Esta semana como que varias señales me orillaron a abordar este tema para los amables lectores: primero, recibí dos obras de Gonzalo Celorio un curtido escritor, consagrado, lingüista, multi premiado y Miembro de Número de la Academia Mexicana de la Lengua. Los temas, son sobre la vejez; aunque un poco mayor (74 años) que su servidor, esta etapa de vida lo inspiró (“De la vejez. El invierno tan temido”) y también el confinamiento obligado por la pandemia COVID-19, la enfermedad y la muerte (como mi obra “Reflexiones durante la Pandemia”). 

La otra obra, consta de dos tomos: “De la carrera de la edad”, colección de textos acumulados y seleccionados escritos en los últimos 40 años de su vida. Lo hizo en parte al cumplir 70 años y reflexionar sobre su edad y la fracción de su vida que le espera.

Segundo, hoy leí el artículo de Juan Villoro, también sobre el tema de la vejez y eso que acaba de cumplir el 24 de septiembre, solo 66 años (“La vejez actualizada” periódico AM, Secc. B, pág 5, 30/09/2022) donde explica de forma irónica y a su estilo, cómo a los viejos nos van “borrando de la vida” aun antes de morir; en los registros de pensionados exigen “pruebas de vida”; en los bancos para acceder a tus propias cuentas debes utilizar aplicaciones digitales no muy fáciles y entendibles para los de la tercera edad; y cómo a él mismo no le reconocen su firma actual que ha evolucionado a lo largo de 40 años cuando aperturó su cuenta bancaria y quieren que escriba la “J” de “Juan”, como lo hacía hace cuatro décadas, pero sin mostrarle el registro de antaño. Contradicciones de la vida.

Así fue como rememoré algunos episodios alusivos al tema; como cuando mi madre antes de morir y ya de avanzada edad (88 años), extravió su tarjeta de ahorros “Libretón” de BBVA, donde tenía poco más de diez mil pesos, luego enfermó y ya no podía ir al banco, y no le admitían una carta poder para mi hermana y retirar los fondos; luego falleció y como mi hermana Bertha tenía el formato de la apertura de la cuenta como beneficiaria única fue al banco a retirar ese dinero, pero tampoco hubo poder humano que autorizara en el banco dicho retiro, porque ellos no tenían el expediente. Hace poco falleció el padre de un amigo muy querido y dejó una cuenta en Banorte donde había señalado a él como beneficiario, eran treinta mil pesos, y le exigieron llevara un Juicio Intestamentario donde lo designaran albacea y un juez ordenara se le entregara el dinero, porque el nombramiento del beneficiario no le servía. Acudimos a un ex alumno de nombre Jesús Juárez González, apoderado y representante legal de ese banco, dijo nos ayudaría, pero solo quedó en eso, se volvió “ojo de hormiga” y se perdió el dinero.

Algunos y quizá hasta los amables lectores considerarán que esas cantidades de dinero son “una bicoca”, pero imagínense a los miles de personas de edad avanzada que los tratan así: hacen una ¡bicocota! para los bancos.

Ser viejo y en plenitud de facultades, tiene sus bemoles, por un lado pues se tienen muchas satisfacciones, experiencia, una visión panorámica de la vida, en algunos casos, un patrimonio consolidado, gustos definidos, una familia a veces muy amplia e integrada; pero en otros aspectos, pues se tienen algunas desventajas o vicisitudes que sortear; ya lo veíamos en los escritos de Gonzalo Celorio y de Villoro. En trámites burocráticos aunque por demagogia se exprese “atención especial o preferente a miembros de la tercera edad”, se sufren discriminaciones y hasta exclusiones en determinados lugares y circunstancias.

Para no desaprovechar los más de 21 años que laboré y coticé en el gobierno federal en distintas áreas administrativas y de justicia, hace poco más de tres años inicié trámites para obtener una pensión por esos años de servicio, por derecho. Acudí a las oficinas de la Delegación del ISSSTE y primero fue el calvario de recabar una a una las hojas únicas de servicio de cada dependencia, así tardé un año y luego en plena pandemia de COVID-19 me faltaba la de la Secretaría de Salud y allí me tardaron casi dos años en localizar mi expediente y extendérmela con su certificación; como otra coincidencia, el día de hoy entregué por fin ese último trámite en la oficina de prestaciones del ISSSTE aquí en León, para que lleven mi solicitud y trámite a Celaya, ciudad sede de la Delegación. Afortunadamente el personal que integra esta oficina a cargo del señor León y la señorita Gloria Espinoza, quienes me han atendido, son personas muy pacientes, educadas y con gran espíritu de servicio; he visto a lo largo de dos años como atienden a los jubilados y pensionados, ya de edad avanzada, de preferencia maestros, muchos maestros, siempre con diligencia y eficiencia.

Pero no todo ha sido miel sobre hojuelas, quienes me conocen y saben de mi vitalidad y de que estoy sano, trabajo en mi despacho todos los días y aunque gozo de suficientes ingresos para mi subsistencia más los que obtengo de otras actividades por escribir y culturales, aún así he procurado ayudar a varios familiares y amigos a tramitar sus beneficios con la pensión de la Secretaría del Bienestar, he acompañado a más de 10, quienes han obtenido ese ingreso bimestral, y en cambio por diversos errores y omisiones del personal, para mí mismo no he logrado obtenerla aún reuniendo los requisitos; ¿será por no necesitarla? El caso es que sirva de ejemplo, para ver cómo en esos casos hay miles de personas ancianas que sin orientación y sin apoyo alguno, ni siquiera ese ingreso obtienen. El llamado por el argot político, “Súper Delegado” licenciado Mauricio Hernández Núñez, brilla por su ausencia, solo se le ve allá de vez en cuando en los periódicos o noticieros, con su barba crecida un poco encanecida y con sus ojos vivos, listo para el cargo político que siga. Pero ¿será real, o un fantasma? Nunca lo he localizado para ayudar a la gente.

Solo temo que algún día como a Juan Villoro, me lleguen a pedir que escriba bien la “P” de “Paulino”, como la escribía hace 40 años, porque no la reconozcan en mi firma actual.

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