El mundo se encuentra pendiente de los juegos de futbol que se están llevando a cabo en Qatar. Las emociones, la algarabía, las porras, las proezas…, todo un jolgorio de entretenimiento que como un velo borrascoso oculta la falta de respeto y garantía a los derechos humanos de grupos LGBTI, migrantes y mujeres.
Detrás de la persecución a una pelota está la persecución por la igualdad y autonomía de miles de mujeres que habitan en la sede del mundial de futbol. Ellas esperan, como los jugadores, anotar goles para lograr la consolidación de sus derechos.
Ayer vi un reportaje televisivo de un comentarista mexicano hablando muy positivamente de la situación de las mujeres en Qatar. Entrevistaron a unas pocas mujeres que presumían vestirse como quisieran con la ropa más moderna y fina, pero encima de su ajuar tenían que ponerse un vestido largo negro llamado abaya.
Manifestaron estar muy contentas por no tener que taparse el rostro como en otros lugares árabes y mencionaron invertir mucho en maquillaje, ya que es lo único que no tienen que cubrirse. Se mencionó que tenían acceso al voto y puestos políticos, así como tener un alto nivel educativo y acceso a puestos de trabajo.
Lo que no se mencionó es que, aunque puedan acudir a votar, un alto porcentaje de mujeres como hombres coincide en que las qataríes deberían consultar a sus esposos cuando voten en elecciones. Esta respuesta denota que las mujeres creen en su subordinación al hombre.
En puestos políticos muy pocas mujeres se postulan y casi ninguna es electa porque los valores patriarcales dominan la sociedad. Las mujeres de Qatar tienen poder de decisión limitado en ciertos campos de la función pública, como la educación y los asuntos sociales. Entre los mayores obstáculos para el empleo se encuentran las obligaciones familiares. Qatar es considerado un país moderno en relación a los derechos de las mujeres comparado con sus vecinos del Golfo.
Organismos internacionales develan que las qataríes requieren de una tutela masculina, su padre, hermano, abuelo y el marido al casarse. Muchas de las decisiones de las mujeres deben ser aprobadas por el tutor, tales como: casarse, trabajar, viajar. Una vez casada, la mujer debe obedecer a su marido y puede perder el apoyo financiero del esposo si decide trabajar, viajar o se niega a tener relaciones sexuales con él sin una razón “legítima”. Los hombres pueden tener hasta cuatro esposas sin solicitar autorización alguna.
Legalmente los maridos tienen prohibido dañar física o moralmente a sus esposas, pero no hay ninguna ley específica contra la violencia doméstica que las proteja ante posibles agresiones del marido o el tutor. Este sistema de tutela masculina es discriminatorio hacia las mujeres que son coartadas de su libertad y autonomía. La violencia permanece invisible y desapercibida para muchas cataríes que la han normalizado y la aceptan como parte de sus usos y costumbres. Aunque las leyes dicten que hay igualdad entre hombres y mujeres, la realidad es otra.
LALC