Las mañaneras no son conferencias, sino un ejercicio de mando “en vivo y en directo”. Un reality que define y altera la realidad.

De lunes a viernes, a partir de las 7 y hasta las 10 de la mañana -el tiempo al aire varía en función de la vehemencia de su conductor-, Andrés Manuel López Obrador gobierna el país. Sus conferencias de prensa mañaneras hace mucho que dejaron de serlo: no son comparecencias en las que el Presidente informa de alguna acción relevante y responde a las preguntas de los principales medios de comunicación, sino un ejercicio de mando en vivo y en directo. Si nos alejáramos un poco de un fenómeno al que los mexicanos hemos terminado por acostumbrarnos, veríamos que la escena posee tintes orwellianos: un líder con la capacidad de irrumpir a diario en los hogares de cualquier ciudadano, no con el objetivo de mantenerlo al tanto de su labor, sino para ser observado -y admirado- en el más puro y descarnado ejercicio del poder.

La justificación de esta singular forma de gobierno es, por supuesto, la transparencia: en el antiguo régimen, la política se llevaba a cabo en los oscuros salones de Palacio, al margen del escrutinio público, mientras ahora todos podemos contemplar cómo se dirigen los destinos de uno de los países más grandes del mundo. Sin duda, en los gobiernos autoritarios las decisiones son tomadas por el tirano en sus tenebrosos despachos, pero las democracias siempre aspiraron a la apertura: quienes detentan el Ejecutivo están obligados a rendir cuentas ante el Legislativo.

La transparencia que se invoca no es, pues, propia de la democracia, sino del exhibicionismo que caracteriza a nuestra época. No es que la política se haya convertido en espectáculo, como previó Debord: ahora el espectáculo es la política. Una de las características de ese neoliberalismo que AMLO tanto vapulea ha sido justo esa necesidad de transformarlo todo en propaganda: si la política es una mercancía no muy bien valorada, se vuelve imprescindible revestirla con la mejor mercadotecnia para garantizar su consumo.

Las mañaneras son la quintaesencia de este proceso: en vez de que, al modo del siglo XX, la propaganda enmascare a la política, aquí la propaganda es la política desnuda y sin intermediarios. Un instrumento que permite la abrumadora exposición del líder -no solo en la transmisión en vivo, que pocos tienen la paciencia de ver, sino en sus inacabables repeticiones, en los clips que circulan en redes e incluso en los artículos y columnas tanto de sus fieles como de sus detractores-, la reiteración de sus palabras y la exclusión de cualquier tema que escape a sus intereses. El Presidente no solo fija la agenda: es la agenda. Nada escapa a su control: se le pregunta de todo -o, más bien, se le incita a hablar de todo- como si no fuese un gobernante, sino un influencer con millones de followers. Si Hugo Chávez inauguró la tendencia con su programa de radio, y si Trump se convirtió en Presidente tras ser el conductor de un reality show, López Obrador va más lejos: día con día, su reality define y altera la realidad. En una época en que estamos obligados a mostrarnos sin tregua, solo él es omnipresente.

El formato del show contempla, como los late night en que se inspira, la presencia de invitados -funcionarios siempre nerviosos ante el escrutinio de su jefe-, momentos cómicos -a cargo de patiños que hacen las veces de reporteros-, la gustada sección “Quién es quién en las mentiras de la semana” -casi siempre plagada de mentiras- y clips e imágenes que evitan la monotonía de un mero talk show. Embebido en su papel, AMLO enhebra chistes, reflexiones y ocurrencias y a veces incluso pone música: los distractores light ante las órdenes inapelables que imparte a diestra y siniestra y las descalificaciones y burlas con que tunde a sus adversarios. Incluso las raras veces en que alguien acude a cuestionarlo, su incomodidad se vuelve parte del juego. La transparencia, aquí, jamás es transparente: más allá de los distractores, asistimos a un one man’s show con un solo objetivo que parece cerca de alcanzar: que México se convierta otra vez en un one man’s country.

 

@jvolpi

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