El artificioso teatro que se montó en el Partido Revolucionario Institucional (PRI), luego del último evento electoral, hubiera sido muy positivo si sobre la mesa de análisis hubiesen quedado expuestos no únicamente los desatinos del evento reciente, sino además las lacras que ese organismo carga, por décadas, en su morral.

El evento se aderezó con dimes y diretes, que ofrecieron la nota periodística. Y la resistencia del actual líder, Alejandro Moreno, a que se fuera más al fondo. La militancia quedó en ascuas, los principios y programa de acción para nada se mencionaron. ¿Un mínimo remiendo en esos documentos, por el paso  del tiempo? Cero.

Eso nos muestra, por si hiciera falta, lo grave que es en democracia, el autoritarismo. Porque la anula y vuelve polvo. Y conste que los otros perdedores, como partidos políticos, no cantan mal las rancheras.

Durante décadas, aunque parecían no tener fin, el PRI presumía su jefe supremo, que era el Presidente de la República en funciones. Lo que él decía, el amanuense lo ejecutaba, a pie juntillas. Nadie se salía del huacal, porque la Silla del Águila concentraba todo.

Ese verticalismo era rígido y mayormente cuando, siempre por acuerdo superior, entraban a cargos de elección burócratas oficiales y de alcurnia, líderes sindicales, campesinos manipuladores y hasta dirigentes de actores. La ANDA, tenía escaños o curules.

Pero, llegó la 4T, con su partido Morena y su técnica de agandalle que, como en las peleas de gallos, le cortó las alas y no nada más eso al PRI, PAN, para dejar en condición agónica al PRD, al que ya nada más cuida y vela un Chucho.

No debe soslayarse que la emigración hacia el partido de AMLO debilitó a los viejos organismos. La Cuarta Transformación les dio cobijo, sustento político y hasta un estatus de intocables. Su riqueza bien o mal habida…¡a disfrutarla! Nadie les hará una cuenta, menos un reclamo. 

Frente a ese realismo, el priismo viejo no tuvo ni ha tenido la mínima capacidad para advertir que su hora final se avecina. Y no porque lo digamos nosotros , sino que los tambores de guerra de la realidad política anuncian el futuro ya no muy lejano.

El evento reciente de Toluca, presagia que el Estado de México entrará en la maleta de Morena. ¿A qué costo? Al que sea; para ello hay poder y dinero.

Mientras eso avanza, con estrategia ya conocida, los priistas, panistas y el rescoldo del perredismo, no se acuerdan que tienen un número, chico o grande de militantes, que hay que fortalecer en ideas, afianzar sus principios y cumplir con ellos sus normas estatutarias.

Los partidos políticos ven a Morena como tsunami y, por lo menos así lo demuestran, lo único que hacen es buscar la forma de protegerse.

Eso no es juicioso, sensato y menos inteligente.

Los partidos no oficiales, debieran plantearse la realidad tal como ella es. Y fortalecerse con sus cuadros ideológica y estructuralmente. Hacer lo del avestruz ahora no es de mediocres, sino de cobardes.

No han aparecido, en los partidos perdedores, talleres en donde se examine la realidad, se fortalezcan los principios, se instruya en la grandeza de la democracia. Nada de esos hay porque la avalancha morenista los ha paralizado. Necesitan, si es que creen de verdad en la pluralidad, que es esencia democrática, abrir los ojos y darle paso a la reflexión y a la acción.

En los partidos que no había democracia o que no se practicaba, que la haya y se haga al interior una dinámica permanente. Con cuadros formados en ideología y praxis, los partidos podrán enfrentar el autoritarismo que se fortalece desde Palacio Nacional.

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