No, no me referiré en este breve espacio a la genial obra de mi querido maestro Jorge Ibargüengoitia, sino a los pasos de López Obrador, quien sigue los de Hugo Chávez, el extinto tirano venezolano, otro dictador que jamás debería descansar en paz.

Según la ONU, casi 7 millones de personas han huido de Venezuela debido a la violencia, a la inseguridad, a la falta de medicamentos, de alimentos, de servicios esenciales, del pavoroso disparo de los índices de mortalidad y del escandaloso desplome de los nacimientos, de la caída de las esperanzas de vida, de la violación de los más elementales derechos humanos y de la cruel e inhumana expansión de la miseria a partir de la brutal imposición de la dictadura chavista. ¿Un dato curioso? Maduro fue invitado por AMLO en 2021 a celebrar nuestra independencia y nuestra libertad. Menuda paradoja.

Venezuela es el país del mundo que más población ha perdido en los últimos 10 años, incluso más que Siria y su guerra civil. Venezuela ha disminuido en una quinta parte su población, el único caso en América Latina que ha reducido sus habitantes en la última década, algo así, toda proporción guardada, como si de México huyeran 30 millones de compatriotas, que, llegado el patético caso, no se dirigirían al Suchiate, sino al río Bravo, una marea humana que ocasionaría un conflicto diplomático y hasta militar con EU imposible de predecir ni por el más alucinado de los novelistas contemporáneos.  

La fuga de venezolanos no se debió a un terremoto ni a la erupción de un volcán en Caracas ni a un furioso un tsunami, no: es el resultado de políticas suicidas, como cuando Chávez transformó a los militares en meros “clientes de poder.” Los uniformados dejaron de ser leales a la nación y dejaron de respetar su constitución para ser fieles a Chávez y al dinero con el que compró la nobleza y la fidelidad del Ejército, dicho sea sin eufemismos, los sobornó y compró su incondicionalidad. A continuación Chávez promulgó una nueva constitución que garantizaría su reelección indefinida al estilo de una monarquía hereditaria, tal y como acontece en la actualidad con Maduro. Chávez canceló las privatizaciones con el objetivo de concentrar el mayor poder económico en el Estado, el mejor camino para acceder a la máxima velocidad a la ruina nacional, según lo demuestra ad nauseam la historia de las doctrinas económicas. Chávez necesitaba de los pobres, de personas humildes con las manos extendidas y la voz suplicante, programas sociales para regalar dinero y comprar voluntades convirtiéndose en un salvador que saciaría el hambre y generaría esperanzas, claro está, mientras que las fuerzas armadas no lo expulsaran del poder y no se agotaran los recursos fiscales.

AMLO disfruta los lemas del dictador venezolano: “Yo no me pertenezco, yo le pertenezco al pueblo de Venezuela.” “Amor con amor se paga.” “¿O tú estás con la revolución o tú estás contra la revolución”. “Siempre he sido defensor del referéndum revocatorio.” “El pueblo debe juzgar a sus gobernantes”.

Aquí va AMLO: “Yo ya no me pertenezco, pertenezco al pueblo de México”. “Amor con amor se paga”. “O se está con la transformación o se está en contra de la transformación del país”. “Desde hace años he venido planteando la revocación del mandato”. “El pueblo pone y el pueblo quita”, entre otros eslóganes más.

Chávez creó una guardia nacional, rifó los aviones, hizo consultas a mano alzada, promovió una ley de extinción de dominio más allá del crimen organizado, permitió la entrada de médicos cubanos, despreció a los empresarios, creó delegados por provincia para controlar a los gobernadores, aparecía casi a diario en televisión, con su “Aló, presidente”, enaltecía a la pobreza como virtud y odiaba a los ricos, generó escasez de agua, medicamentos, alimentos y hasta gasolina para medir y controlar al pueblo, confiscó los fideicomisos públicos, nombró al fiscal general de justicia ad hoc y enarboló la bandera “Primero los pobres” y “Muera la corrupción” .

México no es Venezuela y AMLO no es Chávez, sin embargo, las semejanzas y la tentación totalitaria están a la vista. ¿Por qué seguir los pasos de un tirano?

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