Hace un año, el bitcóin y otras criptomonedas se vendían a precios elevadísimos, con un valor de mercado combinado de alrededor de 3 billones de dólares; contaban con anuncios relucientes que mostraban a celebridades -el más infame, el de Matt Damon acompañado de la leyenda “Fortune Favors the Brave” (La fortuna favorece a los valientes)- llenaban las ondas hertzianas. Los políticos, incluido, por desgracia, el alcalde de Nueva York, se apresuraron a alinearse con la que parecía ser la mejor opción. A los escépticos como un servidor nos dijeron que sencillamente no entendíamos nada.
Desde entonces, los precios de los critpoactivos se han desplomado, mientras un creciente número de instituciones dedicadas a las criptomonedas han sufrido colapsos en medio de escandalosas acusaciones. La implosión de FTX, que al parecer usó el dinero de los depositantes para tratar de levantar a una firma de operaciones relacionada, acaparó los titulares de la mayoría de los periódicos, pero es solo una inscripción en una lista creciente.
Muchos dicen que estamos pasando por un “criptoinvierno”, pero eso es decir lo menos. Más bien se ve cada vez más como un Fimbulwinter, el invierno interminable que, en la mitología nórdica, precede al fin del mundo; en este caso, el criptomundo, no solo de las criptomonedas, sino de toda la idea de organizar la vida económica en torno a la famosa “cadena de bloques”.
Y me parece que la verdadera pregunta es por qué tanta gente -no solo los pequeños inversionistas ingenuos, sino también los actores financieros y empresariales importantes- se tragaron el cuento de que esta mala idea era la onda del futuro.
Una cadena de bloques es un libro de contabilidad digital asociado a un activo, que registra la historia de las transacciones de ese activo: quién se lo compró a quién, etc. El activo puede ser un token digital como un bitcóin, pero también puede ser solo una acción o incluso algo físico como un contenedor de transporte. Claro está que los libros de contabilidad no son ninguna novedad. Lo que distingue a las cadenas de bloques es que se supone que son libros de contabilidad descentralizados: no se encuentran en las computadoras de un solo banco u otra empresa; son de dominio público y están sustentados por protocolos que llevan a muchas personas a mantener registros en muchos servidores.
Todo el mundo me dice que estos protocolos son en extremo inteligentes y yo les creo. Sin embargo, la pregunta que nunca he oído o visto responder de manera satisfactoria es: “¿Para qué?”. ¿Por qué tomarse la molestia y el gasto de mantener un libro de contabilidad en muchos lugares y llevar ese libro de contabilidad de un lado a otro cada vez que se realiza una transacción?
El razonamiento original del bitcóin era que eliminaría la necesidad de confianza: no tendrías que preocuparte de que los bancos se quedaran con tu dinero o de que los gobiernos inflaran su valor. Sin embargo, en la realidad, los bancos rara vez roban los activos de sus clientes, mientras que las criptomonedas sucumben más fácilmente a la tentación, además de que la inflación extrema que destruye el valor del dinero suele ocurrir solo en medio del caos político.
A pesar de ello, había una justificación alternativa, más modesta, para usar la tecnología de la cadena de bloques, aunque no necesariamente aplica a las criptomonedas: se suponía que ofrecía una manera más segura y barata de llevar un control de las transacciones y de las cosas en general.
Ese sueño también parece estar agonizante.
Entre todo el ruido y la furia por FTX, no estoy seguro de cuánta gente se ha dado cuenta de que las pocas instituciones que intentaron seriamente hacer uso de las cadenas de bloques parecen estar desistiendo.
Hace cinco años, creímos que el anuncio de que la bolsa de valores de Australia planeaba usar una plataforma de cadena de bloques para compensar y liquidar operaciones era la gran cosa, una señal de aceptación generalizada. Hace dos semanas, canceló el plan sin hacer ruido y asumió 168 millones de dólares en pérdidas.
Maersk, el gigante del transporte marítimo, también anunció que va a poner fin a sus esfuerzos por utilizar una cadena de bloques para gestionar cadenas de suministro.
En un blog reciente, Tim Bray, quien solía trabajar para Amazon Web Services, nos contó por qué Amazon decidió no implementar su propia cadena de bloques, porque nadie le pudo contestar de manera convincente la pregunta: “¿para qué sirve?”.
Entonces, ¿cómo fue que esta iniciativa, que nunca resistió el escrutinio, cobró tanta importancia?
Tal vez se deba a una combinación de factores. La ideología política tuvo que ver: no todos los entusiastas de las criptomonedas son de derecha, pero la desconfianza en los bancos (todos sabemos quiénes los dirigen) y el dinero gestionado por el gobierno proporcionaron bases sólidas de apoyo.
El romanticismo de la alta tecnología también tuvo que ver, ya que la falta de comprensión propia del discurso de la industria de las criptodivisas durante un tiempo funcionó como un argumento de venta. Y luego, cuando los precios se dispararon, el miedo a perderse algo (además de los grandes desembolsos en mercadotecnia y la compra de influencia política) hizo que muchos otros entraran en la burbuja.
Es una historia sorprendente y, al mismo tiempo, trágica. No solo están los pequeños inversionistas que perdieron buena parte de sus ahorros, si no es que todos. La criptoburbuja ha tenido un costo enorme para la sociedad en conjunto. Por mencionar un ejemplo, la minería del bitcóin requiere una gran cantidad de energía, equivalente a la que necesitan muchos países; he tratado de calcular el valor de los recursos que se consumen para producir, en esencia, tokens sin valor y es probable que alcance las decenas de miles de millones de dólares, sin contar el daño ambiental.
Y a eso hay que agregar los costos asociados a otros tokens y los recursos consumidos en los esfuerzos frustrados por aplicar un enfoque de cadena de bloques a todo y tal vez estemos hablando de un desperdicio monumental.
Seguro que muchos seguirán insistiendo en que no lo entiendo. Pero en verdad parece que nunca hubo nada qué entender.
@PaulKrugman