El Estado está obligado a imponer la paz. No es su opción: es su fundamento.
La Iglesia católica ha levantado la voz crítica en el angustioso tema del crimen. En buena hora. El llamado me incitó a conversar con mi amigo, el poeta católico Julio Hubard, sobre la responsabilidad ética del Estado de defender a los ciudadanos.
EK: El gobierno ha querido rodear de un aura religiosa a la política de “abrazos, no balazos”.
JH: La doctrina de la Iglesia católica ha sido consistente con el quinto mandamiento, “No matarás”, y desde su origen aclara la necesidad y presencia de un tribunal:
Habéis oído que se dijo a los antepasados: “No matarás”; y aquel que mate será reo ante el tribunal. Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal (Mt 5, 21-22).
-Es claro entonces que el perdón y “la otra mejilla” son facultades y virtudes de orden teológico y ético, no extendibles a una sociedad ni a su gobierno.
-La posición de la Iglesia católica está en el catecismo. Dice: “El homicidio voluntario de un inocente es gravemente contrario a la dignidad del ser humano, a la regla de oro y a la santidad del Creador. La ley que lo proscribe posee una validez universal: obliga a todos y a cada uno, siempre y en todas partes” (§ 2261). Y añade: “La legítima defensa puede ser no solamente un derecho, sino un deber grave, para el que es responsable de la vida de otro”. La autoridad es responsable de la defensa del bien común, y esto exige reducir al agresor, impedirle causar perjuicio, incluso con las armas.
-En esencia, el Estado está obligado a imponer la paz. No es su opción: es su fundamento. Para eso existe el derecho y el juramento: “cumplir y hacer cumplir…”.
-San Agustín y santo Tomás son clarísimos: no es función del gobernante perdonar pecados; su obligación es actuar contra los delitos, combatirlos con la ley en la mano y, llegado el caso, con la violencia legítima que, dentro de su territorio, es su prerrogativa fundamental.
-Sobre todo cuando, en el caso del crimen organizado, es un poder que se posesiona de una parte del territorio nacional. En el descuido de la seguridad, el presidente ha terminado por “privatizar” la soberanía: los nuevos dueños de territorios son grupos particulares, criminales: controlan su frontera, cobran su predial (“derecho de piso”, lo llaman) y los impuestos al comercio y el transporte: aguacate, limón, pollo…
-… y son soberanos precisamente porque adquirieron el monopolio de la fuerza.
-Hablemos de las otras ramas del cristianismo. Según Max Weber, la postulación del Estado como detentador único de la fuerza legítima es aún más terminante en el protestantismo.
-Alguien dirá que los puritanos fueron la excepción a la regla…
-… pero ningún cuáquero pretendió imponer a la sociedad su ética de pacifismo absoluto, ni incorporar sus convicciones a la Constitución, ni gobernar de acuerdo con ellas. Y por cierto, cuando la Guerra de Independencia o la Guerra Civil colocó a los puritanos en el brete de defender a sus mujeres e hijos, recurrieron a las armas. Es la trama de una película inolvidable de los cincuenta: Friendly persuasion. Los protagonistas -Gary Cooper y Anthony Perkins- no ofrecen “la otra mejilla” a los truhanes.
-Se ha traído a cuento a Gandhi. Resistió pacíficamente el dominio inglés y lo doblegó. Fue su mérito histórico, y el de Inglaterra (como él mismo reconoció).
-Además, Gandhi no quería el poder sino la independencia, y no opuso violencia contra la fuerza legítima del Estado.
-Hay otros equívocos. El gobierno mexicano sostiene que las condiciones de pobreza y marginalidad causan el crimen. Es preciso atender esos problemas acuciantes de manera integral. Pero verlos como causas del crimen es ofender la dignidad del pueblo. ¿No crees?
-Por supuesto. Si la ecuación fuera válida, no habría criminales entre la clase media y alta. ¡Y vaya que los hay! Zaid ha mostrado cuán falsa es la relación imaginaria entre pobreza y crimen; sobre todo, crimen organizado, que requiere no poco capital.
-Se argumenta que, cuando las causas de fondo desaparezcan, desaparecerá el crimen.
-Así hablaban los profetas milenaristas: cuando llegue la era mesiánica todo será paz y amor. Como nunca llega, el mensaje se vuelve irrefutable: la profecía se posterga siempre para el futuro.
-¿Qué concluimos?
-La frase “Abrazos, no balazos” carece de fundamento ético y jurídico. Y esconde una falacia esencial porque nadie pide a la autoridad matar a los criminales. La demanda es llevarlos ante el tribunal, juzgarlos, castigar sus actos de acuerdo a la ley.
-Te mando un abrazo.
-Otro de vuelta.
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