El expresidente después de sus declaraciones (periódico AM, 20 octubre 2022) pidió “no confundir su mensaje a favor sobre el consumo de la marihuana legal” y señaló que “cuánta falta hace educar de qué se trata esta industria y se tome en serio y no en tono doloso y sarcástico. No viene a cuento”.
Con el afán de aportar en la materia de educación solicitada, me permito citar la editorial que aparecerá el mes entrante en la Gaceta Sanitaria 2022; 36
(6): 500-501 de los españoles Luis Sordo y Antonio Gual, quienes proponen y yo suscribo, que el cannabis recreativo (mota o marihuana en voz de Fox) y los cannabinoides terapéuticos, no deben ser mezclados ni agitados.
Señalan que los recientes debates sobre la legalización del consumo recreativo del cannabis y su autorización para uso terapéutico están provocando confusión a diferentes niveles. Acoto que en México le mal llaman consumo “lúdico”, que en español significa perteneciente o relativo al juego, y por supuesto, no creo que el cannabis recreativo sea un juego.
Los medios de comunicación, los responsables políticos e incluso parte de la comunidad científica están emitiendo mensajes contradictorios que provocan ideas erróneas en la opinión pública.
Con frecuencia se habla del cannabis como si fuera una sustancia con un único componente y un solo efecto, y de su posible uso terapéutico como si fuera simplemente un efecto secundario del uso recreativo. Al mismo tiempo, no siempre se explicita que su consumo fumado no es inocuo ni recomendable -esto lo omite el expresidente Fox y lo invito a enfatizarlo en sus futuras aclaraciones-
Así, se mezclan los efectos del posible medicamento “cannabis” con los de la droga recreativa, lo cual provoca que llegue a la población un mensaje sesgado sobre los potenciales efectos de ambos, sobre todo en los jóvenes.
Es necesario, dicen Sordo y Gual, aclarar los términos para delimitar los ámbitos de intervención.
La sociedad ha convivido con los opiáceos diferenciando los derivados de uso medicinal, como la morfina, de los de uso recreativo, como la heroína (diacetilmorfina). El cannabis y los opiáceos no son drogas equiparables, pero intentemos que los mensajes de sus diferentes empleos se ajusten a los efectos esperados de una manera similar. Transmitamos a la población mensajes claros sobre el cannabis, en sus diferentes formas y usos.
La planta de cannabis contiene más de cien cannabinoides, de los cuales dos son los más frecuentes: el -9-tetrahidrocannabinol (THC) y el cannabidiol (CBD). Estos se encuentran en diferentes concentraciones, dependiendo de la cepa de cannabis estudiada, y tienen efectos clínicos y farmacodinámicos bastante diferentes. La potencia del cannabis, en cuanto a sus efectos psicoactivos derivados de su uso recreativo, viene fundamentalmente determinada por la cantidad de THC que contiene; aunque su concentración ha ido aumentando en las últimas décadas, rara vez supera el 15%.
Los posibles efectos terapéuticos del cannabis tienen poco que ver con los efectos crónicos y agudos del consumo recreativo. Algunos cannabinoides, muy probablemente el CBD, pueden tener un futuro como medicamentos para aliviar el dolor. Pero este uso medicinal tiene que separarse del uso recreativo de la droga.
Hablar de cannabis en el contexto terapéutico (es decir, con supervisión médica) carece de precisión. Significa hablar de varios cannabinoides con potenciales efectos antagónicos simultáneamente. Cuando se estudien los efectos del cannabis, sería más útil separarlos según sus componentes activos, en especial sus dos principales: el THC y el CBD. Y limitemos el uso de la palabra “cannabis” a partes o concentraciones de la planta, evitando el empleo de términos como “marihuana” que están más abiertos a la interpretación.
La cuestión de si debe regularse el uso recreativo o el uso terapéutico debe abordarse por separado, con definiciones claras de los componentes que abarca. Hacerlo no es un mero ejercicio semántico. Ni el posible uso medicinal debe contaminar el debate sobre la regulación del consumo recreativo, ni las posibles connotaciones no científicas negativas del cannabis deben considerarse en su posible futuro como medicamento. Se trata de emplear la terminología con precisión en cada discusión y no mezclarla.
El debate del uso recreativo debería abordarse desde el punto de vista objetivo de la regulación de una sustancia cuyo consumo, como es el caso del alcohol y el tabaco, conlleva riesgos para la salud que los potenciales usuarios deben conocer, y corresponde a las autoridades sanitarias divulgarlos de manera bien diferenciada de los del consumo medicinal.
Regularizar el uso recreativo implicaría a una sustancia, no un medicamento que, aunque provenga de la misma planta, es una cuestión muy diferente. El debate de los cannabinoides debe afrontarse como el de cualquier otro medicamento. Son dos debates y no debemos seguir mezclándolos.
Yo no recomiendo el consumo de cannabis recreativo, sea comprado legal o ilegalmente.
MTOP