Lo ocurrido con el Reino Unido revela que cualquier sociedad, puede desmoronarse en un santiamén a fuerza de malas decisiones

En una escena que parece extraída de The Crown -o que la serie de seguro reproducirá en su última última temporada-, una empequeñecida y desfalleciente reina Isabel recibe en el Castillo de Balmoral a Liz Truss, la postrera en la larga lista de primeros ministros a quienes la monarca británica tuvo la obligación de saludar a lo largo de su dilatada carrera pública.

No mucho después de eso, en un destello del típico humor británico, el periódico The Daily Star colocó lado a lado una fotografía de la reluciente Truss y una lechuga iceberg, con una pregunta a pie de página que decía: “¿Puede sobrevivir Liz Truss a esta lechuga?”. Tras 45 días en el cargo -el más corto de la historia, aunque sin batir el récord de 45 minutos de nuestro Pedro Lascuráin-, el vegetal ha sido el claro vencedor de la contienda.

La dimisión de la primera ministra -la cual hasta el último segundo se resistió a aceptar, igual que su predecesor- no es sino el último episodio en una cadena de malas decisiones, o más bien de graves yerros históricos, que los británicos han cometido desde que otro dirigente conservador, David Cameron, tuviera la peregrina ocurrencia de someter a referéndum la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea. La nación que sigue asumiéndose como modelo de democracia y modernidad, heredera del imperio más vasto de la historia y de una tradición de pensamiento crítico y libertades cívicas sin parangón en otras partes, parece haber entrado en una irremediable fase de decadencia aupada por una clase política que, desde tiempos de Thatcher -sin olvidar la no menos ruinosa etapa de la Tercera Vía laborista- encarnó como ninguna otra en el planeta los dogmas del neoliberalismo -convertido hoy en neoconservadurismo neocon.

La británica parece ser una extraña vía hacia el abismo: primero, con el entusiasta involucramiento de Tony Blair (1997-2007) con la ilegal guerra de Irak, la pelea abierta de este con su sucesor, Gordon Brown (2007-2010) y luego con el Brexit y la desastrosa etapa conservadora de David Cameron (2010-2016), Theresa May (2016-2019), Boris Johnson (2019-2022) y la propia Truss. En todos los casos, su clase política al completo parece haber sucumbido a decisiones claramente irracionales, desde la decisión de apoyar a George W. Bush sin que hubiera motivos reales para la guerra hasta la abrupta salida de la Unión Europea, y luego las erráticas medidas económicas de May, el histrionismo erudito y fantoche de Johnson y el hundimiento de Truss, empeñada en bajarles impuestos a los más ricos, muestran un ensombrecimiento del juicio derivado de la pura ideología.

Desde Thatcher, los británicos han sido pioneros en abrazar políticas destinadas a desmantelar de un modo u otro tanto el Estado de bienestar como la alianza con Europa, creyendo que seguían un plan racional que, en todos estos años, no ha hecho sino volver al Reino Unido una sociedad más desigual, más precaria, menos conectada con el mundo y, a fin de cuentas, menos relevante y menos poderosa. La feroz austeridad de los noventa desmanteló la capacidad de acción del Estado -sobre todo en el área de la salud y de los servicios sociales-, la guerra de Irak arruinó la imagen abierta de su sociedad, y el neoliberalismo rampante de los primeros ministros conservadores, sumado al populismo fatuo e irresponsable encarnado por Johnson, ha creado una de las situaciones más volátiles entre las grandes economías del planeta.

Lo ocurrido con el Reino Unido -no muy distinto de lo que ha pasado en Estados Unidos con Bush y Trump y en muchas otras partes- revela que cualquier sociedad, incluso una tan próspera e ilustrada como la británica, puede desmoronarse en un santiamén a fuerza de malas decisiones, tanto de sus ciudadanos como de sus políticos, en espirales que luego resultan casi imposibles de detener. Una lección doble: para que los gobiernos progresistas dejen de adoptar políticas neoliberales -como la austeridad extrema- y para quienes, en todas partes, siguen presentándose como herederos de Thatcher y sus malogrados seguidores.

 

@jvolpi

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