La Organización Mundial de la Salud define la obesidad como una acumulación anormal o excesiva de tejido adiposo. Hoy en día, esta condición es una seria amenaza para la salud pública en la mayoría de los países del mundo.
La obesidad afecta negativamente el bienestar físico, mental y, en la mayoría de las culturas, social. Es la causa de trece tipos diferentes de cáncer y se encuentra entre las principales causas de muerte y discapacidad.
Los resultados de la nueva Encuesta de Salud y Nutrición 2021 sobre Guanajuato, recién publicada, ha revelado datos alarmantes que muestran que las tasas de sobrepeso y obesidad han alcanzado proporciones epidémicas.
En menores de 5 años se encontró una prevalencia de sobrepeso y obesidad del 5% (26 mil 100 niños). Para la población escolar de 5 a 11 años la prevalencia de sobrepeso fue 18.7% (150 mil niños) y 22 % de obesidad (179 mil niños). 41 de cada 100 niños guanajuatenses tienen sobrepeso u obesidad.
En la población de 1 a 4 años se reportó un consumo habitual de bebidas endulzadas (86%) y botanas (61%), cifras muy cercanas o incluso mayores que algunos alimentos saludables como lácteos (68%) y frutas (60%). Para los escolares de 5 a 11 años, la proporción que consumió bebidas endulzadas fue 96% y 68% botanas dulces y postres; mientras que 77% consumía agua de manera habitual.
La prevalencia de sobrepeso (22.7%, 201 mil adolescentes) y obesidad (18.8%, 166 mil adolescentes) en la población de 12 a 19 años se encontró en 41.6%, lo cual resulta compatible con el porcentaje de adolescentes que reportaron consumir bebidas endulzadas de manera habitual (95%), proporción que resulta mayor a la encontrada para agua (67%).
La prevalencia de sobrepeso (34.1%) y obesidad (40.5%) en población de 20 años y más se encontró en 73%. En cuanto al consumo del grupo de alimentos de manera habitual, se reportó que una importante proporción consume alimentos no recomendables como las bebidas endulzadas (87%).
Se necesita un enfoque integral para contener esta epidemia. Intervenciones de política pública deben apuntar a los determinantes ambientales y comerciales de la mala alimentación. Parecen prometedoras las políticas fiscales, como los impuestos a las bebidas azucaradas o subsidios para adquirir alimentos saludables; restricciones a la comercialización de alimentos poco saludables en los niños; etiquetado nutricional obligatorio en el frente del paquete en todos los alimentos; la mejora del acceso a los servicios de control del sobrepeso y la obesidad en la atención primaria a la salud, y los esfuerzos en mejorar la dieta y la actividad física a lo largo de la vida.
En los entornos educativos para que tenga efectos generacionales deben implantarse acciones de educación y asesoramiento nutricional reglamentarios para aumentar la ingesta de frutas y verduras.
Hay evidencias exitosas, como las de Holanda que disminuyó el sobrepeso y obesidad infantil en 12% con numerosas intervenciones como la prohibición de jugo de frutas en las escuelas, colocación de bebederos de agua potable, provisión de clases de cocina, prohibición para que empresas de comida rápida patrocinen eventos en la ciudad y el subsidio de actividades para familias de bajos ingresos.
Debemos cambiar la narrativa continua de que abordar la obesidad es responsabilidad de la persona y no de la sociedad en general, incluidas las autoridades gubernamentales. Se ha demostrado que muchas veces se prioriza la actividad económica sobre la salud. En el Congreso de la Unión cada intervención legislativa que impacta a la industria alimentaria enfrenta una oposición considerable y poca voluntad política, siendo una barrera que debemos vencer.
La cobertura universal de salud a la cual tenemos todos derecho según la Carta Magna, tampoco evidencia qué acciones efectivas están a disposición para manejar la obesidad y el sobrepeso, por ejemplo, qué intervenciones farmacéuticas o quirúrgicas están cubiertas por los impuestos públicos.
Lograr una reducción considerable (más del 20%) y sostenida del peso corporal ha sido casi imposible con los medicamentos aprobados hasta ahora, por ejemplo en Europa apenas alcanza el 5%. Al parecer los nuevos medicamentos Semaglutida y Tirzepatida (que regulan el apetito y la ingesta alimentaria) lograrán llegar al 10% de reducción para que haya beneficios comprobables en salud.
Concluyo que ninguna intervención individual por sí sola podrá detener la epidemia que estamos observando. Será importante contar con un enfoque integral multisectorial, de no lograrlo, es probable que la obesidad supere al tabaquismo como el principal factor de riesgo de cáncer prevenible en las próximas décadas.
¡A trabajar! en las familias y en las políticas públicas.
MTOP