Si bien la pasada semana fue brutal para Guanajuato por la serie de ataques que sufrió, la presente no se ha quedado atrás. Un terrible asesinato arrancó la vida de un hijo al alcalde de Celaya. No hay más información, pero queda claro el mensaje de los criminales hacia los políticos.
La escalada de violencia entraña una evolución siniestra hacia el Estado fallido. Mientras, los ciudadanos miran estupefactos cómo las autoridades se pasan la bolita unas a otras, como si no fueran todas responsables de garantizar la seguridad y de constituir policías efectivas.
Rubén Aguilar Valenzuela nos explica en su reciente libro, “Jaque Mate al Crimen Organizado”, el éxito de Coahuila para restablecer la paz. Nos descubre que la piedra angular fue la voluntad del gobernador del estado, totalmente decidido a enfrentar y acabar con la delincuencia organizada, sabedor de que las soluciones no vendrían ni del Ejército ni de la Guardia Nacional. Se olvidaron de la Federación. Complementaron la estrategia la cancelación de yonqueras, casinos y máquinas de juego en tiendas de barrio, y finalmente una apuesta enorme en el tema de la educación, especialmente media y media superior.
Así podemos conformar una ecuación que en Coahuila resulta exitosa mientras en Guanajuato no lo es, porque carece de los elementos necesarios: voluntad política, rompimiento de medios financieros de la delincuencia y educación (los números en educación media en nuestro estado son muy malos). Los ayuntamientos, encabezados por sus alcaldes, deben de encajar en un proyecto que deje de asumir que, para que una localidad esté tranquila, debe de ser capturada por alguna banda, es decir, que se consiga un dueño. Eso es el infierno. Y todos deben comprometerse a combatir a los criminales, no a pactar con ellos. Para cambiar, se requieren cambios. Entiéndanlo bien.
Y mientras todas estas calamidades nos caen encima, en la capital del estado ponemos la sazón a la tragedia, mediante nuestro alcalde chacotero, que confunde la emergencia policiaca con una fiesta de disfraces. Y así apareció con un letrero en su espalda que decía “Sheriff”, enfundado en traje de faena militar, con la cabeza envuelta en una especie de shemagh táctico usado por los milicianos palestinos, mal ceñido, anteojos negros a medianoche, chaleco antibalas bien calado y una pistola tipo escuadra ajustada al cinto, para ahuyentar a cualquier malhechor que pudiese tener a la vista.
En Guanajuato Capital perseveramos en el desgobierno. Alejandro Navarro continúa montando su gran farsa, con la finalidad de engañar a bobos e ingenuos, haciéndoles creer que gobernar consiste en disfrazarse de bombero, barrendero, electricista, chofer o policía. Basta verle la cara al director de seguridad municipal, para percatarse de la incomodidad del funcionario ante el ridículo de su jefe, luciéndose como comando de fuerzas especiales y provocando mayor temor entre los ciudadanos, que acabaron corriendo despavoridos por las calles del centro de Guanajuato.
Pero la comedia no termina ahí, sino que se torna en tragedia porque Navarro comete un delito federal, perseguido de oficio, al portar un arma sin tener permiso para ello. Es muy posible que se trate de una escuadra 9 mm, cuyo uso está reservado para el ejército. Su simulacro policiaco, videograbado y publicitado por el propio alcalde, da como resultado la prueba de un acto delictuoso.
No es la primera vez que le sucede, atacó vías generales de telecomunicación y se videograbó cortando el internet a 17,000 suscriptores de la empresa Megacable. Ese es otro delito que fue debidamente denunciado. Para tratar de componer el error cometido, insiste en mentir, declarando que la pistola en realidad era una réplica de juguete, una pistolita de agua. Olvida que, desde hace muchos años, por Norma Oficial Mexicana no se producen juguetes que puedan ser confundidos con armas verdaderas. (NOM 161-SCFI-2003). Intenta, como siempre, engatusar a los tontos.
Ojo: en estos casos se evidencia claramente el pacto de impunidad que protege a políticos impresentables, ya que las instituciones encargadas de combatir estas conductas delictuosas no actúan, ni contra los peores criminales, ni contra los peores políticos.
Por desgracia, la farsa no solo envuelve al mitómano alcalde de Guanajuato, sino que se extiende a las fiscalías que no investigan nada, están de adorno, petrificadas. Mientras, la impunidad, y con ello el delito, impera en este estado.
MTOP