La alevosa invasión rusa en Ucrania ha acaparado la atención de todos los diarios del mundo y ha planteado preguntas sobre la influencia que Rusia ejerce en distintas regiones del planeta.

Putin, otro tirano, quien lleva “solo” más de 20 años en el poder (le faltan otros 14), alarmado por la poderosa alianza militar de la OTAN con los países al oeste de los Urales, desea unir fuerzas en el hemisferio sur para crearle un conflicto geográfico y político a Washington por las sanciones impuestas como consecuencia de la anexión rusa de Crimea en 2014, y nada mejor que intentarlo con Brasil y Argentina, países tradicionalmente aliados a Estados Unidos. Ahí está un Bolsonaro, quien al igual que AMLO y otros tantos más, se negaron, al menos en un principio, a condenar la citada invasión.

Por supuesto que Rusia ve a México como un potencial aliado y socio estratégico, pero no ignora que Washington sigue con lupa los pasos de Putin al sur de su frontera, porque conoce las intenciones de éste de crear un orden internacional multipolar, para que Rusia recupere su estatus de actor global en el ámbito político. Al carecer el Kremlin de lucrativos intercambios comerciales con América Latina, estimula el arribo de gobiernos de izquierda a la región, tal y como acontece con Chile, Argentina, Bolivia, Perú, Venezuela y Cuba, El Salvador, Nicaragua y México, un listado suicida al que todavía no se podría agregar, por lo pronto, a Colombia.

Gabriel Boric, de Chile, a pesar de encabezar un gobierno de izquierda, declara: “Venezuela es una experiencia que ha fracasado y la principal demostración son los 6 millones de venezolanos en diáspora.” Pedro Castillo, de Perú, condena el régimen tiránico de Maduro, por lo que ninguno de ambos pretendería imponer un régimen comunista en sus respectivo países. Gustavo Petro, nuevo presidente de Colombia, declaró que “la imagen de Maduro no es la de un líder de izquierda, sino la de un integrante de las facciones más regresivas de la política mundial que están tratando de defender que el mundo permanezca en una economía fósil,” la misma que, puedo afirmar, AMLO desea imponer.

No prejuzguemos a Gustavo Petro, economista, un líder de izquierda progresista, quien ha llamado “a un gobierno por la vida, la paz y con justicia social y ambiental”, que propone un acuerdo nacional para que “la vida de las familias sea mejor.” Él nunca “ha pensado ni pensará en confiscar o menoscabar bienes ni expropiarlos”, ha rechazado un proyecto ciudadano para estatizar la recolección de basura, ha prometido que las madres ya no tendrán “que venir aquí a mostrar los rostros de sus hijos asesinados”; ha asegurado que luchará contra el calentamiento global, que detendrá la erosión de la Amazonia, puesto que “la ciencia nos ha dicho que como especie humana podemos perecer en el corto plazo.” 

Resulta imperativo concederle a Petro el beneficio de la duda, puesto que votó por él la generación más educada de la historia de Colombia y todavía falta mucho tiempo para poder afirmar que los colombianos pagarán muy cara su elección. ¿Qué fue guerrillero? ¡Sí! ¿No aprendió nada como senador.?

Petro aduce que “el sistema económico está roto, que depende demasiado de la exportación de petróleo y de un negocio floreciente e ilegal de cocaína, por lo que propone una reforma agraria “que se base en la producción y no en la extracción.” No olvidemos que el diablo le escrituró a México los veneros del petróleo. Petro desea promover la igualdad de las mujeres e incrementar los impuestos a las 4,000 más grandes fortunas.

En América Latina, un continente de reprobados, se impone la presencia de una izquierda inteligente, progresista, constructiva, propositiva que no gobierne con recetas extraídas del bote de la basura, sino con estrategias de vanguardia, como en su momento lo fueron las de Mitterand o las de Felipe González. ¿A dónde vamos con una izquierda como la de Castro o la de Maduro o la de López Obrador?

Si no deseamos una URSS latinoamericana iniciemos, entre otros objetivos, una revolución escolar para impedir que los populistas nos vuelvan a engañar.

¿AMLO desearía convertirse en el líder de una URSS Latinoamericana?

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