Cuando analizamos los tiempos políticos de México cometemos el error de no incorporar al análisis el enorme cambio que vive el mundo y que vuelve urgente no sólo que nos adaptemos, sino que lo aprovechemos.

Después de la grave crisis de 2008, los bancos centrales imprimieron dinero para paliar el colapso en el mercado inmobiliario y la debilidad de empresas financieras en países industrializados. Un incremento de esa magnitud en la oferta de lo que sea provoca que su precio caiga, y eso pasó con el dinero. Las tasas de interés bajaron a mínimos históricos, incluso llegando a tasas negativas en algunos países, por primera vez en la historia. El acceso a capital casi gratuito dio factibilidad a proyectos que, sin éste, no lo tendrían. También les dio un respiro a empresas y países muy endeudados. Éste se acabó. Llegó la inflación. La invasión a Ucrania la agrava al provocar una fuerte alza en los precios de hidrocarburos y alimentos, mientras que el encierro de 350 millones de chinos, por su política de cero Covid, volvió a interrumpir cadenas de suministro. La escasez eleva los precios.

El mundo vive tres procesos irreversibles y profundamente disruptivos: la desglobalización, la descarbonización y la demografía; tres D’s. La globalización trajo consigo grandes beneficios, permitiendo que fuerzas laborales de países muy poblados se incorporaran a procesos productivos globales, reduciendo significativamente el precio de bienes de consumo e incluso de servicios. Pero el Covid y la guerra han vuelto imprescindible regionalizar cadenas de valor y construir redundancias, como medidas para evitar nuevas interrupciones en el suministro de insumos. Esto encarecerá procesos productivos. Ningún país del mundo se podría beneficiar más que México de esa regionalización, gracias a nuestros 3 mil kilómetros de frontera con la economía más grande del mundo, que es -además- el epicentro de la extraordinaria revolución tecnológica que apenas empieza y que cambiará radicalmente cómo producimos, trabajamos, nos entretenemos y sanamos.

La urgente necesidad de reducir las emisiones contaminantes para detener el cambio climático ha hecho que la inversión global se vuelque hacia la generación de energías limpias, y también que se detenga totalmente la inversión en hidrocarburos. Pero la interrupción del suministro de gas y petróleo ruso subraya la necesidad, a corto plazo, de que otros países suplan ese faltante. El gas natural será el puente que permitirá el tránsito hacia energías limpias. EU será, nuevamente, el gran ganador pues proveerá a Europa con gas licuado. Arabia Saudita y Canadá (con arenas bituminosas) se beneficiarán también al cubrir los faltantes de petróleo. México podría invertir para desarrollar sus vastos yacimientos de gas, lo cual desarrollaría también nuestra industria petroquímica, pues el gas que hoy nos envía EU es “seco”, es decir que es su industria petroquímica la que se beneficia de éste. Nos urge también monetizar las reservas de petróleo en nuestro subsuelo, antes de que su mercado desaparezca y no valgan nada.

Se nos agota el tiempo. México sufre el mismo proceso de envejecimiento que vemos en economías desarrolladas, e incluso en otras que no lo son, como es el caso de China. La población de ese país podría reducirse a la mitad en los próximos 45 años, reflejando el impacto de su política de un hijo por pareja.

Seguimos exigiéndole a la oposición un líder carismático, cuando lo que necesitamos es uno que entienda nuestras ventajas relativas, que ponga la mesa para detonar un incremento sustancial en la inversión privada nacional y extranjera, que concentre recursos públicos con eficiencia en la construcción de infraestructura que nos haga competitivos e incite inversión privada complementaria.

México no resiste otro sexenio en manos de líderes que sólo se ven el ombligo y no entienden el profundo cambio que nos rodea. Tenemos los días contados para aprovechar oportunidades que no se repetirán. O nos incorporamos a un futuro próspero, o nos hundimos en un atraso progresivo y perenne.

@jorgesuarezv

 

 

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