Era el 16 de septiembre del 2005, cuando sujetos armados con R-15 ejecutaban en un restaurante al secretario de Seguridad Pública de Michoacán, que celebraba su cumpleaños. Días más tarde el presidente Vicente Fox anunciaba que reforzaría el operativo “México Seguro” en Michoacán, motivo por el cual envió cientos de soldados y policías a Morelia, que se sumaban a los que ya patrullaban Apatzingán y Aguililla. Esto sería el antecedente de la “Guerra de Calderón” un año más tarde, que atizó el avispero y rompió la “Pax Narca”.

Es oportuno parafrasear a Mario Vargas Llosa: ¿En qué momento la violencia jodió a México? El país aparentemente avanzaba con la firma del TLC, los mexicanos imaginaban que habían ingresado al Club VIP del primer mundo, e ingenuamente pensaban que el país debería ser pacífico. Pero ¿por qué imaginarían que de manera natural México debería vivir la utopía de Aldous Huxley de “Un Mundo Feliz”? Olvidaron que hay un México profundo, desigual, ofendido, que se cansó de tanto buscar y se perdió por no encontrar. Existen añejas deudas sociales: pobreza, falta de oportunidades para los jóvenes, corrupción, impunidad y un Estado débil que ha sido el contexto de la violencia. 

La sangrienta hecatombe delictiva no estalló de repente, de manera sorpresiva, existía el caldo de cultivo para que la violencia creciera de manera desmedida: México no había resuelto muchos de sus problemas, sino que los había escondido exitosamente bajo el tapete, desde el apogeo del régimen priista y luego los gobiernos de transición del PAN, que no saldaron deudas pendientes con una sociedad agraviada y enojada contra la clase política y el status quo.

El año 2005 tomó su curso enmarcado en secuestros y una criminalidad inédita, hechos que precipitaron el operativo “México Seguro” del gobierno foxista, sin resultado alguno. Así las cosas, Calderón declaró la Guerra al narco e irrumpió con el Ejército los territorios tradicionales que tenían los barones de la droga. Esto fue un factor desestabilizador para el negocio del narco, obligando a los cárteles a migrar a otros territorios que no les pertenecían, lo que generó una lucha encarnizada por el control de nuevas rutas y plazas. 

En su libro, el ex presidente Felipe Calderón revela el consejo que recibió de su antecesor, Vicente Fox, sobre el problema del narcotráfico: “Con el narco no hay que meterse jamás”. Cabe recordar que fue en la administración foxista que aparecieron los temibles Zetas, también La Familia Michoacana y se escapara “El Chapo” Guzmán. Además, se discurrió destruir al CISEN, el órgano de Inteligencia del Estado mexicano. Así, se vino abajo el andamiaje edificado durante años, donde la misión de inteligencia era generar notas esenciales de la anticipación y la predicción de eventos para tomar decisiones oportunas. 

La guerra de Calderón fue desastrosa. No había información de inteligencia porque el CISEN había sido desmantelado, por consiguiente no había un plan, salieron los soldados de sus cuarteles a aventar balazos a diestra y siniestra y dar palos de ciego, porque no identificaban al enemigo. Además, recordemos que el zar antidrogas de Calderón, el secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna, y los más altos mandos responsables del combate al narcotráfico, protegían a determinados cárteles. Actualmente están siendo juzgados en Estados Unidos por lavado de dinero y nexos con el crimen organizado. 

Es importante señalar que durante el gobierno calderonista nació la poderosa organización del CJNG, señalado en los últimos días por las autoridades como responsable de sembrar el terror en Guanajuato y Jalisco, incendiando carros y tiendas de conveniencia. 

En fin, la pax narca se rompió después de que el negocio de las drogas fuera históricamente calmo a lo largo de los años en México. Pero ¿quién es el responsable de atender esta situación de peligro y amenaza delincuencial para los ciudadanos? En el Derecho Positivo, en el artículo 21 de nuestra Ley Fundamental se encuentra respuesta a la pregunta anterior: “La Federación, los Estados y los Municipios, se coordinarán, en los términos que la ley señale, para garantizar la Seguridad Pública”. 

Desde luego que es responsabilidad del Estado mexicano recuperar la paz y garantizar la seguridad de toda la población, ese es su leitmotiv. Pero es importante entender que el Estado son todas las instituciones, incluidos los gobiernos estatales y municipales, que a menudo se sienten ajenos a esta pandemia criminal y terrorista y que durante décadas no han podido construir policías eficientes. A la fecha, ni los balazos de Calderón ni los abrazos de AMLO han sido la solución; peor aún ha sido la actuación de los gobernadores que, en los últimos doce años, el 50% se han visto envueltos en crímenes, actos de corrupción o lavado de dinero: “Han terminado presos, asesinados o investigados, han pasado de gobernadores a reos…” según narra Reforma. 

La pregunta esencial es ¿por qué un joven toma la decisión de reclutarse en un grupo criminal? La decisión está íntimamente ligada con la falta de expectativas; es decir, un joven que tiene la esperanza de ser un deportista, profesionista o un artista, no se involucra en acciones que pueden cercenar sus esperanzas.

“La violencia viene muchas veces del olvido, de la negación y del desprecio”: Javier Sicilia.

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