Desde hace al menos un par de años, las manifestaciones antisemitas han aumentado en Estados Unidos. El año pasado, la Liga Antidifamación registró 2,717 incidentes antisemitas en el país, 34% más que el 2020 y la cifra más alta en cuatro décadas. El fenómeno es parte de la normalización del racismo y el prejuicio nativista que comenzó –o al menos ganó un impulso inédito en los últimos tiempos– desde que Donald Trump utilizara un argumento racista para lanzar su campaña presidencial, hace ya siete años. En aquel momento, el blanco de Trump fueron los inmigrantes mexicanos, pero el fondo del mensaje fue más universal: el candidato presidencial republicano, que meses después se convertiría en presidente del país, gobernaría desde el racismo, alimentando los temores irracionales de reemplazo racial y echando leña al fuego del resentimiento racial.
En su gobierno y hasta ahora, Trump se ha negado a condenar los brotes de racismo que costaron vidas. Incluso se atrevió a sugerir, después de una marcha neonazi, que “había gente buena en ambos lados”. Esa conducta y ese discurso tuvieron consecuencias concretas. Entre ellas, sacó de los márgenes de la sociedad estadounidense a los grupos supremacistas blancos, que encontraron en Trump un aliado, por momentos explícito. No es casualidad alguna que estos grupos se presentaran a la insurrección del 6 de enero de 2021 en el Capitolio, listos para lo que se necesitara.
Después de años de validación desde el poder, no había razón para esconder su presencia y sus intenciones más aviesas. El discurso del odio tiene consecuencias, y mucho más cuando viene de alguien con relevancia política o, mucho peor, cultural.
Eso ha ocurrido, por ejemplo, con el rapero Kanye West. Lo de West es una tragedia. Si Trump ha sido un catalizador constante de racismo, West se ha vuelto, tal vez, algo peor. Primero, algo de contexto. Es difícil encontrar una figura de mayor relevancia que West en los últimos años en la cultura popular de Estados Unidos, en el mundo de la música, la moda y en el fango de la celebridad farandulera. Tiene un talento artístico innegable y una historia personal interesante. De chico vivió en China con su madre, que lo crió prácticamente sola. Lo que dice y hace West, o alguien como él, tiene consecuencias por la legitimidad (quizá injusta) que da la fama y, en su caso también, el prestigio bien ganado en lo que ha hecho.
Por eso es particularmente tóxico que, de pronto, Kanye West se haya vuelto el antisemita más público y ponzoñoso de los últimos tiempos. Ha divulgado calumnias, teorías de la conspiración y maledicencias múltiples. Lo ha hecho en su cuenta de redes sociales, sobre todo en Twitter. También en cuanta entrevista ha dado. A pesar de su virulencia antisemita, Elon Musk decidió reactivar el acceso de West a Twitter. Lo hizo, según explicó, porque habló con West para convencerlo de sus equivocaciones. Como generalmente ocurre con quien opera desde el prejuicio, West no tardó en reincidir. En el colmo más aberrante, dijo que “le veía cosas buenas” a Adolfo Hitler. “Amo a los Nazis”, dijo, entre otras barbaridades.
Si el prejuicio de West se quedara en él, el problema sería menor. Pero, como con Trump, la influencia de West ha legitimado el prejuicio. A los pocos días de las primeras declaraciones aparecieron manifestaciones antisemitas en varias ciudades de Estados Unidos, incluido un grupo de neonazis haciendo el saludo fascista sobre un puente de la autopista 405, la principal de Los Ángeles. En Jacksonville, Florida, apareció un mensaje: “Kanye tiene razón sobre los judíos”. El discurso de odio tiene consecuencias.
¿Qué sigue? Uno pensaría que, ante semejante veneno, ambos partidos políticos y sus líderes denunciarían semejante veneno. En términos generales, así ha ocurrido. Pero hay una excepción muy grave, y es el propio Donald Trump. Antes que distanciarse de gente como West, Trump lo invitó a cenar. West sumó a Nick Fuentes, un rabioso antisemita y negacionista del Holocausto. Que Trump responda así es terrible. E incomprensible. ¿No se dará cuenta de que su hija mayor, por ejemplo, está casada con un judío, descendiente directo de sobrevivientes del Holocausto? ¿O que sus propios nietos son judíos? Misterios de una época inmoral y peligrosa.
@LeonKrauze