En las revoluciones, guerras, de todos los tiempos y en el mundo entero, la mayoría de las veces, cuantos participan ignoran los fines o propósitos del alzamiento. En esa tesitura se pueden colocar casi todas las conflagraciones bélicas del mundo.
Claro que se dan excepciones como pudiera ser, en México, La Cristiada ya que en tal evento la mayor parte de los combatientes al grito de ¡Viva Cristo Rey! tenían noción de que su empeño y riesgo se encaminaba a lograr la libertad religiosa.
Este preámbulo se antoja necesario para entender que muchos o mejor dicho muchísimos combatientes en el mundo ignoran los reales o verdaderos propósitos de quienes propician y dirigen los conflictos. Son, ellos y ellas, casi siempre, víctimas de su ignorancia y si van a filas, en ocasiones son simple leva o por su edad los mandan a combatir, sin la más mínima visión de la realidad sociopolítica o económica que los altos mandos persiguen.
En esa tesitura es claro que muchos ucranianos, ellos y ellas, tienen idea de los propósitos del actual capitoste ruso, Vladimir Putin, que es anexarse territorios, ya independientes del bloque antiguo que él cree, aún pertenecen a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
En el fondo de lo que hemos planteado hay la idea de que en las guerras no pocos seres humanos son manipulados, usados, sin que tengan la mínima idea de los que se trata.
Lo anterior está escrito, documentado digamos, por una ganadora del Premio Nobel de Literatura en 2015, Svetlana Alexiévich, quien en su estudio de la guerra rusa contra los afganos, desnuda el terror y no solamente eso sino las trágicas secuelas personales y propiamente humanas, de la guerra.
¿A qué vas a la guerra? Se pregunta a sí mismo un combatiente. A matar o a que te maten, responde y añade que “no hay de otra”.
En un hospital hay muchos heridos, uno de ellos es un hombre sin piernas. Se arrastra, carece de prótesis. Duda en regresar a Moscú en donde lo espera su familia; se resiste a ir porque sabe que será terrible carga para los suyos. Trae un rollo de vales, que le fueron entregados por sus servicios pero carecen de valor real.
Los testimonios que recoge y transmite la autora, son de un nivel meditativo a profundidad, como este: “¿Qué significa vivir con la guerra y enfrentarla? Significa que nunca estás solo. Siempre hay dos: tú y ella o sea la guerra… En filas no teníamos mucha elección: olvidar el pasado de cada quien y cerrar la boca o volvernos locos y gritar. Lo segundo… nadie lo necesita. Y menos los que gobiernan. Tampoco nuestros familiares, porque la guerra no es de humanos”. Destroza a los seres aunque la ganen, refiere la autora.
Y abunda en otra referencia: “ En un cara a cara o tú o él, te vuelves perspicaz como lince. Disparas una ráfaga: tu adversario se agacha. Espera. ¿Quién será el siguiente? Todavía no has oído el disparo, pero ya sientes la bala pasando a tu lado. Te arrastras por entre las rocas… te escondes… le sigues como si fueras un cazador. Tu cuerpo es un resorte tenso. No respiras. Aguardas el momento… es el, cara a cara, yo podía llegar a matar con un golpe de la culata. Lo haces. Ya has matado. Estalla una aguda sensación: esta vez saliste con vida. Sigues vivo pero en el fondo sabes que no hay placer en asesinar a un hombre. Matas para que no te maten a tí. La guerra no es solo la muerte, hay algo más. La guerra tiene su propio olor, su propio sonido. Y lo que queda en ti es la desdicha para el resto de la vida”. Tu mente, el recuerdo y la conciencia, son carga muy pesada.
Svetlana, con su obra, nos obliga a meditar profundamente en las dimensiones y alcances de cualquier tipo de guerra. El que mata parece victorioso, pero se mata a la vez a sí mismo ya que la carga que llevará de por vida, será desquiciante, un trauma imborrable.
Meditemos y actuemos en favor de la Paz.