En julio pasado el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, expuso el tema del fentanilo en su reunión con su homólogo mexicano López Obrador, y el secretario de Estado, Antony Blinken, lo sacó en su reciente visita a nuestro País, como parte de los tópicos de importancia bilateral.
La razón es de terror, esta droga sintética opioide causó 107 mil 622 muertes en 2021 en EU; 93 mil 655 en 2020 y 71 mil 238 en 2019, y docenas de miles de personas afectadas física y psicológicamente, lo que ha significado un nuevo flagelo jamás imaginado para el Gobierno norteamericano.
¿Cuántas son 107 mil personas? Para ponerlo en mente, son las que llenan el Estadio Azteca, pero hay que imaginarlos a todos muertos, aunque ello parezca grotesco.
Si sumamos las cifras mortales de esos tres años en EU, sin tomar en cuenta la cantidad en 2018 y las que vayan en 2022, hablamos con horror que son, por mucho, mayor que la cantidad de los homicidios dolosos (133 mil) que van en este sexenio.
Son ya conocidas las imágenes de lo que se ha dado por llamar “zombies vivientes” a las personas afectadas por esta droga, esencialmente en Filadelfia y poco a poco en otros lugares de la Unión Americana, pero no tan concentrado como en el barrio donde se les permite consumir “con plena libertad”, porque así es en el País de las Libertades.
En México, el IMSS ya tiene registrada una treintena de muertes por sobredosis de fentanilo (según información por Transparencia pedida por Reporte Índigo), pero falta conocer los datos de otras instituciones tanto públicas como privadas.
Un amigo me contó que en una visita a la colonia Arboledas, en León, vio a tres jóvenes en condiciones exactamente como en los videos de Filadelfia, de lo que dedujo que ese narcótico está presente aquí, aunque las sustancias que más se trafican son la marihuana y el cristal, por encima de la cocaína.
Si el cristal lo consideran como una droga que causa mucho daño y adicción y que su posesión y distribución debería ser motivo de mayores penas, en el sistema de justicia, entonces el fentanilo no es otra cosa que la muerte materializada, que debe ser combatida.
Sus efectos son 50 veces más fuertes que la heroína y 100 veces más que la morfina; se señala que provocan una euforia y sensación de “felicidad total”, mientras dura, pero luego vienen las afecciones y la alta adicción que llevan a la muerte.
La Oficina de Control de Activos (OFAC) de Estados Unidos señala a los cárteles de Sinaloa y al de Jalisco Nueva Generación como los principales traficantes del fentanilo a su País, por esta razón han tratado de establecer estrategias conjuntas para frenarlos.
Claro que hay complicidades y grupos delictivos en Estados Unidos que llevan a término la distribución de las drogas en general, incluido el fentanilo. Por lo que las responsabilidades son compartidas.
Indagatorias de la DEA han encontrado que ahora el fentanilo lo mezclan con la cocaína, para bajar su precio y para provocar efectos más rápidos en los consumidores, pero eso incluye daños a la salud y la muerte.
El asombro no acaba, porque yendo aún más lejos los descubrimientos y las investigaciones detectaron otra droga que se llama carfentanilo, y otros análogos del fentanilo, pero aún más potentes, que empezarían a desplazar a su predecesor.
Aterrizando, no les queda otra cosa a los dos gobiernos que realizar acciones contundentes para el control y combate al tráfico de drogas en general, y no quedarse solo en eso, sino que los gobiernos de los estados y los municipios lo tengan no en planes sino en acciones verdaderas.
A la sociedad nos toca también estar al pendiente de nuestras familias y comentar y advertir todos los riesgos para prevenirlos y atender todos los casos de adicción, incipiente o avanzada que sea.
En México las muertes se dan por las guerras de los grupos criminales, pero no podemos permitir que a ello se sumen los decesos por consumo de drogas como el fentanilo.
LALC