Nuestra historia se inicia en 1526, cuando la ciudad apenas estrena su nuevo topónimo -frente a las ruinas humeantes de Tenochtitlan- y Tenampi Cuautle, uno de los pocos nobles mexicas a quienes los españoles han permitido conservar el apellido, también se asombra con el nombre que le han impuesto: Diego; y concluye en 1985, cuando su lejano descendiente, Leonardo Cuautle, concluye su clase en la Escuela Nacional de Antropología e Historia con estas palabras: “Para algunos, las ruinas no solo llaman al recuerdo, sino al olvido. Olvidarlo todo puede ser trágico, pero no olvidar nada es mucho peor. Vivir es acostumbrarse a la pérdida y al consecuente olvido. Solo sobrevive quien olvida”. Un par de días después, la Ciudad de México se derrumba como un montón de piedras -eco de Pedro Páramo-, tan ilegibles como las que Leo mencionó en su curso.

Recordar -y olvidar- a partir de las ruinas de esa inabarcable metrópolis es la monumental tarea que se ha propuesto Pedro Ángel Palou en una novela que se atreve a llamar, simple y desafiante, México (2022). Una vibrante crónica que, a partir de tres familias, los Cuautle, los Santoveña y los Landero, a las cuales se suman ya en el siglo XIX los Sefamí, traza un doble mapa, físico e imaginario, de la Ciudad de México desde los tiempos de la conquista hasta las postrimerías del PRI, pasando por cada uno de los momentos significativos que ha atravesado la ciudad -y el territorio que también llamamos México-, con sus avatares y transformaciones.

Desde su primera página, Palou nos advierte que las ciudades son seres vivos que nacen, crecen, se multiplican y se extinguen, solo que México ha logrado sobrevivir gracias a su fascinante capacidad de adaptación, que sería como decir la de esos seres de carne y hueso que la hemos habitado en distintas épocas. En este inagotable fresco, la novela se ciñe a esa poética anunciada por Leo: como si fuera un individuo -o, más bien, una colonia de abejas o termitas-, México se empeña en recordar ciertos episodios, tanto aquellos que ligaríamos con la gran historia como la pequeña -o diminuta: esquinas, sabores, sonidos, puertas-, al tiempo que se desentiende de otros muchos -en la novela resultan tan significativos los silencios como los ruidos-, en busca de una identidad que se revela imposible o, más bien, ficticia.

Como si Darwin hubiera escrito una novela, a Palou no le importan tanto los individuos concretos -por más que siempre los retrate con esmero, preocupado por darles rasgos nunca anónimos-, cuanto los linajes: el lector poco a poco se da cuenta de que estos son los verdaderos protagonistas del libro. Acaso por ser poblano y no haber vivido nunca en la Ciudad de México, Palou se atreve a llegar allí donde Martín Luis Guzmán, Luis Spota, Carlos Fuentes, José Agustín o Juan Villoro solo apuntaron: a una novela sobre la ciudad con una visión perspicua, totalizante, la transposición más lograda en literatura de un mural de Rivera: un fascinante árbol genealógico que nos conduce de la agitada vida colonial a los estertores de la independencia, del primer Imperio a la catastrófica invasión estadounidense, de la Reforma al Porfiriato y, en fin, de la Revolución a la larga pax priista, siempre a través de los reacomodos, mutaciones, amores, traiciones y requiebros -la lucha por la supervivencia- de los Cuautle, los Landero, los Santoveña y los Sefamí.

A diferencia del mural de Palacio, que es una especie de fotografía, México es movimiento perpetuo: el raudo hilo de la Historia en la que cabe un sinfín de breves -y, aun así, apasionantes- vidas. La Ciudad de México, nos dice Palou, no existe sino en esos linajes trenzados -y en los miles que los circundan-: quinientas páginas y quinientos años que pasan en un suspiro que nos muestra, en cada estación y cada encuentro, los infinitos Méxicos que hay en México -y en México. Pocos novelistas se han arriesgado a tanto: no solo a crear universos -de Balzac a Fuentes-, sino una era completa. Con una ambición solo equivalente a su inteligencia, Palou ha reinventado la novela histórica llevándola a una cima que comparte con Noticias del imperio.

@jvolpi

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