Esa gran comunidad que se ha creado en León, de residentes provenientes de la Ciudad de México, antes denominada Distrito Federal, que aun cuando no tienen una localización definida, sino que se encuentran dispersos por la ciudad en diferentes zonas y estratos sociales, pero que son identificables por varias de sus características, hábitos, costumbres, forma de hablar, de conversar, de vestir y actividades muy definidas; les gusta que quienes colaboramos en los medios de comunicación o escribimos relatos, historias, anécdotas y pasajes de aquella ciudad, lo hagamos con frecuencia y lo más apegados a los detalles de lugares icónicos a los cuales a veces nos referimos.

En esta ocasión reproduciremos una entrega que gustó mucho referida al famosísimo y tradicional Teatro Blanquita que funcionó varios años, desde 1960 en que se inauguró, hasta el año 2015 en que cerró, en definitiva. “Las Noches del Blanquita”.

El título de esta entrega corresponde a una película que se filmó en 1981, bajo la dirección de Mario Hernández, cuyo argumento va en el sentido de presentar una alegoría o muestra de la forma en que trabajaban los artistas en este recinto tan popular del afamado Teatro Blanquita en la Ciudad de México, incluyendo un argumento sobre una trama que intercala el inicio de la vida de un artista joven, aprovechándose del amor y la pasión que le profesa una artista consagrada de mayor edad, interpretada por Lucha Villa. 

El reparto fue muy amplio caracterizado por cómicos y cantantes de la época; pero en este caso, servirá para relatar a los amables lectores las experiencias y algunas de las veces que tuve la fortuna de acudir a esos espectáculos, a donde nos solían recomendar los coterráneos leoneses cuando íbamos a aquella ciudad y que seguramente también lo hicieron varios de los miles de habitantes que por alguna razón acudían de visita, como turistas, a ver a algún familiar, a entregar mercancía de producción de piel como calzado, bolsa, cinturones o carteras y en ocasiones a cobrar el producto de esas ventas.

Fue así como en mi primer viaje a la Ciudad de México, al cual me he referido en otras ocasiones aunque con diferente temática, a instancias de mi hermano Ildefonso en 1968 no recuerdo si en el mes de julio o de agosto, conocí aquella gran ciudad y claro que, entre otros sitios que no podían faltar en esa visita incluimos entrar una noche al Teatro Blanquita a ver el famoso Show o Teatro de Revista con un formato para ese entonces ya muy explotado, desde los tiempos del Tívoli y del Politeama en donde se incluían sketches cómicos actuados bajo algún argumento; orquestación en vivo con actuaciones de diversos cantantes de la época entrelazados con estas pequeñas actuaciones chistosas de varios cómicos; con bailarinas con vestimentas fastuosas aunque con una especie de bikini con varios adornos. Y bailarines muy elegantes con efectos visuales y otros elementos de farándula, pulsadores, imitadores, magos, ventrílocuos, etc.

Recuerdo esa primera vez que ingresamos a la localidad de luneta, abajo, cerca del foro, cerca de los artistas pues; todas las localidades eran muy accesibles a la época, sobre todo las de balcón general; en ese entonces era un sueño para los leoneses de clase media y media baja acudir a un espectáculo así, con los artistas triunfadores y famosos del momento.

Nos sentamos y muy emocionados esperamos a que vocearan la tercera llamada. Esa noche estaba anunciado un show con el cantante argentino Palito Ortega quien estaba muy de moda y en auge en nuestro país con su canción “Corazón contento” y su presentación estaría enmarcada también con los arreglos e interpretación directa con la orquesta del maestro Dámaso Pérez Prado a ritmo de mambo; esa misma canción había sido popularizada, aparte de en Latinoamérica, también en España por la cantante Marisol, de tal manera que era un éxito. Durante el desarrollo de la Revista Cómico-Musical, habían tenido lugar las actuaciones de otros artistas también muy buenos aunque en segundo plano, así como también los clásicos cómicos del Teatro como lo eran, Joaquín García “El Borolas”, Adalberto Martínez “Resortes”, Mario García “El Harapos”, “El Chato Padilla”, a veces Fernando Soto “Mantequilla” quien con su sola presencia arrancaba los aplausos del público asistente, intencionalmente ya con unos minutos de avance aparecía en el juguete escénico como una especie de homenaje cotidiano a su trayectoria y popularidad y desarrollaban una breve escenificación de una pequeña obra cómica, con picardías, chistes y frases con albures en el clásico doble sentido muy mexicanos.

