La generación de los “baby boomers” o nacidos después de la Segunda Guerra, también podríamos ser bautizados como los de la contracultura y la revolución hippie, la generación del rock en la música y muchas manifestaciones plásticas inspiradas en los estimulantes como la marihuana, el ácido lisérgico (LSD) y los hongos alucinógenos.
Muchos compañeros entraron en el mundo “groovy” de las drogas. Decían que iban a “prenderle la cola al diablo”. Algunos por curiosidad, experimentación o puro gusto fumaban marihuana como chacuaco. La cannabis es el psicotrópico más leve de los que se consumían, pero al igual que el alcohol, no la menos peligrosa. Recuerdo a un compañero de la universidad que celebraba el fin de cursos con un enorme “churro”. Nunca vimos efectos negativos en su responsabilidad o en su capacidad de sintetizar los problemas matemáticos más complejos en impecables apuntes. Era moderado.
El consumo de alcohol era lo más común en Guanajuato, un estimulante que no era mal visto a menos de que alguien fuera rijoso. A la distancia podemos ver los resultados en el destino de quienes abusaron y cayeron en el exceso.
Muchos se “quedaron arriba” y perdieron en su juventud la voluntad de construir una profesión, una familia o un destino. Atrapados en la adolescencia, perdieron capacidades cognitivas o quedaron alienados para siempre. Fueron muchas las tragedias familiares ante la imposibilidad de madres y padres de enderezar el destino de sus hijos.
También sabíamos que la puerta de entrada a drogas más duras era la marihuana. Muchos ponen en duda ese fenómeno pero lo vimos en vivo con amigos y compañeros que nunca regresaron de los “viajes” a la cordura.
Ahora las drogas tienen una potencia, popularidad y letalidad que no tenían en nuestra generación. El éxtasis, el fentanilo, las tachas y la cocaína crean una adicción que produce la violencia, el crimen y el dolor más grande que hayamos vivido en nuestra historia. La marihuana es el menor de los males, tal vez mucho menos letal que el alcohol. Sin embargo, eso no quiere decir que su consumo sea sano, seguro o edificante.
Cuando el ex presidente Vicente Fox recomienda que los padres proporcionen marihuana de la buena a sus hijos, pareciera que está empeñado en borrar la gesta histórica que logró con la alternancia. Verlo en una camiseta con el logo de una hoja de marihuana causa un choque intelectual.
Si seguimos en Twitter al ex Presidente, leemos cosas contradictorias: ideas claras para continuar la construcción de la democracia, seguidas de insultos al secretario de Gobernación, Adán Augusto López o el mensaje a los padres. El descuido en la redacción de sus tuits, indica que los hace sin edición, sin que nadie los revise en su contenido y forma. Por eso tal vez soltó la idea de que los padres deben ser buenos proveedores en el consumo de psicotrópicos para sus hijos.
Una cosa es vender pomadas medicinales a base de cannabinol y otra la promoción del consumo de marihuana; una cosa es promover la despenalización de las drogas y otra desfigurar su historia con banalidades. Aún quedamos muchos ciudadanos que admiramos la determinación y enjundia que llevó a Vicente Fox a lograr lo impensable: terminar con la llamada “dictadura perfecta”.
La marihuana no es la Coca Cola para promoverla en el mercado, ni Vicente es cualquier vendedor. Gobernó con limitaciones pero también con apertura y respeto a la pluralidad y las libertades (millones lo extrañan). Su lucha no debe perderse en el humo de la hierba sino enfocarse al apoyo de la sociedad democrática y abierta que está en peligro. Ahí sumará mucho más.
Prenderle la cola al diablo
La marihuana es el menor de los males, tal vez mucho menos letal que el alcohol. Sin embargo, eso no quiere decir que su consumo sea sano, seguro o edificante.