La anarquía ha constituido uno de los conceptos pilares de la teoría de las relaciones internacionales y el reconocimiento de distintas fuentes políticas, económicas y militares de asimetría se traducen sin lugar a dudas en una jerarquía de facto. Una política exterior caracterizada por la asociación no nace solamente de condicionamientos estructurales externos ni del consenso entre grupos de poder y/o dominantes sino de una alianza establecida mediante mecanismos o herramientas jurídicas. En ese sentido, asociarse no es equivalente a alinearse, ya que se trata de una relación gestada por las partes involucradas que obedece a intereses compartidos.

La llegada de Joe Biden a la presidencia de los Estados Unidos dio paso a un giro importante en la relación con el Ejecutivo mexicano quien, no debe olvidarse, reconoció muy tardíamente el triunfo del demócrata quizá como señal de la buena relación existente con el ex presidente Trump, a saber.

La construcción bilateral basada en la vecindad geográfica es determinista, no se puede cambiar y la relación bilateral México-Estados Unidos, debido a la vecindad geopolítica como lo dado y no creado, es de tipo estructural.

Esta vecindad ineludible y las insondables asimetría e interdependencia hacen que se vuelva indispensable para esta relación el perfil de los funcionarios diplomáticos que son los que atajarán, mediarán y ayudarán a que diferencias en rubros estratégicos lleguen a buen puerto, más en esta época de coyunturas complicadas y surgimiento de nuevos actores que están impactando el balance del cacareado “nuevo orden” internacional; China y Rusia.

Los últimos acontecimientos muestran en los hechos que el gobierno de Biden tiene enormes semejanzas con la cuatroté de López Obrador. Ambos gozan de un desorden interno, disputas y peligrosos protagonismos. A raíz de la fallida reforma eléctrica y los cambios regulatorios surgieron las molestias de varias empresas estadounidenses con el régimen mexicano, diferencias que con la labor diplomática del embajador Ken Salazar fueron platicadas en Palacio Nacional con López Obrador; el Presidente recibió a las empresas y se zanjaron dudas, molestias y solicitudes. Pero al parecer el cable de comunicación entre Katherine Kai, representante de Comercio de los Estados Unidos y el del embajador Ken Salazar sufrió una avería que, al parecer, derivó en el torbellino de consultas sobre violaciones al T-MEC que ha colocado nuevamente al país en la arena de (interminable) tensión latente.

El asunto más allá de las derivaciones económico-políticas-comerciales ha pegado en la línea de flotación de la embajada de los Estados Unidos en México. El persistente trabajo diplomático quedó lastimado ante la solicitud de las mentadas consultas que en el reloj bilateral tienen que ser zanjadas antes del 15 de septiembre para evitar un efecto dominó de pronóstico reservado, sobre las secuelas en la arena político electoral de allá… y de acá.

Pero como peligrosos protagonismos sobran también entre los demócratas, qué más da en medio de un volátil contexto internacional desafiar al gigante chino con una visita a Taiwán pese a las abiertas señales de amenazas creíbles que tendrán un impacto global en el rubro económico y de seguridad internacional como si faltaran guerras, faltaba más.

La visita no era estratégica en estos momentos, pero sí pareciera más un capricho personal.

Los mismos que son tan dañinos y que destruyen instituciones, credibilidad y confianza.

Esos que atropellan el trabajo en equipo y sus resultados.

Las obstinaciones que la historia nos ha demostrado con hechos son un peligro para la humanidad.

Ni más, pero ni menos.

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