Si se pudiera hacer un catálogo o especie de enciclopedia con los nombres y detalles pormenorizados de los mexicanos y mexicanas que en el poder o a la sombra de éste han amasado grandes, por no decir que inmensas fortunas, nos daría un soponcio, quedaríamos pasmados al conocer detalles.
Es que las descomunales riquezas que escurren, de una u otra manera desde la cima de lo político, a todos los niveles, resultan una muestra más de que la rapiña “institucionalizada” es forma de allegar caudales. Nuestro presidente actual, Andrés Manuel, en uno de esos sus muy propios arranques verbales, acaba de convocar a que, dado que el dinero se hace chiquito y las necesidades no disminuyen, entremos en una etapa de “austeridad franciscana”.
O sea que gastemos menos, midamos el comer, vestir y, sobre todo, no desperdiciar nada.
Eso de la parvedad de los discípulos del Pobrecillo de Asís, seguro que se lo sugirió Solalinde, un ex sacerdote, extraño en la fe, que dicen entra y sale de Palacio Nacional, como Pedro por su casa.
La convocatoria presidencial tiene un pero; éste se cifra, centra o precisa en lo magro del ingreso.
Entendamos que para el pudiente no existe problema, menos para AMLO y sus allegados, si suben de precio tortillas, frijol, chile, limón, cebolla, ya no digamos pan y leche, para quienes es tormento ajustar la moneda que ingresa -que es la misma de ayer- con los costos hacia arriba de la canasta básica, que arañan las nubes, es para la pobrería.
Imitar, alimentariamente al franciscanismo, quiere decir que la “jodidez” entró a muchísimos hogares mexicanos sin avisar, no tocó la puerta, se filtró y ya está en la mesa familiar.
¿Indica también, ese llamado presidencial, a que los que ya no alcanzan para guacamole coman solo serranos con tomate, “sopas de gato”, atole de puscua y nutrientes vegetales, descartando en esa dieta cualquier tipo de carne, incluido el pollo, cuyas vísceras eran baratas?
La convocatoria de don Andrés Manuel revela, sin lugar a dudas, que nuestro Mandatario no encuentra, junto con sus expertos en las finanzas públicas, la cuadratura del círculo financiero. Y como esa incapacidad los exhibe frente a una inflación que galopa, entonces don Andrés nos invita al “franciscanismo”.
El Presidente ha andado por todos los caminos, se ha llenado de polvo los zapatos; pero, realidad de verdad no creo que haya comido en una casa huichola, tarasca o en hogar de Las Joyas en León. Si hubiera probado bocado alimenticio en la Tarahumara o en Pinal de Amoles, ya no digamos en la selva de Chiapas, entonces entendería que es injusto y hasta ofensivo pedirle a quien tiene una escasa dieta, que la reduzca.
Sus genios financieros y él mismo están obligados no a llevar, sobre todo a los mexicanos más pobres, a la inanición, sino a poner en juego estrategias que deriven en el reparto justo de la riqueza. No, de ninguna manera con dádivas ni del gobierno y menos de los ricos que amasaron riqueza descomunal en el poder -que de generosos nada tienen- sino con empleos, trabajo, educación gratuita,sobre todo corrigiendo los gastos en obras faraónicas que como fijación ha tenido el tabasqueño.
Hablar del franciscanismo sin conocerlo, es atrevimiento y ofensa a los discípulos del Pobrecillo de Asís.
Nada más un dato, no para AMLO y sí a los lectores: En León, encabezados por fray Daniel Mireles, los discípulos del que dormía en un cama de tablas y con una calavera de lado, aplacaron la violencia de los vecinos coecillenses y reconstruyeron, en ese barrio, su templo, con pinturas de enorme valor artístico. Hicieron un teatro, llamado Fray Pedro de Gante, con el lema de “A Dios, por el Arte”. Erigieron, de la nada, desde parvulitos que comenzó en la huerta de doña Rita, lo que hoy es Universidad y otro plantel anexo.
O sea que la austeridad y la creatividad, la honradez sumada a eso que se llama visión, son el franciscanismo que debemos imitar.
Decía fray Daniel, para orientar al pueblo “Almuerza bien; come más, cena poco y largo vivirás”.
¿Entenderán eso los allegados a AMLO?