Provisto con un discurso que justifica todas sus acciones, López Obrador ha demostrado su extrema habilidad política

Astucia, malicia, sentido de la oportunidad, fuerza, insolencia y absoluta falta de escrúpulos. Como pocas veces en este sexenio -y ninguna otra desde Carlos Salinas-, estas semanas hemos constatado la extrema habilidad política de nuestro príncipe: un hombre que, provisto con un discurso que justifica todas sus acciones -la batalla contra el pasado-, no duda en ejercer el poder a su antojo para alcanzar sus metas y destruir, en el camino, a sus rivales.

Uno de los grandes problemas de sus opositores es que, por enquistadas razones de clase, les fascina desdeñarlo con motes pedestres, lo cual solo contribuye a que continúen perdiendo casi todas las batallas en su contra.

Nos guste o no, Andrés Manuel López Obrador es el político más eficaz que hemos tenido en al menos tres décadas. Reconocerlo no implica que su conducta sea admirable ni borra la hubris que lo ha llevado a perder algunos combates: significa, simplemente, que en cuatro años de gobierno ha acumulado un poder que no habían tenido sus predecesores; que ha articulado una paradójica alianza que sostiene todas sus medidas -con los empresarios y los militares, sobre todo-; que se ha adueñado por entero del discurso público mientras sus enemigos apenas balbucean; que ha desarticulado a sus opositores a fuerza de cooptarlos o amenazarlos; y que ha logrado ser visto por la mayor parte de la población, a fuerza de repetir una y otra vez las mismas mentiras, como un líder impecable y justo.

Maquiavelo habría aplaudido: es como si, a sabiendas o por instinto, el macuspano hubiese puesto en práctica cada uno de sus consejos. La mayor fortaleza de un príncipe es el afecto de su gente, recomendaba el florentino, y desde hace décadas AMLO volcó toda su energía en cultivarlo. En un país brutalmente desigual, supo oír las quejas y exigencias de los desfavorecidos y articuló el poderoso discurso que lo condujo al poder y ahora le permite seguir protegiendo a los sectores más ricos y tomar un sinfín de medidas de derecha acusando a sus rivales de conservadores. Nada hay más importante que aparentar ser religioso, añade Maquiavelo: otro acierto del Presidente, aunque su religión equivalga solo a convencer a los demás de su decencia frente a la vileza de sus adversarios.

El príncipe nunca carece de razones legítimas para romper sus promesas, advierte El príncipe y, en otra parte, dice: la promesa dada fue una necesidad del pasado; la palabra rota, una necesidad del presente. Queda claro que esto ha ocurrido con la militarización que AMLO prometió desterrar y hoy alienta como nadie. Sabe, como Maquiavelo, que no existe relación entre la política y la moral. El caso más reciente: si el fin era apuntalar su alianza con el Ejército entregándole el control total de la seguridad pública, cualquier medio valía para obtener los votos necesarios. Ello implicó ridiculizar y amenazar a uno de los principales líderes de la oposición -un pobre diablo que solo aspira a no pisar la cárcel y a conservar sus privilegios- hasta doblegarlo. Como prescribe Maquiavelo: la afrenta que se hace a un hombre debe ser tal que no haya ocasión de temer su venganza. Tras la humillación, se le mima por un tiempo y se celebra su cambio de opinión. Lo mismo cuando se compra a un senador a quien días atrás se tachaba de traidor a la patria y hoy es un iluminado.

Hasta el momento, el Presidente no ha logrado satisfacer a los militares, pero ha obtenido algo aún más valioso: pulverizar a sus enemigos. Si el escenario no cambia, todo indica que podrá elegir cómodamente a su sucesora: sí, en femenino. Insisto: lo peor que pueden hacer sus opositores y críticos es minimizarlo o ridiculizarlo. Se trata de un adversario formidable y sería mejor reconocerlo. Para muchos, lo más desasosegante es que AMLO haya articulado un mensaje de moralidad extrema -no somos iguales- cuando día con día demuestra que la moral le es irrelevante. La culpa es, sin duda, nuestra: cualquiera que haya leído El príncipe debería haber previsto que no se puede confiar en ningún hombre obsesionado con el poder.

@jvolpi

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