Nuestro Presidente no es, ni poco, ni mucho, persona ilustrada. Sí estuvo en las aulas de la UNAM catorce años, pero su permanencia era irregular, de donde se infiere que su formación fue, en mucho, limitada.
Las teorías políticas, los conceptos, lo más seguro es que cuajaron o se fijaron en su cerebro para abrirle grandes luces al saber.
A poco la idea de “Por mi raza hablará el espíritu”, que es el lema de tan grandiosa institución, le parece a gente de ese corte ideológico, referencia al espíritu de Buda o de otro personaje mundial e histórico. 
El maestro oaxaqueño José Vasconcelos en una de sus obras póstumas, “En el ocaso de mi vida”, postula la verdadera época del carrancismo envilecido y sangriento, no era propio y menos oportuno que el Rector de la máxima casa de estudios en el continente, postulara al Espíritu Santo.
Y sin embargo así resultó. Cuando el sureño hizo su aportación, los ilustrados callaron y los ignorantes con mayor razón, para no provocar una respuesta que los exhibiera.
Ni los hombres fuertes de la Revolución, en ese momento tuvieron el atrevimiento de, sutileza mediocre, pedir aclaración y menos los radicales jacobinos y otra laya de extremistas que, por un tiempo, se fueron  al anonimato.
El lema estaba firme: “Por mi raza hablará el Espíritu Santo”.
Luego Vasconcelos sería el Secretario de Educación con Álvaro Obregón. 
Lo primero que hizo fue convocar a los mejores pintores de México: Tamayo, Siqueiros, Diego Rivera, para que convirtieran el edificio de la SEP en una gigantesca obra de arte. Muralismo creado para la eternidad.
Vasconcelos editó obras literarias para el pueblo, el presidente Álvaro Obregón hacía una poca de sorna.
Pasaron unos inditos buscando lugar para sentarse y le dijo el Presidente al Secretario: “Mire don José, esos son los que usted quiere culturizar”; contestó Vasconcelos altivo: “Sí señor Presidente, pero esa no es obra ni de un día, ni de un gobierno, la civilización es una obra eterna”.
Desde la Secretaría de Educación, el oaxaqueño imprimió muchas obras que se repartían regaladas al pueblo, tanto para enseñarlo a leer, como para que entendiera la grandeza de nuestra civilización.
En uno de esos pasajes se habla del Príncipe Feliz, al que le hicieron un monumento desde donde veía la población que debía haber transformado; un día se le  salieron dos lágrimas de los ojos, que cayeron sobre la paloma que tenía en el hombro. La paloma voló un poco hacia arriba para ver qué le pasaba al Príncipe y este le dijo:
“Sácame los ojos y llévaselos a aquella mujer que en una buhardilla hila y cose para que pueda sobrevivir con ellos, para que pueda comprar una maquinita que le sirva de mucho; si en mi reinado la hubiera descubierto, desde ese tiempo sería ella otra persona”.
A mis queridos lectores:
Por hoy hasta aquí le dejamos, porque me estoy atendiendo de tres trastornos con el especialista del Hospital Ángeles. Esperamos seguir vigentes, pero sin olvidar que AMLO descubrió el humanismo mexicano… ya hablaremos de esto.
 

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