La política activa es generalmente pasional. De ella muy pocos@ se escapan, menos cuando las confrontaciones pasan de las ideas formales a las críticas cáusticas y los intereses particulares o las ambiciones.

En ese tormento drástico, los gobernantes, líderes de partidos o simples militantes no es que se puedan extraviar sino que de hecho y con frecuencia pierden el sentido de las proporciones y caen en un pozo de verbalismo que les enturbia la mente y hasta llega al punto de degradar el lenguaje.

Ese fenómeno produce una nebulosa en los conceptos y hace que en lugar de entenderlos se anulen.

Para ilustrar esta teoría véase como nuestro Presidente, con la pretensión de utilizar lenguaje corrosivo contra sus oponentes, que no considera adversarios sino enemigos, ha caído, desde los inicios de sus mañaneras y fuera de ellas, en la práctica de calificar y sobre todo descalificar a cuantas y cuantos se oponen a sus directrices o no le son adictos.

Al respecto, los estudiosos, críticos, analistas y hasta políticos curiosos, le han registrado una enorme cantidad de expresiones que les endilga no a sus contrincantes sino hasta a quienes, repetimos, no están de acuerdo con él.

Sería ocioso y pérdida de espacio repetir aquí y ahora la tira de términos con que divide a los malos, o sea a quienes no están de coincidencia con él, frente a los actos que ejecuta o las ideas que propone. Eso, quiérase que no, es un abuso del poder supuesto, que se inhibe y hasta anula la diversidad de criterios y actitudes, que es elemento sustantivo de toda democracia.

Terminado este sexenio, sea quien resulte su sucesor o sucesora, la claridad crítica hará luz en estas tinieblas y entonces se verá el abuso y hasta perversión que se hizo del lenguaje desde Palacio Nacional.

Ahora bien: lo peor que pueden hacer los políticos es imitar a quien degrada formas, principalmente aquellas que enturbian el fondo ideológico o programático.

Cuando políticos y políticas caen en la práctica de lo soez o simplemente vulgar, dan a entender dos cosas: una, que para competir tomaron  el sendero de la ruindad, porque les falta talento, creatividad. Otra: que sus ideas, doctrina, formas de actuar, métodos, ni a ellos mismos los convencieron. Por lo mismo se tornan corrientura activa y hasta rumiantes.

En esa trampa cayeron hace poco algunos miembros del Partido Acción Nacional en Guanajuato.

Presumieron vulgaridad en vez de ideología y estrategia.

Con lenguaje arrabalero, mediante leperadas, que lanzaron a los cuatro vientos supuestamente para amedrentar a su oponente principal, no van a ganar adeptos. No, no porque los ciudadanos y ciudadanas esperen para un evento futuro un combate de flores en la lucha electoral, sino en razón de que los conceptos, ideas, principios, programas se desdibujan con la corrientura, se opacan y hasta anulan porque ese léxico que no utilizan ya ni los carretoneros es, en política, corrosivo.

Cada palabra tiene un valor y la bravuconería muestra siempre al pendenciero que no quiere ganar con votos en las urnas, con la ley en la mano, sino con sus arrebatos y ausencia de ideas sólidas y principios que conformen una mejor sociedad.

De la violencia  verbal a la violencia física hay muy poco espacio y las dos formas de proceder niegan la democracia. Nuestra historia está plagada de esos funestos ayeres cuando los perversos ganaban por la malagueña, pisoteando la razón y el derecho.

Los panistas que lo sean de verdad necesitan atemperar a cuantos se les metió humo en las neuronas, para que recuerden los ayeres, en no poco heroicos de ese partido. Los pioneros lo dieron todo: fe, tiempo, persistencia, confrontación de principios, para contribuir a la definición de un sistema democrático que, por cierto hoy lo amenaza el autoritarismo desde Palacio Nacional.

Y aclaremos, porque la verdad lo exige: no todo en el panismo ha sido miel sobre hojuelas, no; también han aparecido no prietitos sino hasta prietotes en el arroz. Abusivos, aventureros, demagogos y ricos de ahora, que antes de pintarse de azul, no tenían en los bolsillos sino una gran ambición.

A pesar o con todo y con tales bemoles, el panismo fue persistente, institucionalmente, en el ser y hacer para que se proyectara eso que es la democracia.

Los partidos opositores a la metodología de AMLO si quieren ganar en un futuro, no han de imitarlo, sino superar sus ocurrencias y métodos populistas con formas y programas, ideas y una lucha que, va a tardar, encaminada a dignificar al pueblo en su ser libertario y crecer con la justicia  bien ganada.

La democracia es, en ocasiones, tardía; pero acaba por triunfar.

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