No hay necesidad de abrir la ventana toda para observar nuestra realidad histórica y reconocer del lado que, en un momento dado, nos encontramos. A poco en ocasiones, involuntariamente, aplaudimos y hasta apoyamos al tirano suponiéndolo nuestro salvador y a quien dio honra y vida por nosotros, le lanzamos un viva más protocolario que alimentado por la convicción.

¿Y a qué tan larga y confusa introducción? Puede pensar quien me lea.

Al grano: De palabra, banderitas, gritos y discursos oficiales y hasta escolares, celebramos las fiestas patrias, el 15 de septiembre. Luego del  bullicio, tal vez degustamos enchiladas y un pozole, para luego ir a la rutina cotidiana, o sea a dormir. Al otro día el desfile.

¿Fue todo? Sí. Ahí se ahoga nuestro patriotismo que debiera ir al fondo de un pasado ignominioso. O sea que la lucha a la que, sin un plan de guerra propiamente, convocó el Cura Miguel Hidalgo, fue grito contra la explotación a los naturales, rechazo a la ruindad con que se les trataba. Enfrentar la tiranía del encomendero y la villanía del marqués de Gálvez, quien proclamó que al súbdito le queda “callar y obedecer”.

Y por rutina, precaución o miedo, los ciudadanos seguimos siendo mudos, silentes ante quien nos atropella, engaña, viola nuestros derechos.   

Hay ignominias en el pasado y el presente, sobre las que conviene reflexionar, para hacer luz en la conciencia y exaltar los grandes valores  de ser ciudadanas y ciudadanos cabales.

Para mayor profundidad reflexiva, refiero que una vez derrotado el Cura Hidalgo fue fusilado con otros rebeldes. Anótese que Abasolo se libró al acogerse, a la prerrogativa de reconocer a Fernando VII como su rey y ser, a partir de ese momento, su vasallo; pero Hidalgo, Aldama, Allende y Jiménez no únicamente fueron fusilados, además se les cortó la cabeza.

Como trofeo fueron traídas a Guanajuato y para infundir mayor temor, colocadas en jaulas por las cuatro esquinas de la Alhóndiga de Granaditas.

Ustedes y yo podemos pensar ahora la razón por la que los rebeldes, que aún quedaban, no las bajaron. Se puede decir que por miedo, por cobardía.

Esa ignominiosa exhibición, duró allí nada más y nada menos que once años. Al bajarlas imaginamos que eran simplemente las osamentas, pues las aves de rapiña y el tiempo dieron cuenta de las gestas heroicas.

Este hecho, ignominioso sin lugar a dudas, califica o mejor dicho descalifica a no pocos  mexicanos de ese tiempo y a nosotros nos coloca en la urgencia de reconocer, si es que tenemos valor y conciencia, que no ya los españoles, que usaron más la espada que la cruz, sino los mismos mexicanos, nuestros compatriotas seudo redentores y revolucionarios, políticos de todos los colores han burlado a este pueblo, con argucias, engaños, muchas veces con nuestro mutismo, tolerancia y hasta complicidad.

Cobardes quienes no protestaron y menos se lanzaron a rescatar las heroicas cabezas de nuestros héroes de la Alhóndiga. Y nosotros ¿en qué nivel nos ubicamos cuando permitimos que los políticos de toda laya, exploten, muchas veces asesinen, se harten de poder y dinero a nuestra costa?

Parecería el momento de reflexionar que el viva a los héroes resulta hueco, vacío, si no asumimos un papel de ciudadanas y ciudadanos completos, libres y sin miedo a los explotadores que se esconden en siglas y banderas.

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