias mamá por apoyarme siempre”; “gracias por motivarme a seguir mis sueños, gracias por decirme que estás orgullosa de mí, por aceptarme como soy y por decirme repetidamente cuánto me quieres”. 

No siempre podremos estar ahí con los hijos para defenderlos, para protegerlos, pero sí podemos hacer de ellos unas personas fuertes, seguras de sí mismas para que puedan vencer sus propios obstáculos y levantarse cuando tengan caídas. 

¡Es maravillosa esa sensación de ver a los hijos felices! ¡Felicidades mamás!

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