Cuando aceptemos a la violencia y a la muerte como parte inherente a la sociedad, la civilización estará en riesgo, así como la contaminación ha puesto en jaque a nuestro planeta, con el debilitamiento de la capa de ozono y el calentamiento global.

Decía en un artículo mi amigo el maestro Tomás Bustos, que la salvación moral y de valores está en la reeducación de la sociedad, donde los primeros en recibir ese proceso deberán ser los políticos, los gobernantes, porque influyen, con la imitación lógica, en sus seguidores.

Es increíble e inaceptable que la violencia de pronto sea reconocida como parte del paisaje social y como una forma natural de ser del ser humano. Lo vemos en el conflicto de Ucrania, donde parece ser que 240 mil muertos a la fecha ya no conmueven ni asombran a nadie.

En nuestro país, los feminicidios parecen ya no impactar porque se suceden día tras día y solo algunos son noticia relevante, como los casos de Debanhi en Nuevo León y Ariadna en la CDMX, los que se hicieron notorios también por cuestiones políticas.

Los homicidios dolosos son pan de todos los días en el país, al grado que se van convirtiendo en un motivo de expresiones y manifestaciones de la “cultura popular”, como el niño que fue disfrazado de sicario, arrastrando un bulto, simulando un cadáver embolsado.

O el caso aquí en León del chofer del transporte público que adornó su unidad con dos embolsados y les colocó cartulinas con “narcomensajes”. Ambos hechos son deplorables porque en el primero, es lo que los papás le están inculcando a un niño y en el segundo porque un servidor público hace, de manera inconsciente, una apología del crimen.

Las masacres y atrocidades cometidas por células delictivas son la expresión más visible de la descomposición espiritual del ser humano. No se pueden esperar valores ni puntos de reflexión a quienes tienen en la delincuencia un modus vivendi y operandi.

Nuestro país suma docenas de masacres y Guanajuato es uno de los que lideran estas cifras macabras: cinco masacres en cinco meses, con saldo de más de 50 víctimas. Lo peor, es que se hacen más frecuentes como la del bar de Irapuato y enseguida la de otro bar en Apaseo el Alto.

Otro paisaje que se hace cotidiano en muchos estados y, entre los más frecuentes Guanajuato, son los ataques, incendios y bloqueos de vialidades por parte de los grupos criminales. En dos días, docenas de hechos de ese tipo en el sur de la entidad.

Las autoridades no pueden estar tranquilas porque ahora no son parte de la guerra de los cárteles, sino que van en contra de las instituciones, ya sea porque se incrementen los operativos en su contra o por la detención de sus líderes.

Al inicio y al final del día son agresiones aterrorizantes hacia la sociedad civil, porque atacan la propiedad, la integridad, la tranquilidad y la vida de los ciudadanos, y muestra de ello fue el asesinato de una joven pasajera del camión turístico, cuyo chofer no se detuvo y por lo cual fue baleado, en una carretera de Guanajuato.

La sucesión de hechos de esta clase sería interminable, por lo que es necesario detenernos a respirar un poco y retomar la reflexión de la forma en cómo la sociedad puede ser renovada, reeducada. 

De inicio, se requieren acciones con políticas públicas que, parece ser, no se darán en momentos de coyuntura y guerra política.

Cuando un líder (el que sea) usa la confrontación como sistema de gobierno, esto es un mensaje que llega al subconsciente social que lo toma como incitación a una guerra inacabable, a ver a un adversario, a un enemigo, en nuestro propio hermano. 

Lo que sí puede ocurrir es una iniciativa social, ciudadana, de construir esa reeducación e implantarla de lo particular, de lo grupal, de lo colectivo hacia lo social y general en nuestra nación, tan necesitada de paz.

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