El fracaso militar ruso en Ucrania ha contradicho casi todas las predicciones. Primero llegó la humillante derrota a las puertas de Kiev. Luego vino la increíble guerra relámpago agonizante cuando la intentona de cercar a las fuerzas ucranias en el este, un terreno supuestamente más favorable, se ha convertido en una guerra de desgaste a cámara lenta.
Lo importante de este segundo revés ruso es que actúa recíprocamente con otra gran sorpresa: la extraordinaria -y, en algunos sentidos, desconcertante- eficacia, al menos de momento, de las sanciones económicas occidentales contra el régimen de Putin, sanciones que están funcionando de una manera inesperada. Tan pronto como empezó la guerra, se habló mucho de ejercer presión económica sobre el país invasor. La mayoría de los debates se centraron en las formas de cortar las exportaciones rusas, especialmente las ventas de petróleo y gas natural. Sin embargo, por desgracia, los movimientos significativos en ese frente han sido vergonzosamente escasos. El Gobierno de Biden ha prohibido las importaciones de petróleo ruso, pero esto tendrá poco efecto si otros países no siguen su ejemplo. Y Europa en particular todavía no ha dictado un embargo sobre el crudo ruso, por no hablar de emprender acciones decisivas para desengancharse de la dependencia del gas de Rusia.
En consecuencia, las exportaciones rusas se han mantenido, y el país parece ir camino de un superávit comercial récord. Así las cosas, ¿está ganando Putin la guerra económica? No, la está perdiendo. Este superávit creciente es un signo de debilidad, no de fortaleza, ya que refleja principalmente una caída de las importaciones del país, algo que incluso los analistas que cuentan con el favor del Estado aseguran que está lastrando su economía. En efecto, Rusia está ganando mucho dinero con la venta de petróleo y gas, pero le está resultando difícil utilizarlo para comprar lo que necesita, lo cual incluye, por lo visto, componentes fundamentales utilizados en la fabricación de tanques y otros equipos militares.
¿Por qué tiene Rusia, aparentemente, tantos problemas para comprar mercancías? Parte de la respuesta es que muchas de las democracias del mundo han prohibido que se le vendan toda una serie de artículos: armas, por supuesto, pero también componentes industriales que puedan, directa o indirectamente, servir para producirlas. No obstante, esto no puede ser todo, porque, al parecer, Rusia se ha quedado sin acceso a importaciones incluso de países que no han impuesto sanciones. Matt Klein, del blog The Overshoot, calcula que en marzo las exportaciones de las democracias aliadas con Rusia se habían reducido un 53% con respecto a sus niveles normales (y los primeros indicios apuntan a que en abril cayeron aún más). Pero es que las exportaciones de los países neutrales o prorrusos, entre ellos China, habían descendido casi lo mismo: un 45%.
En parte, esto podría reflejar, como indica Klein, el temor, también por parte de los países no aliados, a “estar en el lado malo de las sanciones”. Imagínese que es usted el consejero delegado de una empresa china que depende de los componentes producidos en Corea del Sur, Japón o Estados Unidos. Si cerrara ventas con Rusia que pudieran considerarse una ayuda a la guerra de Putin, ¿no le preocuparía que le impusieran sanciones también a usted?
Las penalizaciones al sistema financiero ruso, como la congelación de las reservas del banco central y la exclusión de algunos de los principales bancos privados de los sistemas de pago internacionales, también podrían estar complicando las importaciones. Puede que en Rusia estén entrando divisas fuertes, pero utilizarlas para comprar artículos en el exterior se ha vuelto difícil. No se pueden hacer negocios modernos con maletas llenas de billetes de 100 dólares.
Ahora bien, es posible que, con el tiempo, Rusia encuentre soluciones alternativas que eviten las sanciones occidentales. Pero tiempo es algo que no parece que Putin tenga. Como he dicho, todo apunta a que la guerra en Ucrania se ha convertido en una guerra de desgaste, y no parece probable que Putin vaya a ganarla. Rusia ha sufrido enormes pérdidas de equipo que no podrá reemplazar en breve, mientras que Ucrania está recibiendo gran cantidad de material de Occidente. No sería de extrañar que este conflicto terminara, y no a favor de Putin, antes de que Rusia encuentre la manera de sortear las sanciones occidentales.
Una observación final: el efecto de las sanciones contra Rusia ofrece una demostración gráfica, aunque terrible, de algo sobre lo que los economistas intentan llamar la atención a menudo, aunque rara vez logren hacer que se entienda: las importaciones, y no las exportaciones, son el elemento crucial del comercio internacional.
Es decir, los beneficios del comercio no deberían medirse en función de los puestos de trabajo que crea y de los ingresos que genera para las empresas exportadoras, cuyos trabajadores, al fin y al cabo, podrían dedicarse a otra cosa. Los beneficios del comercio se derivan más bien de los bienes y servicios útiles que otros países proporcionan a los ciudadanos del país receptor. Y registrar un superávit comercial no es una “ganancia”; si acaso, significa que le estás dando al mundo más de lo que recibes, obteniendo solo pagarés a cambio.
Sí, ya sé que, en la práctica, estas afirmaciones tienen salvedades. A veces, los superávits comerciales pueden ayudar a impulsar una economía débil, y si bien las importaciones enriquecen a un país, pueden desplazar y empobrecer a algunos trabajadores. Pero lo que pasa en Rusia ilustra la verdad esencial de estas observaciones. El superávit comercial ruso es un signo de debilidad, no de fortaleza; las exportaciones del país (por desgracia) se mantienen bien a pesar de su condición de Estado paria, pero su economía está quedando paralizada a causa del bloqueo de las importaciones.
Y eso, a su vez, significa que Putin está perdiendo tanto la guerra económica como la militar.
@PaulKrugman