Después del intermedio retornaba algún buen cantante aún no consagrado o en proceso de maduración o algunos que ya venían en declive pero que aún conservaban su arte apreciado por el público o algún trío musical, algunos marionetistas y finalmente, lo que todos esperábamos, el artista estelar Palito Ortega con su cúmulo de canciones exitosas, para cerrar de manera espectacular con un arreglo especial de su canción “Corazón contento” y la intervención con broche de oro de Dámaso Pérez Prado y su numerosa orquesta con exóticas bailarinas de mambo, globos, confeti, luces y un final de fiesta que a todos dejaba satisfechos. Esos espectáculos se montaban y dependiendo de su aceptación se podían prolongar por algunas semanas o a veces hasta meses dependiendo de las entradas a las funciones.

Los leoneses podíamos gozar en la ciudad, de ese tipo de espectáculos solamente allá una vez al año con la llegada de la Caravana Corona en donde el formato era similar al de Teatro de Revista o bien, otro tipo de espectáculo de teatro serio con la carpa gigante del Teatro Tayita y en pocas ocasiones también con la Carpa-Teatro de los hermanos Medel con diversos cantantes, cómicos y bailarines; por ello les comento a los amables lectores que era una delicia ir a la ciudad de México para tener la oportunidad de acudir a estos y otros lugares de espectáculos.

Ya radicado en la Ciudad de México a partir de 1970, acudí innumerables ocasiones a ese recinto de entretenimiento, ubicado en la poética calle de San Juan de Letrán número 16, luego llamada Niño Pérdido y ahora Eje Central o Lázaro Cárdenas; cerca del Palacio de Bellas Artes, del Edificio de Correos al sur, y al norte cerca de la típica Plaza de Garibaldi.

Allí vi artistas de la época como Manolo Muñoz, Alberto Vázquez, Enrique Guzmán, Marco Antonio Muñiz, los Tríos Los Panchos, Los Tecolines, Los Tres Ases, Los Dandys, al ventrílocuo Carlos y sus muñecos Neto y Titino, a marionetistas, a los Polivoces, a los Kaluriz, a la imitadora Carmen Salinas y otros; pero un espectáculo que me dejó huella y que nunca he olvidado a la fecha por su elegancia, inspiración y riqueza musical fue el de Marianito Mores, el maestro pianista argentino emblemático del tango con su orquesta y acompañado por su hijo, interpretando sus éxitos, especialmente el tango “Uno”, con aquella orquestación y con un bandoneón desgarrando el silencio del Teatro con sus notas hirientes, dejando marcada el alma de los espectadores, haciendo las pausas exactas al piano y con la voz de Nito Mores, hijo del compositor, transmitiendo la inspiración de su padre, y como en un sueño bajo los efectos de una luz tenue aquella pareja de bailadores de tango que se movían a lo largo del escenario como flotando en una danza de sensualidad y pasión. Sin saber que poco tiempo después moriría muy joven Nito, dejando a su padre en la desolación.

Esa noche quedé conmovido por aquella atmósfera y marcado en un gusto especial por el tango que de vez en cuando suelo escuchar con algunos amigos.

No podía faltar entre los artistas más frecuentes exitosos y populares, por ser netamente del pueblo, la presencia periódica de José Alfredo Jiménez estrenando canciones y presentando a cantantes vernáculos que lanzaba al éxito con su magia y su toque excepcional de gran compositor, principalmente a Lucha Villa, y después a la que fuera su pareja Alicia Juárez; sus presentaciones abarrotaban el Teatro en todas las funciones y comentaban entre el público que nunca se negaba a atender a quienes solicitaban autógrafos, sin importarle que lo vieran ingiriendo bebidas embriagantes entre las pausas de aquellas sesiones. Inclusive se organizó allá por 1972 un concurso de canto dirigido por José Alfredo Jiménez, allí en el Teatro y el premio para los triunfadores, primero y segundo lugar, sería un contrato para cantar en tres funciones; participamos como 30 alumnos de varias escuelas de canto invitadas, interpreté la canción “Un Mundo Raro” y solo logré el tercer lugar, pero en las audiciones vespertinas del concurso en el Teatro vacío pude conocer ese mundo tras bambalinas, los mecanismos de telones, aditamentos, efectos, y sobre todo los camerinos, así como a la empresaria Margo Su. 

La labor que dejara al frente de ese centro de espectáculos para la historia de la vida artística en México la empresaria Margo Su, como se le conocía, aunque su nombre real era Margarita Su López, de ascendencia china, quedó para siempre en los anales del espectáculo en México, en donde aún resuena en los oídos de muchos asistentes al Teatro Blanquita aquella tonadilla que interpretaba toda la compañía con orquesta y bailarines levantando las piernas con simetría hacia un lado y luego hacia el otro: “Es el Blanquita, su teatro favorito, pues tenemos los mejores artistas y del mundo las mejores revistas…”

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