Si no ocurre una sorpresa -cada vez menos frecuentes en nuestra fracturada arena electoral-, al término de las elecciones del día de mañana la 4T habrá obtenido no solo el control sobre cuatro, tal vez cinco, estados, sino una ventaja que parecería casi insalvable en la carrera por la Presidencia en 2024. Un inocultable fracaso para la oposición y en particular para la deforme alianza tramada entre PRI, PAN y PRD que no ha sabido capitalizar los pequeños avances de las pasadas elecciones legislativas y de la Ciudad de México o al enfrentarse a la reforma energética. Que, pese a los constantes yerros, contradicciones, desplantes y fiascos del Presidente, no sea capaz siquiera de retener los lugares que ya controla, no tiene otra explicación que su propia parálisis e incapacidad.
Parecería que nada ha ocurrido y nos halláramos de nuevo en 2018: un escenario en donde el Presidente -y su brazo electoral- acapara toda la atención, toda la narrativa y toda la eficacia política -por momentos cínica y brutal- ante los partidos responsables de nuestra debacle en los 18 años previos: un PAN que desaprovechó la gran oportunidad de la alternancia y luego nos sumió torpe e irresponsablemente en la violencia descarnada que aún nos aqueja; un PRI del que lo único que se puede decir es que, como un fósil viviente, sigue siendo el mismo PRI de siempre: una máquina de corrupción, carente de ideología y principios, cada vez más avieso y marginal; y un PRD más irrelevante que nunca.
Frente a ellos, lo cierto es que el presidente López Obrador tiene cada vez más poder. De un lado, supo llevarse consigo a toda la izquierda que históricamente lo apoyó -y a la que mantiene en gran medida a su lado aun demostrándole, día con día, que sus políticas rara vez son de izquierda-; de otro, se apoderó de casi todo el electorado que antes votaba por el PRI, sumando sin descanso a sus antiguos cuadros y, con ellos, sus prácticas autoritarias y antidemocráticas; y, en fin, estableciendo pactos puntuales con un sector importante de empresarios, a quienes no cesa de garantizarles sus privilegios. Se trata de una coalición casi invencible: si no hay sorpresas, lo constataremos mañana.
México requiere, como todos los países, de frenos y controles: una oposición sólida -aún si no comulgamos con ella- es imprescindible para el buen funcionamiento de la democracia. Este domingo es probable que ya no queden dudas de que el futuro de la oposición no puede estar en la desvencijada Alianza: quienes se dedican a insistir en el voto útil y en sumar mecánicamente los votos de sus tres partidos -presionando, además, a Movimiento Ciudadano- no entienden que el puro rechazo a AMLO no es una bandera suficiente para que una mayoría de ciudadanos les otorgue su confianza, por decepcionados o hartos que se muestren con la 4T. Mientras el PAN siga sin reconocer los abismales errores de sus dos gobiernos -y en particular la guerra contra el narco- y mientras el PRI continúe siendo una pura máquina de extracción de recursos del erario hacia sus dirigentes, la oposición jamás logrará derrotar a Morena.
Sería tiempo, luego de esta catástrofe, de que los auténticos críticos que quedan por allí en el PAN, el PRI y el PRD animen una reconversión completa del espectro opositor. Lo mejor que podría ocurrir es que el PRI desapareciera por completo: una tendencia que irá acentuándose conforme Morena lo fagocite y ocupe su lugar. Algo semejante le pasará al PRD, que ya no significa prácticamente nada. Solo el PAN, a causa del espectro ideológico que representa, y Movimiento Ciudadano, que podría situarse en una suerte de centro progresista, tienen alguna oportunidad de futuro. Pero, otra vez, para este nuevo esquema tripartito es imprescindible que el PAN vuelva a sus orígenes y reconozca su responsabilidad en el aumento de la violencia y que MC en verdad elija candidatos acordes con su perfil en vez de cobijar casi cualquier alternativa por los peores motivos.
La culpa de que la 4T crezca e intente acumular todo el poder es culpa de nuestra lamentable oposición. Necesitamos otra.
@jvolpi