Muchos de los amables lectores seguramente recordarán a aquel mueble ya olvidado que llamábamos “ropero” y que quizá alguna vez vieron, sobre todo en casa de los abuelos (“…toma el llavero abuelita y enséñame tu ropero…” Francisco Gabilondo Soler “Cri Cri”).
Ahora los vemos en alguna que otra ocasión o en las casas de anticuarios. Eran muy bonitos de ebanistería de madera; los había de uno, hasta tres cuerpos; con o sin cajones; con espejos cortos en la parte superior o largos a toda la hoja o puerta. Se guardaba principalmente la ropa, de ahí su nombre, pero también servían para guardar diversos objetos.
Ya para fines de los años 50 declinó su uso y recuerdo que se empezaron a construir las nuevas casas ya en la Andrade, en la Arbide y en Jardines del Moral y se anunciaba pomposamente “recámaras con clóset”; de niños caminábamos por estas zonas y nos metíamos a ver las casas en construcción y ya identificábamos los huecos en las paredes de las recámaras preparados para construir los “clósets” de madera.
Hacia finales de 1957, ya en mi familia éramos nueve hermanos y mis padres; necesitábamos más recámaras para todos y principalmente para la separación de mujeres y hombres. Fue así que mi padre Policarpo y mi tío Apolonio, su hermano, que éramos vecinos, contrataron a unos “maestros” albañiles que sabían de construcción y tenían sus equipos de ayudantes.
El maestro de obra se llamaba Jesús Zapata; a sus ayudantes jóvenes, los dos muy güeros, pero uno pelirrojo, les decían “El Ruso” y “El Polaco”; después supimos que este último sí era descendiente de polacos avecindados aquí y se apellidaba “Smolinsky”; había otro señor más o menos de la edad de don Jesús; vivían por el rumbo de Piletas o de la Colonia España.
Construyeron tres recámaras hacia el fondo del terreno de la casa, a partir de la última construcción. Hacían muy buenos cimientos de cemento, piedra y granzón y también buenas dalas para los techos.
Lo novedoso del maestro Jesús fue precisamente que traía ya la construcción moderna de clósets en las recámaras y, adiós roperos. Pero esas construcciones iban a tener dos fallas que aparecieron años después.
La primera fue en la recámara de en medio, cuyo declive quedó ligeramente hacia el área lateral izquierda y el desagüe quedó en el centro, de tal manera que gran parte del agua se acumulaba en el extremo izquierdo en tanto la demás se desahogaba por el centro hacia el patio. Tiempo después mi padre y mi hermano mayor arreglaron ese error, abriendo una oquedad del lado izquierdo con un tubo ancho guía hacia el mismo patio y asunto arreglado.
La segunda falla, aparecería años después. Resulta que el vecino propietario de la finca de al lado, falleció. Después su esposa la puso en venta, la ofreció a los demás vecinos, como es costumbre, pero ninguno la adquirió; se la vendió a un tercero que decidió derrumbarla para una nueva construcción. Y ¡oh sorpresa! En tres días las recámaras quedaron a la intemperie por el lado colindante de esa casa, por la parte de los clósets.
Don Jesús y su ayudantes, para “ahorrar” espacio y material los habían construido hacia su fondo, enjarrando y pintando solamente la barda perimetral del vecino, sin construir nuestra propia barda perimetral en esa parte. Fue tremenda esa situación, pues la casa estuvo expuesta con esos tres accesos laterales al descubierto; se quitó la ropa y la carpintería para construir las bardas nuevas.
Ah, pero eso sí, Don Jesús Zapata nos llevó la novedad y modernidad de construirnos las recámaras con clósets. (Clóset: voz tomada del inglés americano closet -“armario”- que se usa en la mayor parte de América con el sentido de “armario construido en el hueco de una pared”. Es un anglicismo asentado en el español americano). 

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