México ha tenido una enorme tradición diplomática de no intervención en los asuntos internos de otros países. La Doctrina Estrada establece que, ante la existencia de gobiernos extranjeros y actividades emanadas de ellos, México no se mostrará partidario de emitir juicios al respecto, ya que esta práctica se considera denigrante, en el principio de que menoscaba la soberanía de tales estados. Lo anterior, porque México ha sido víctima de intervenciones y de invasiones.
También el derecho de asilo político es un derecho tradicional que otorga México, y que no se le ha negado a alguna persona. Ante la crisis política en Perú, y la caída de Castillo, un Presidente electo democráticamente, México ofreció asilo al ex Mandatario. En la Secretaría de Relaciones Exteriores recibieron la solicitud del ex presidente Castillo en la madrugada del 6 de diciembre, pues existe un procedimiento por ley establecido. Pero una cosa es ofrecer el indispensable asilo y otra cosa diferente, es intervenir en un proceso que Castillo provocó al hacer un auto golpe de Estado al intentar disolver el Congreso peruano y declarar un gobierno de excepción y así provocando su destitución.
La Cancillería peruana notificó en un comunicado que su Ministerio de Relaciones Exteriores convocó a nuestro embajador, para transmitirle la extrañeza que han generado en Perú las expresiones de nuestro Presidente AMLO y de nuestro Canciller, Marcelo Ebrard, respecto a los procesos políticos de dicha nación. La realidad es que las expresiones de nuestras autoridades constituyen una injerencia en los asuntos internos del Perú y no resultan consistentes con los acontecimientos que se han sucedido en días recientes, atribuibles solo a la incapacidad y a la torpeza de Castillo.
A AMLO le ganó, como en numerosos casos, el expresar su posición personal, sus convicciones, sus sentimientos, por sobre el hecho de representar a un País completo. Claramente, Andrés Manuel, ha intervenido en los asuntos internos del Perú, al ignorar que Pedro Castillo cometió numerosos errores que le costaron la Presidencia y no solo por las enormes diferencias que tuvo con los poderes económicos de aquel País. Imposible ayudar a un Presidente como Castillo, tan torpe en su gobierno, que acabó rápido con dos décadas de crecimiento económico y con la posibilidad de poder gobernar para todos e insistiendo, como AMLO, en hacer un gobierno que polarice sin lograr los acuerdos que toda democracia necesita.
¿Lo que hace AMLO entonces es intervencionismo? Si. Es un desapego a la tradición diplomática de México. No es solo una opinión la que dio nuestro Presidente al afirmar que Castillo fue víctima de poderes económicos y negarse a reconocer a la nueva Presidenta del Perú, cuando en realidad Castillo fue víctima de sus grandes errores, pues al disolver el Congreso tuvo un yerro enorme: abrió la posibilidad allá, como en muchas democracias, para lo que prevén las constituciones al buscar a un sustituto por bien del país.
La situación de Perú era extraordinaria. Al igual que Castillo, la nueva presidenta fue expulsada en enero del partido de extrema izquierda Perú Libre, por el cual fue electa vicepresidenta en 2021 en la plataforma presidencial que lideró Castillo. Ella enfrenta ahora un escenario de poco apoyo legislativo y sin duda, de movilizaciones sociales. Pedro Castillo pasará a la historia como un Presidente fugaz que no tuvo la capacidad de hacer un gobierno de unidad. No era solo su escasa preparación como profesor para ser gobernante, o los 100 ministros que en meses probó para terminar cambiándolos, sino sus limitados recursos para poder construir un gobierno de izquierda enfocado a las mayorías, en acuerdos con los poderes fácticos y los sectores conservadores.
Me duele la caída de una posibilidad de gobierno popular en el Perú, un País con el que tenemos 200 años de relaciones diplomáticas y con tantos paralelismos en problemas y esperanzas. Me molesta que AMLO no pueda leer que Castillo es un ejemplo de cómo un gobernante con una plataforma popular, no pudo construir concordia en un entorno de enorme complejidad económica como lo es hoy América Latina.
Nuestro intervencionismo
La Doctrina Estrada establece que, ante la existencia de gobiernos extranjeros y actividades emanadas de ellos, México no se mostrará partidario de emitir juicios al respecto, ya que esta práctica se considera denigrante, en el principio de que menoscaba la soberanía de tales estados.