Nuestro estado está en plena reactivación económica. Durante 10 años, de acuerdo a datos del INEGI, fuimos el estado con mayor dinamismo económico y con tasas bajas de inseguridad, aunque con un enorme rezago en la distribución de la riqueza, de acuerdo con datos de Coneval. 
Como sea, los gobiernos panistas mostraron que era posible gobernar creando riqueza con un modelo de economía abierta girando alrededor de la atracción de inversiones extranjeras. Con un partido monolítico y controlado por un grupo político ultraconservador, logró canalizar la participación social y empresarial para mantener estable a la región.
Por casi 20 años he tratado de señalar aquellos aspectos de gobierno que no han funcionado y reconociendo lo que han hecho bien. Todo, menos que aplaudidor. No he dejado de reconocer lo que se ha avanzado en cuestiones de salud, de educación y hasta donde se han dado, con restricciones, en el área de desarrollo social y agropecuario. Pero hoy, todo este cielo azul está cambiando. La 4T transformó el panorama electoral nacional. Con AMLO cambió no solo una manera de gobernar con discursos conectados con las mayorías, buscando hacernos voltear a las mayorías pobres. Votaciones a mano alzada, lenguaje popular, privilegio presupuestal al gasto social y un olvido por el discurso tradicional. Su plan de gobierno, en resumen, ha sido repartir recursos públicos por la enorme deuda que teníamos con las mayorías pobres, aunque con el peligro de transformar los padrones de beneficiarios en votantes y acarreados.
El PAN, con más de tres décadas en el poder, se acostumbró a una oposición débil, simbólica, donde el hoy inexistente PRI apenas susurraba aliento. La falta de competencia fue haciendo que el partido se sintiera cómodo en el devenir con el tiempo. Mayoría en el Congreso, alianzas con las fuerzas sociales preponderantemente afines, Consejos ciudadanos siempre presididos por empresarios afines, todo haciendo que esta fuerza política pensara que podría ser casi eterna. Tanto, que los gabinetes estatales repitieran el esquema de décadas: el partido es la nómina. 
Morena conducido por AMLO ha ido paulatinamente ganando preferencias, captando a votantes de esas mayorías pobres que votan con sus hartazgos, resentimientos y facturas que no se olvidan y se cobran. Abonadas en Guanajuato estas voluntades, con medio millón de apoyos entregados a los más pobres a nombre del presidente AMLO, se han ido convirtiendo en aquello que medimos sistemáticamente por años: la propensión ya, a alternancias políticas en Guanajuato hacia posiciones liberales.
Los datos “duros” de la investigación de mercado son una fuente de toma de decisiones: 3 de cada 4 guanajuatenses se siente inseguro y siente en los bolsillos la falta de ingreso, aún con la recuperación de la industria automotriz. Todo cambió con AMLO, el dueño de la popularidad. Él no habla de “ciudadanía”, sino de “pueblo”. Ya no es el predominio de los de arriba sino de los de abajo. Ahora el pueblo pide gobiernos austeros, de testimonio. Hoy son tiempos de laicismo y de liberalismo ideológico, de privilegiar a los más pobres; son tiempos de escuchar más y hablar menos. 
Toca que el PAN, para seguir siendo gobierno, se concentre más en la gente y no en el discurso; que sea “tanto pueblo como sea posible y tanto gobierno como sea necesario”; que incruste a una nueva generación ciudadana de funcionarios públicos con el apego al pueblo; que la equidad social sea el pivote del gobierno en el discurso y en el presupuesto; que se den gestos de austeridad republicana; y que se incrementen los impuestos a las enormes riquezas. Que nosotros como sociedad y empresas sigamos arriesgando e invirtiendo. Que metamos confianza a las generaciones de jóvenes emprendedores de que nada es gratis, que el bienestar nace del esfuerzo y no de extender la mano por la dádiva.
La visita de Marcelo Ebrard esta semana a León, el siempre candidato presidencial, la opción moderada y de reconciliación nacional, es una posibilidad –ante el escenario seguro de que Morena arrase en las elecciones del 2024- que tiene México para dejar atrás el discurso de la división y el odio que escupe a diario el presidente López Obrador. Tenemos que entender que se trata de compartir más la riqueza concentrada en pocas manos. Esa es la petición en las calles, es el sentir del pueblo. Son la gente sencilla y sus sufrimientos los que nos hacen ver la realidad para identificar proyectos que ayuden al gobierno, a sentir con el pueblo.
 

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