Hace un par de meses al entrar al baño de un restaurante en la Ciudad de México, saludé con un “buenas tardes” al encargado del aseo mientras me lavaba las manos. El joven empleado no me contestó. ¿Padecería algún tipo de sordera? Al salir después de depositar una generosa propina le disparé otro “buenas tardes”, a lo que ese humilde trabajador me respondió: “Yo no sé qué tenga de buenas tardes, señor, cuando llevo 5 años limpiando mingitorios. Me desafiaba abiertamente con una mirada cargada de frustración y coraje.
No podía retirarme a mi mesa después de semejante contestación. Mi interlocutor volvió a la cargada antes de lo previsto:
¿Ya se vio usted? ¿Ya me vio a mí? ¿Quién de los dos puede decir buenas tardes? ¿Usted, que se va a gastar en la comida con sus amigos o su familia lo que yo me gano en un mes, o yo, que volveré a meter la cabeza en los escusados? ¿Quién?
“¿Por qué no cambia de chamba?”, pregunté incómodo. “Porque no sé hacer nada, porque tuve que abandonar la escuela, porque sólo se barrer.” ¿Quién quiere que haga este trabajo sino los meros jodidos como yo? ¿Quién? ¿Cuántos hay como usted en México y cuántos hay como yo? Nomás dígame, a ver, me respondió.
Mejor váyase a sentar y ya no salude, sus saludos ofenden a los de mi clase. Créame que de a tiro parece burla.
¿Por qué abandonaste la escuela? -Porque embaracé a mi chava y había que mantener a los chamacos… ¿Chamacos?, cuestioné: ¿Pues cuántos tienes? -Dos repuso. ¿Y ya te hiciste la vasectomía sin bisturí, es gratis en los hospitales públicos? -No, tendré los hijos que Dios quiera. ¿Y Dios te los va a mantener? ¿Ya te ayuda a mantener los que ahora tienes? En ese momento se apenó y bajó la guardia. ¿Cuántos años tienes? 23, y mi vieja, 20. ¿Y ella trabaja? No, ¿quién quiere usted que cuide a los niños? Tener hijos sí pudiste, pero estudiar, no, ¿verdad? Silencio por respuesta. ¿Y piensas quedarte aquí limpiando baños el resto de tu vida? ¿No hay nada que te guste y te llame la atención?, insistí en mi interrogatorio sin que nadie nos interrumpiera.
-A mí me gusta la electricidad y mi tío tiene un taller eléctrico pero me dice que no sé ni cambiar un foco. Me encontré con la oportunidad dorada de poder ayudar: ¿Y a qué hora entras a chambear aquí? A las doce y salgo a las 8 de la noche. ¿Y tienes celular? -Me lo mostró. ¿Sabías que hay cursos gratuitos en internet de muchas especialidades entre las cuales puedes hallar la tuya? ¿Lo sabías? No, no lo sabía me contestó poniendo los ojos de plato.
Le sugerí que estudiara antes de llegar al restaurante y al llegar a su casa. Que yo regresaría a comer pasados unos meses, que se quemara las pestañas estudiando, que durmiera menos, que no dejara de esforzarse, que mejorara la calidad de vida de su familia, que sus hijos no podrían imitarlo limpiando escusados, que sin educación no habría nada, que aspirara a ser mejor cada día.
Este fin de semana volví y me encontré con mi amigo en los baños. Para mi sorpresa me informó que renunciaría en breve y que se emplearía con su tío en el taller. Estaba agradecido por el empujón. Ganaría un sueldo además de un destajo, un ingreso superior al salario mínimo del restaurante. Vuela alto, Genaro, solo vivimos una vez. Tus hijos se merecen lo mejor de ti. Le di mi número del celular. Avísame a donde estarás para mandarte clientes. El abrazo no se hizo esperar.
La labor de un Presidente de la República, entre otras más, debe consistir en invitar a la nación a la superación, al crecimiento personal, a la trascendencia, a rescatar a los marginados de la postración, a educar, a crear empleos, a despertar la ambición, a aplaudir las aspiraciones, a generar riqueza y prosperidad, en lugar de proponer la resignación y sugerir la pobreza franciscana, una política inhumana, cruel, inclemente originada en la incapacidad de crear el mínimo nivel de bienestar exigido por la más elemental dignidad humana. Ante la catastrófica gestión económica de la 4T resultó más conveniente para AMLO invitar a la nación a la miseria sin percatarse que ahí, en la indigencia, en la inopia, se encuentran las desesperantes condiciones sociales que podrían volver a despertar al México bronco del que nadie quiere acordarse.