Nuestro terruño, Guanajuato está en el top de los estados más sangrientos, con nuevas masacres. Esta semana el estado está clasificado de acuerdo con datos oficiales, duros, como el más violento del País.
No es algo para presumir. Es una terrible realidad de la que nos debemos avergonzar. Aunque esto está focalizado en las zonas y horarios conflictivos, donde los cárteles del narcotráfico se disputan negocios y territorios, en realidad la probabilidad nos sitúa a todos, cerca de que esta nos toque y es a final de cuentas, responsabilidad de todos. Es cierto que los crímenes que se dan, las masacres, los asesinatos, son del orden federal y esto corresponde al Presidente AMLO atenderlo, pero también es cierto que el gobierno estatal es corresponsable y los municipios.
Lo que es cierto, que la violencia es un reflejo de la descomposición social que ha generado por décadas un sistema económico que no da a todos, las mismas oportunidades. Es un síntoma de que el tejido social se rompió y que, desde edades tempranas, es tentador ingresar a estos negocios de la muerte a partir de historias de abandono y ruptura de los hilos de la vida, que mueve a la gente a enrolarse en las filas del terror. Los sicarios son cada vez más jóvenes. Son reclutados en edades tempranas y se dejan llevar por el espejismo del dinero fácil.
Para atender el problema de raíz y salvar a más niños y jóvenes de las drogas, de las garras de los cárteles y de las conductas de riesgo, se requieren instituciones, proyectos, recursos, que permitan que escuelas, anexos, internados, hagamos la labor de atenderles y acompañarles en la reinserción social. No es fácil. Nadie o pocos lo hacen. Los recursos federales y estatales han estado concentrados en el ataque con la fuerza hacia los criminales. Y se necesita, es cierto, pero está comprobado que ni siquiera la fuerza puede disuadirles si no hay un trabajo paciente, de vida, junto a los jóvenes que están en condiciones de vulnerabilidad.
Los datos de encuestas nacionales confirman que existe un perfil de los jóvenes sicarios y cómo se enrolan en esta industria. Los reconocemos en sus historias de vida desde la infancia y no es difícil comprobar en personas concretas, que el abandono, la pobreza, la violencia intrafamiliar, van acumulando rencores y esto lleva a buscar la ruta del crimen. Se pudieron haber salvado si en los momentos críticos hubiéramos intervenido personas e instituciones. Requerimos otro enfoque en la política social del gobierno. Verdaderos apóstoles del trabajo social en comunidades rurales y de suburbios que acompañen los procesos populares y educativos. De la misma manera, en las áreas educativas, donde existe la posibilidad en las secundarias públicas de hacer trabajo de contención junto a las familias.
Hoy les escribo desde Valdocco, aquí en Chapalita, en un taller de teatro para jóvenes en riesgo. Queda poco tiempo. Ha pasado una década y las cifras de crímenes no ceden. La localización geográfica es clara: la zona de corredor industrial de Irapuato a los Apaseos; son las periferias calientes de nuestras ciudades grandes; es la deserción al final de la secundaria. Este trabajo en las bases se debe acompañar de proyectos como el de reinserción social que hacemos en Ciudad del Niño Don Bosco, donde atendemos a todos los jóvenes que están en conflicto con la ley. La reconstrucción de sus historias, el deporte, el estudio, la sanación de espíritu, la consolación de todas las heridas que da la vida, son indispensables.
Pero aquí es donde el gobierno no pone un peso. Este trabajo se tiene que hacer sin recursos y con equipos multidisciplinarios, mucho con voluntarios y donativos que pepeno peso a peso con mis ruegos. Quisiera transformar las suburbans en internados, las armas en aulas, las campañas publicitarias de prevención en alimentos, para traer lo básico a donde hace falta. No será con marketing o modelos extranjeros como lograremos la reinserción social de los jóvenes. Es un trabajo de amor hecho por especialistas, sacerdotes, médicos, psicólogos, trabajadores sociales, educadores, con modelos de atención centrados en la reconstrucción de las historias personales. Atrás de un joven sicario, hay una historia de omisiones que hemos tenido como País. Somos corresponsables desde la omisión de crear empleos, de otorgar becas, de apoyar una iniciativa. No hay otra estrategia más efectiva, aunque lenta, que atender la violencia, reconstruyendo el tejido social y salvar a más jóvenes en vulnerabilidad.