Mañana hay elecciones de medio término en Estados Unidos. Estará en juego el control del Congreso, varias gubernaturas y un número importante de cargos estatales que, dado el contexto, son cruciales para el futuro de la democracia estadounidense. En la Cámara de Representantes, lo más probable es que los republicanos ganen por un margen considerable. En el Senado, es posible que los demócratas logren la hazaña de mantener la mayoría por el margen mínimo, pero también podría ocurrir fácilmente que los republicanos emerjan con el control total de ambas cámaras.

Si así sucede, la presidencia de Joe Biden habrá terminado.

Los republicanos han anunciado que su agenda legislativa se concentrará en el boicot y la revancha. No sería imposible ver el principio de un proceso de destitución contra Biden y otros funcionarios de su gobierno, sin fundamento alguno, pero animado por la venganza trumpista. Hay varios gobiernos estatales, incluidos un buen número hasta ahora claramente demócratas, que se irán a la columna republicana.

En suma, incluso el mejor escenario es un mal escenario para el partido demócrata.

¿Cómo explicarlo?

Hay varios factores en juego. Los principales son la impopularidad de Joe Biden y las prioridades del electorado: economía y crimen. Si, históricamente, el partido del presidente en funciones tiende a perder escaños, con una economía, frágil, alta, inflación y criminalidad al alza, el asunto se complica mucho más. Durante los últimos meses, los demócratas insistieron en que los temas que debían importarle al electorado eran el futuro de la democracia estadounidense –claramente en riesgo– y la decisión de la Suprema Corte acabando con el derecho constitucional al aborto.

Los dos temas son muy importantes, sobra decirlo. Pero no son temas urgentes, como sí lo son el crimen y la economía.

Los republicanos lo entendieron y lo aprovecharon.

Eso no quiere decir que las consecuencias para la democracia de Estados Unidos no serán graves. El ejemplo perfecto es el estado de Arizona.

Los tres candidatos a cargos principales en Arizona comparten un par de factores en común: el respaldo entusiasta de Donald Trump y el negacionismo electoral.

Blake Masters, candidato a senador, es un multimillonario, político, primerizo y discípulo de Peter Thiel, un poderoso empresario conservador, que abiertamente duda de las virtudes de la democracia como sistema de gobierno. Mark Finchem, el candidato a secretario de Estado, encargado de ser el árbitro electoral, no solo repudia el triunfo legítimo de Joe Biden, sino que estuvo en el Capitolio en la insurrección del 6 de enero. Ha dicho abiertamente que quiere subvertir los procesos democráticos de Arizona. 

Pero quizá la figura más importante sea Kari Lake, candidata al gobierno de Arizona. Carismática, favorita de Donald Trump, antigua periodista de televisión y negacionista electoral irredimible, Lake es la estrella del movimiento conservador en Estados Unidos. Si gana, se convertirá inmediatamente en la favorita para ser la candidata vicepresidencial que acompañe a Trump en el 2024.

Entre otras cosas, Lake ha dicho que pretende declarar una invasión en la frontera de Arizona con México en las primeras horas de su gobierno. Hay un debate sobre si puede hacer algo así, pero la intención es suficiente. Cuando le entrevisté hace algunas semanas sobre la legitimidad de los procesos electorales, me dijo que Biden es un presidente ilegítimo y se resistió a decir si estaría dispuesta a reconocer su propia derrota en Arizona.

Ese es el tipo de candidatos que ha elegido el partido republicano en todo Estados Unidos. Su aparente éxito, que está por confirmarse mañana, invita a una conclusión ineludible: la democracia estadounidense se está diluyendo a pasos agigantados, y las consecuencias serán impredecibles.

Habrá quien lo festeje. Es una equivocación, pensando en Estados Unidos y también en sus aliados, entre los que se cuenta México, le guste o no al gobierno mexicano actual.

@LeonKrauze

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