Lo primero que te llama la atención de Mike Pence es su amabilidad. El ex vicepresidente entró al cuarto de hotel donde íbamos a realizar la entrevista de televisión saludando a todos los camarógrafos y productores. Lo sorprendente es que alguien que trabajó con uno de los presidentes más rudos, mentirosos y groseros de la historia -Donald Trump- sea tan distinto a él.
¿Cómo trabajaron juntos por cuatro años? ¿Qué hacía cuando no estaba de acuerdo con el jefe? ¿Cuál era su papel como vicepresidente: apoyarlo con absoluta lealtad o cuestionar sus decisiones?
Mike Pence está promoviendo el único libro que ha escrito. Se llama So Help Me God (Que Dios me ayude) y en él narra su larga carrera política como congresista, gobernador de Indiana y luego vicepresidente. Pero el libro está lleno de anécdotas personales, de su conversión religiosa y de su muy pública pelea con Donald Trump luego de las elecciones presidenciales de noviembre del 2020. Pence cuenta cómo Trump lo presionó, en público y en privado, durante semanas para rechazar los resultados oficiales de las votaciones.
Pero Pence no cedió.
“El presidente Trump estaba equivocado”, escribió, “yo no tenía el derecho de anular la elección”. De hecho Trump perdió la elección por más de siete millones de votos. Pero eso nunca lo ha reconocido. Este importantísimo desacuerdo alejó a Pence de quien por años consideró su amigo.
Y luego Trump lo puso en peligro.
El 6 de enero del 2021 una turba, incitada por un discurso de Trump, se lanzó violentamente contra el Capitolio, invadiéndolo y destruyendo muchas áreas. Varias personas murieron. Algunos de los participantes en la insurrección iban gritando que querían “ahorcar” al vicepresidente. “Me mostraron un tuit que el Presidente había enviado diciendo que yo no tenía valor”, me dijo Pence durante la entrevista. “Las palabras y acciones del Presidente pusieron en peligro a mi familia y a todas las personas en el Capitolio”.
Pence y Trump no se hablan estos días.
“Yo siempre fui leal al presidente Donald Trump”, me explicó, sin entrar en detalles. “Y como cuento en mi libro, había veces en que teníamos diferencias de opinión, pero se las expresaba a él en privado. Creo que ese es el trabajo del vicepresidente de Estados Unidos: ser leal al Presidente excepto cuando interviene una lealtad mayor hacia Dios o a la Constitución”.
Su respuesta clarifica esa complicada relación entre un Presidente y un vicepresidente. Es, a veces, un pacto con el diablo.
Durante casi cuatro años, Pence nunca rompió con Trump. Solo lo hizo hasta el final de su Presidencia. Pero hubo muchos momentos en donde hubiera sido muy útil y sanador para el país escuchar su voz. No solo cuando separaron a miles de niños inmigrantes de sus padres, sino también cuando había que condenar el racismo.
“No puedo responder por las opiniones de otras personas”, me dijo Pence en la entrevista. “El Presidente tenía un estilo muy áspero y su retórica era muy distinta a la manera en que yo hablo. Somos hombres diferentes”.
Exacto. Pence y Trump son seres humanos muy distintos. Por eso es tan dificil imaginar cómo y por qué el ex vicepresidente soportó el trato y las palabras del Presidente por tanto tiempo.
Cuando le pregunté, antes de irse, si estaba considerando seriamente lanzarse como candidato a la Presidencia -y potencialmente enfrentarse a Trump por la nominación del Partido Republicano- no me contestó pero me dijo que sería una decisión familiar. “Somos una familia que cree en la oración”, comentó. “Y te prometo que te mantendré informado”.
Posdata en marcha. Con la marcha de mañana, el presidente López Obrador pretende llenar todo el Zócalo. Es un juego un poco infantil. Quiere demostrar su popularidad y que es más fuerte que la oposición. Pero lo que yo traigo en la cabeza son cifras y datos. Hace poco, en una mañanera, el Presidente dijo que el Zócalo se llenaba con 125 mil personas. Y en lo que va de su sexenio ya han sido asesinados más de 131 mil mexicanos. Es decir, toda la plaza central del país se podría llenar con los homicidios dolosos en este gobierno. Sería una imagen salida de Bardo, la nueva película de González Iñárritu. Pero, tristemente, es parte de nuestra brutal realidad.
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